Las negociaciones no fueron sencillas. Pero ningún pacto global que se precie se fragua sin rifirrafes y noches en vela. El 12 de diciembre de 2015, la Resolución 70/1 de Naciones Unidas que sentaba las bases de la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) tomaba forma a través del aclamado —aunque también criticado— Acuerdo de París.
La 21ª Conferencia de las Partes de la ONU sobre cambio climático (COP21) conseguía lo que nadie realmente pensó que haría: los 196 Estados de la cumbre pactaron cambiar la deriva ecológica del planeta.
Desde entonces, ese consenso se ha intentado emular, pero no se ha conseguido replicar con el éxito de entonces. Ha pasado ya una década y nueve tandas de negociaciones climáticas más, pero el optimismo y entusiasmo por transformar las economías, sistemas de producción y sociedades mundiales para que sean más sostenibles se ha desinflado.
Y para prueba de ello, el reguero de acuerdos descafeinados que ha generado la cumbre de Madrid en 2019, o la de Glasgow en 2021, la de Sharm el-Sheikh en 2022, la de Dubai en 2023 o la de Bakú en 2024. En todas hubo algún que otro avance, pero siempre promesas tibias, compromisos a medias, pactos que no han contentado a los que más sufren las consecuencias del cambio climático.
Lo mismo se puede decir de la última de las COP celebradas, la número 30, llamada a ser la cumbre de la "implementación" y que acabó siendo la del descontento: su mutirão (acuerdo final) hizo que los países latinoamericanos lamentaran que Brasil no contemplase su vulnerabilidad y eliminase cualquier referencia explícita a los combustibles fósiles de él.
Motor del multilateralismo
Como explica en una conversación con ENCLAVE ODS Anna Pérez Catalá, experta en clima e investigadora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (IDDRI), lo importante de las cumbres del clima es "el proceso en sí". Por eso, el objetivo de la última, la COP30, no era tanto llegar a un acuerdo ambicioso, sino "restaurar la confianza en el sistema multilateral".
Porque, como explica Olga Alcaraz, experta en sostenibilidad de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), el contexto actual difiere sobremanera de aquel que hizo viable el consenso del Acuerdo de París. "Su gran valor es su propia existencia", asegura a este vertical.
Es, añade, "un milagro", pues la experiencia del Protocolo de Kioto había hecho creer a los países que "era imposible llegar a un acuerdo". Y es la cumbre del clima fallida de Copenhague en 2009 la que había llevado al mundo a una suerte de inacción climática que la COP15 desbloqueó.
Y a pesar de que estos últimos 10 años han tenido sus subidas y sus bajadas, una cosa está clara: el Acuerdo de París significó que los 196 Estados que forman parte de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre cambio climático reconociesen que la variabilidad del clima pone en jaque la supervivencia humana.
"Todos los países están interpelados para hacer acción climática", matiza Alcaraz, quien recuerda que es la primera vez que se consigue tal hazaña. Asimismo, incide en que, Estados Unidos aparte, todos también "están llevando a cabo lo que les pide" el pacto, en mayor o menor medida.
Crisis global
El multilateralismo sigue poniéndose sobre la mesa como una necesidad básica para la lucha climática. Aunque, como explica Ismael Boughaba, analista de Political Watch, esta década que ha pasado desde París ha dejado claro que "el clima ya no puede separarse de la crisis democrática que vivimos a nivel global".
Y pone sobre la mesa el "retroceso del Estado de derecho, la desinformación y los discursos antidemocráticos" vividos en los últimos años, que "han ido debilitando también la ambición climática". Boughaba sentencia que "no son dinámicas paralelas: avanzan juntas".
Como añade el analista, "el cambio climático no espera ni entiende de ciclos políticos". Pero, claro, con Estados Unidos ha topado el clima. O, mejor dicho, con Donald Trump. Desde que el magnate asumió el cargo de presidente en enero de este 2025, la cascada de noticias climáticamente adversas no ha frenado. Clave en todo ello está la retirada del país, históricamente responsable del cambio climático del tratado más importante para mitigarlo: el Acuerdo de París.
El efecto Trump
La retirada estadounidense de este tratado se llevó a cabo en el día uno de su mandato, aunque venía amenazando con ello desde que los resultados de las elecciones presidenciales se consolidaron. Su ausencia en la última COP fue notoria, aunque sí participaran congresistas, alcaldes y gobernadores díscolos.
La buena noticia es que a pesar de este varapalo al multilateralismo, EEUU no se ha desvinculado de la Convención Marco sobre el Cambio Climático. Y eso a pesar de que su participación y financiación se ha limitado drásticamente.
Para Pérez Catalá, estas decisiones son preocupantes, pero no decisivas. Su ausencia, dice, "no tiene por qué afectar" a las negociaciones climáticas, como se vio en la COP30.
Alcaraz, por su parte, observa con recelo el futuro de la mitigación y adaptación climática: "Trump puede hacer mucho daño".
Pero hay buenas noticias, pues "para hacer frente al rechazo social, las políticas climáticas sólo pueden ser legitimadas si se diseñan con participación real, transparencia y rendición de cuentas, incorporando justicia climática y protegiendo a quienes más sufren sus impactos", concluye Boughaba.
