Las fronteras han acompañado siempre a la humanidad. Son líneas que separan, delimitan y definen territorios, culturas o identidades, pero también representan límites invisibles que afectan a nuestras sociedades. En ocasiones son geográficas o políticas, otras veces tecnológicas o culturales y casi siempre implican desigualdad.
En este escenario, la filantropía se erige como un espacio de encuentro capaz de desdibujar esas barreras y crear nuevos vínculos de solidaridad. La esencia de las fundaciones radica en superar lo que divide y tender puentes donde antes solo había separación.
Esa capacidad cobra especial relevancia en un mundo fragmentado, con tensiones geopolíticas crecientes, polarización social y desafíos globales que trascienden cualquier frontera nacional. No se trata de eliminar diferencias, sino de convertirlas en oportunidades de colaboración y aprendizaje.
En este contexto, las fundaciones tienen un papel decisivo: detectar las nuevas fronteras que emergen —desde el cambio climático hasta la brecha digital— y afrontarlas con visión estratégica.
Allí donde aparecen muros, las fundaciones pueden ofrecer puertas. Y allí donde hay grietas, pueden ofrecer puentes. La filantropía, entendida como compromiso colectivo, encuentra precisamente en la superación de fronteras su razón de ser más profunda.
Pero para superar fronteras tenemos que trabajar juntos. El ODS 17 —alianzas para conseguir los objetivos— nos recuerda que ningún desafío global puede resolverse de manera aislada. Ninguna organización, por grande que sea, puede garantizar por sí sola el desarrollo sostenible.
Por eso, el valor de las fundaciones se entiende mejor cuando se observa desde la lógica de las alianzas.
Su fuerza no reside únicamente en los recursos que movilizan, sino en su capacidad de conectar actores, tender redes y multiplicar impactos.
Las fundaciones colaboran con gobiernos, empresas, organizaciones sociales y, de manera muy especial, entre ellas mismas. La cooperación no diluye su identidad, al contrario, cada fundación aporta un conocimiento singular, una experiencia acumulada o una proximidad específica a determinados colectivos.
Sumadas, esas aportaciones alcanzan un efecto transformador que ninguna podría conseguir en solitario. Este espíritu de colaboración se convierte en la aplicación práctica del ODS 17: generar sinergias, compartir aprendizajes y construir un futuro más justo a través de esfuerzos conjuntos.
La Agenda 2030 coloca las alianzas en el centro de su estrategia porque entiende que la sostenibilidad depende de la cooperación. En ese marco, las fundaciones encuentran su espacio natural para contribuir de manera decisiva a los grandes retos de la humanidad.
Además, la experiencia reciente demuestra que las fundaciones alcanzan su mayor potencial cuando actúan en red.
En tiempos de crisis sanitaria, emergencias humanitarias o catástrofes ambientales, las alianzas permiten movilizar recursos con rapidez y llegar a donde los Estados no alcanzan. Pero el valor de la colaboración no se limita a la respuesta inmediata.
Las fundaciones, trabajando juntas, pueden también diseñar proyectos a largo plazo, compartir buenas prácticas y generar innovación social de forma mucho más efectiva.
La acción coordinada refuerza además la legitimidad de la filantropía y muestra a la sociedad que se trata de un esfuerzo compartido y no de iniciativas aisladas. Esa legitimidad es crucial para sostener la confianza ciudadana y para consolidar a las fundaciones como un pilar del tejido democrático.
La cooperación entre entidades, además, fomenta la diversidad de enfoques: unas aportan conocimiento técnico; otras, presencia territorial; otras, capacidad de comunicación o financiación.
En esa complementariedad reside su mayor riqueza. Cada alianza se convierte en un laboratorio de innovación social donde lo esencial no es competir por la visibilidad, sino sumar capacidades para servir mejor al bien común.
El futuro de la filantropía depende de su capacidad para reforzar las alianzas y afrontar de manera conjunta los desafíos que aún están por venir. La revolución tecnológica, con sus oportunidades y riesgos, marcará la vida de millones de personas.
El cambio climático continuará poniendo a prueba la resiliencia de comunidades enteras. Las tensiones sociales y políticas seguirán generando desigualdad y exclusión.
Ninguno de estos problemas puede resolverse sin cooperación. Por ello, las fundaciones están llamadas a transformar las fronteras en espacios de diálogo y las diferencias en oportunidades de encuentro.
De todo ello hablaremos en Foro Demos, el encuentro fundacional de referencia, que la Asociación Española de Fundaciones (AEF) celebra en Sevilla el 30 de septiembre y 1 de octubre.
Dialogar requiere valentía, apertura y visión de futuro. La filantropía, cuando se entiende como un deber moral compartido, deja de ser un gesto individual para convertirse en motor de cambio colectivo.
Si las fundaciones mantienen ese espíritu colaborativo, podrán no solo responder a las necesidades más urgentes, sino también anticiparse a los desafíos del mañana. En un mundo lleno de fronteras, su mayor contribución será, precisamente, la capacidad de construir puentes.
***Pilar García Ceballos-Zúñiga es presidenta de la Asociación Española de Fundaciones (AEF).