En medio del devastado sur del Líbano, Jaafar, un agricultor de Beit Lif, lucha por reconstruir su vida y sus tierras tras el conflicto armado.
Vive con su familia –su mujer Samira y sus dos hijos, Abbas y Hasan–, en Beit Lif, a cinco kilómetros de la frontera con Israel, una de las tres comunidades en las que trabaja Acción contra el Hambre en la frontera entre Líbano e Israel en el sur. Jaafar y Samira perdieron a su tercer hijo durante la guerra.
Aunque el ejército israelí se ha retirado de la mayor parte del sur del Líbano, ha mantenido el control sobre algunas posiciones a pesar del acuerdo de alto el fuego alcanzado en noviembre de 2024, cuyos compromisos se debían cumplir el 18 de febrero de 2025.
En esta región, casi todas las aldeas han sido destruidas total o parcialmente, y las personas retornadas, como Jaafar y su familia, se enfrentan a importantes riesgos debido a la munición sin detonar, a las infraestructuras dañadas y a la continuidad de operaciones militares.
Toda la zona del sur, incluida Beit Lif, es una zona agrícola donde el 90% de las familias dependen de sus actividades en este sector para subsistir.
Jaafar junto a su familia.
También se trata de una zona extremadamente impactada por el conflicto que escaló en octubre de 2023, donde continúa la actividad militar y los ataques aéreos israelíes se han intensificado, agravando aún más la crisis humanitaria.
Uno de los últimos ataques contra la localidad de Beit Lif se registró hace tan solo dos meses, el pasado 11 de junio.
Mientras el equipo de Acción contra el Hambre nos desplazamos hacia Beit Lif, la destrucción de la infraestructura y de los hogares es altamente visible, y de vez en cuando se escuchan los drones sobrevolando la zona.
En Beit Lif vivían unas 7.000 personas. Ahora, a causa del conflicto, solo quedan unas 125. Entre ellas está Jaafar con su familia.
"A causa de los drones, todo el mundo tiene miedo. En octubre de 2023, mi familia y yo nos quedamos en Beit Lif unos cinco o seis meses hasta que nos fuimos. Vivimos en refugios colectivos durante un año en Sour, en la zona de Tiro, y dependíamos completamente de la ayuda humanitaria para sobrevivir", cuenta.
Algunos compañeros y compañeras de Acción contra el Hambre que trabajan en primera línea en el sur del Líbano desde la escalada del conflicto cuentan que algunas familias pasan el día junto a las ruinas de sus casas, a pesar del riesgo, y solo regresan a los refugios colectivos para dormir.
Jaafar, agricultor de Beit Lif, sur del Líbano.
No quieren dejar atrás ni sus casas ni sus tierras. Prueba de ello es la decisión de la familia de Jaafar.
"Tras un año desplazados, decidimos volver a pesar de que sigan las operaciones militares. Estamos comprometidos con nuestro campo", explica desde su campo de cultivo en Beit Lif, justo delante de la casa donde vive con su familia.
"Todas las tierras y todos los campos están destrozados en esta zona del sur", sigue diciendo. "Los árboles o bien han sido dañados o han sido atacados", añade.
Durante el día, el equipo de Acción contra el Hambre visitamos dos de los campos de Jaafar, de un total de 10.000 metros cuadrados. Vemos cómo ha crecido maleza, lo que incrementa el riesgo de incendios, especialmente este año 2025, cuando se esperan temperaturas particularmente altas durante el verano.
También nos enseña árboles frutales sin vida: "Atacaron este árbol y ahora está muerto", relata el agricultor. En uno de los campos, Jaafar tenía olivos, higueras y melocotoneros, algunos de ellos de más de 20 años.
Jaafar lucha por reconstruir su vida y sus tierras tras el conflicto armado.
Está intentando replantar alguno de los árboles para cultivar olivas, melocotones, uvas y tomates, entre otros, pero la falta de ingresos, de acceso a fertilizantes –muy caros especialmente en Líbano con la inflación y la crisis económica que arrastra desde 2019–, la falta de acceso a herramientas de labrado y a infraestructura de agua –mucha de ella destrozada a causa del conflicto o inservible a causa de la falta de combustible para operar estaciones de bombeo de agua– ha provocado que a Jaafar y su familia les cueste mucho cultivar sus campos, su único medio de vida.
"También teníamos gallinas y abejas", explica, "pero las mataron a todas".
Además de estos dos campos, Jaafar tiene algún otro por la zona, y cuenta que, como muchos de sus amigos agricultores, no puede acceder a ellos porque hacerlo es muy inseguro.
"No sé hacer otra cosa que no sea cultivar la tierra", añade. "Ahora dependemos de familiares, quienes nos dan dinero para poder comprar comida, agua y para poder pagar servicios básicos".
Y continúa: "Tengo diabetes y tuve un fallo renal. Me tuvieron que extraer uno de los riñones. Necesito agua segura, especialmente a causa de mi estado de salud. En el pueblo teníamos un pozo del que subsistíamos todas las familias, pero lo destrozaron. Ahora, utilizamos agua embotellada para beber y para cocinar".
Jaafar junto a sus hijos en su campo de cultivo.
"Además, no contamos con un centro de salud. Tenemos que ir a Tiro o a Beirut para ir al médico. No hay escuela, así que tenemos que pagar a una profesora particular para los niños. Vamos día a día. Seguimos como podemos, pero es muy duro y muchas veces sufrimos", concluye.
Su historia refleja la resistencia de quienes, pese al desplazamiento, la pérdida de seres queridos y la destrucción de sus medios de vida, se niegan a abandonar su tierra.
Con campos arruinados, árboles frutales muertos y sin acceso a agua ni servicios básicos, Jaafar representa a los cientos de agricultores que Acción contra el Hambre apoya en su intento por recuperar la dignidad y la autosuficiencia en una región aún marcada por la violencia.
*** Elisa Bernal Arellano es especialista en comunicación en emergencias en Acción contra el Hambre.