¿Te imaginas poder hacer crecer la ropa en un laboratorio? Eso fue precisamente lo que propuso en 2010 la investigadora neoyorquina Suzanne Lee con su proyecto Biocouture.
Es un sistema de producción de materiales que utiliza la fermentación de bacterias para "hacer crecer" tejidos. Algo similar a lo que ocurre cuando producimos kéfir, cerveza o kombucha.
De hecho, Lee usaba la fermentación del té para crear un material que recuerda al cuero, pero cuya producción requiere muy poca agua, no necesita productos químicos, elimina el uso extensivo de tierra y, por supuesto, evita la explotación animal.
Quince años después, aquella idea ha evolucionado hacia procesos mucho más sofisticados. La investigación actual se centra en la fermentación de microorganismos que han sido diseñados para producir proteínas específicas, que luego se extraen y procesan como si fueran fibras naturales.
Es un enfoque parecido al que se está utilizando en el desarrollo de carne cultivada o algunos quesos veganos.
Un ejemplo muy ilustrativo es el de la empresa japonesa Spiber, que fermenta azúcares derivados de biomasa vegetal, como el maíz, la caña de azúcar o residuos agrícolas, para obtener proteínas que se procesan en forma de fibra.
Estas fibras imitan a la perfección materiales como la seda, la lana o incluso el cashmere, pero con un impacto ambiental mucho menor y, por supuesto, veganos. Ya se pueden encontrar en prendas de marcas como Issey Miyake, The North Face o Pangaia.
Pero quizás el avance más prometedor en términos de impacto a gran escala es el que propone Galy, una start-up fundada en 2019 en Estados Unidos que ha desarrollado un método para cultivar algodón en laboratorio.
Y es que, según los últimos datos de Textile Exchange, la organización sin ánimo de lucro que trabaja para acelerar el uso de fibras y materiales más sostenibles en el sector de la moda, el algodón representa el 20% de las fibras producidas en el mundo y es la principal de origen natural.
Por eso, encontrar una forma de obtenerlo con un impacto ambiental mucho menor supone un salto enorme.
Es cierto que el algodón reciclado, orgánico o regenerativo ya son alternativas interesantes, pero siguen necesitando grandes cantidades de recursos naturales.
En cambio, el algodón cultivado en laboratorio utiliza un 80% menos de recursos, es totalmente trazable y su producción es estable y predecible.
El proceso comienza seleccionando células de plantas de algodón con las mejores características en longitud de fibra, pureza y resistencia.
Estas células se cultivan en condiciones controladas, se transforman en fibras, y luego se secan, recolectan y procesan como el algodón convencional.
Para que esta propuesta sea realmente revolucionaria, es clave lograr escalar la producción para abastecer a toda la industria.
La buena noticia es que eso parece estar muy cerca. En 2024, Galy logró captar hasta 60 millones de dólares en dos rondas de financiación, con la participación de empresas como Inditex y H&M.
Esto no sólo representa una gran inyección de capital, sino también la posibilidad de acuerdos de compra a largo plazo, lo que refuerza las posibilidades reales de éxito del proyecto.
De hecho, Inditex ya ha anunciado que para 2030 sólo utilizará fibras textiles con menor impacto ambiental, combinando fibras recicladas, de nueva generación y de origen orgánico o regenerativo.
H&M, por su parte, también se ha comprometido a que, para ese mismo año, el 100% de los materiales que utilice en sus productos sean reciclados o sostenibles.
El sector de la moda está avanzando a gran velocidad hacia un modelo más sostenible, innovador y resiliente.
Lo que hace apenas unos años parecía ciencia ficción, como producir algodón sin necesidad de sembrar ni una sola semilla, hoy está más cerca que nunca de convertirse en una nueva normalidad. ¿Qué será lo siguiente?
***Pilar Riaño es fundadora de Move! Moda en Movimiento.