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¿En qué se parece una persona a una suricata? ¿Y a un castor? Según un estudio de la Universidad de Cambridge, en más de lo que se pensaba hasta ahora.

Y es que, para sorpresa de Mark Dyble, investigador del Departamento de Arqueología del centro de estudios británico, hay un aspecto fundamental humano que nos distancia, como especie, de los primates y nos acerca a estas otras: la manera en que nos emparejamos.

El trabajo de Dyble, publicado en la revista científica Proceedings of the Royal Society: Biological Sciences, sitúa al ser humano en la parte media-alta de la clasificación de la suerte de Premier League de la monogamia que ha creado. Como especie, nos encontraríamos, en concreto, en el puesto siete de la tabla.

Justo por delante de los humanos se situarían el castor europeo, en sexto lugar; el lobo abisinio, el quinto; y el tití bebelech, en cuarta posición. El podio lo comparten la rata topo de Damara, el perro salvaje africano y el ratón de California.

A la especie humana le sigue el gibón de manos blancas —el otro primate monógamo— y la suricata.

Eso sí, esta lista, tal y como especifica el estudio, se basa en la conocida como monogamia reproductiva en mamíferos, es decir, mide las proporciones de individuos con los mismos progenitores, frente a los hermanos que sólo comparten a uno de sus padres. El comportamiento sexual, por tanto, no encajaría en este estudio.

Los menos monógamos

Los peor parados en esta lista de la monogamia son las ovejas de Soay, a quienes precede el macaco negro crestado, el mono rhesus, el macaco de cara roja, el oso negro o el lobo marino antártico.

'La Liga' animal

Tal y como afirma Dyble en la Agencia Sinc, "existe una Premier League de monogamia, en la que los humanos se encuentran cómodamente, mientras que la gran mayoría de los otros mamíferos adoptan un enfoque mucho más promiscuo".

Y eso, dice, a pesar de la amplia diversidad cultural del ser humano a lo largo de la historia. Para realizar este análisis, Dyble utilizó datos etnográficos de 94 sociedades humanas, la mayoría de ellas preindustriales, época en la que el 85% de ellas permitían la poligamia. En total, Dyble analizó cerca de dos millones de relaciones fraternales humanas y más de 60.000 de otros mamíferos.

Dyble subraya algo importante: "Incluso los extremos del espectro humano se sitúan por encima de lo que se observa en la mayoría de las especies no monógamas".

Tal y como explica el investigador al Washington Post, "hay muchas personas que se creen que los humanos somos una especie muy monógama, y tal vez les sorprenda saber que hay mucha variación y que no somos ni de lejos la más fiel. Pero también habrá quien diga que no somos monógamos por naturaleza, y esas personas estarán equivocadas".