Mariana Goya
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La estabilidad en la producción agrícola, fundamental para la seguridad alimentaria y la economía mundial, se enfrenta a una amenaza creciente. O, por lo menos, así lo ha mostrado una investigación publicada recientemente en la revista Science Advances.

El estudio internacional dirigido por la Universidad de Columbia Británica (UBC) advierte que el cambio climático reducirá los rendimientos medios de los principales cultivos. Pero, además, hará que las cosechas sean mucho más inestables.

Lo que antes ocurría como un evento excepcional —es decir, las pérdidas masivas de producción ocurrían una vez por siglo— podría convertirse en un fenómeno recurrente cada pocas décadas, o incluso cada pocos años, hacia finales de este siglo.

El informe se centra en analizar el comportamiento de tres cultivos clave en la dieta mundial: maíz, soja y sorgo, un género de poáceas​ oriundas de las regiones tropicales y subtropicales de África oriental.

Según los investigadores, por cada grado adicional de calentamiento global, la variabilidad interanual de los rendimientos aumentará un 7% en el caso del maíz, un 19% en la soja y un 10% en el sorgo.

Inseguridad agrícola

"Los agricultores y las sociedades que alimentan no viven de promedios; generalmente viven de lo que cosechan cada año", apunta Jonathan Proctor, profesor adjunto en la Facultad de Sistemas Agrarios y Alimentarios de la UBC y autor principal del estudio.

Y es que, en su opinión, las oscilaciones de un año para otro "pueden suponer una auténtica penuria, especialmente en lugares sin suficiente acceso a seguros de cosechas ni almacenamiento de alimentos".

Campos de cultivos de soja. stevanovicigor Istock

Las cifras del estudio muestran cómo el aumento de la temperatura eleva la probabilidad de malas cosechas. Con solo dos grados de calentamiento respecto al clima actual, las pérdidas de soja que antes ocurrían una vez cada siglo podrían repetirse cada 25 años.

En el caso del maíz, el intervalo se reduciría a 49 años y, en el del sorgo, a 54. Si las emisiones continúan creciendo sin control, los investigadores calculan que, en 2100, las cosechas de soja podrían fracasar cada ocho años.

Impacto desigual

Las regiones más expuestas a estas fluctuaciones son, al mismo tiempo, las que cuentan con menos capacidad para afrontarlas.

El estudio destaca áreas como África subsahariana, América Central y el sur de Asia, donde gran parte de la agricultura depende de la lluvia y donde las redes de seguridad financiera son limitadas o inexistentes.

En estos territorios, una mala cosecha puede desencadenar rápidamente crisis de hambre y dificultades económicas severas.

Pero las consecuencias no se limitarán a los países de ingresos bajos o medios. En 2012, una sequía acompañada de una ola de calor en el Medio Oeste de Estados Unidos redujo la producción de maíz y soja en una quinta parte.

Según los cálculos de aquel momento, las pérdidas costaron miles de millones de dólares y provocaron un incremento cercano al 10% en los precios mundiales de los alimentos. Ese episodio ilustra cómo un solo evento climático puede repercutir en toda la cadena alimentaria global.

El doble golpe

El equipo de investigación combinó registros históricos de cosechas con datos de estaciones meteorológicas, observaciones satelitales y modelos climáticos de alta resolución.

Sus resultados apuntan a una causa principal detrás de las fluctuaciones: la coincidencia de calor extremo y sequías, fenómenos que se potencian mutuamente.

"El calor reseca el suelo. A su vez, la sequedad agrava las olas de calor al permitir que las temperaturas suban más rápidamente", explicó Proctor.

Campos de cultivos de sorgo. Loneburro Istock

Un hecho que el investigador comparó con lo que ocurre en el cuerpo humano: "Si estás hidratado y sales a correr, tu cuerpo sudará para refrescarse, pero si estás deshidratado, puedes sufrir un golpe de calor. Los mismos procesos hacen que las granjas secas sean más calurosas que las húmedas".

Incluso períodos relativamente cortos bajo estas condiciones pueden reducir drásticamente los rendimientos al interrumpir la polinización, acortar las temporadas de crecimiento o debilitar a las plantas hasta un punto en que no se recuperan.

En el caso de la soja y el sorgo, la superposición cada vez más frecuente entre calor extremo y falta de agua explica gran parte de la creciente volatilidad.

Soluciones y limitaciones

El estudio indica que el riego puede ayudar a reducir la inestabilidad de los cultivos, siempre que haya suficiente agua disponible.

Sin embargo, esta no es una solución universal. Muchas de las regiones más vulnerables ya enfrentan escasez hídrica o carecen de la infraestructura necesaria para implementar sistemas de riego a gran escala.

Por ello, los autores del informe recomiendan una combinación de medidas. Entre ellas, destacan la inversión en variedades de cultivos resistentes al calor y la sequía, la mejora de la gestión del suelo, el desarrollo de sistemas de previsión meteorológica más precisos y el fortalecimiento de redes de seguridad como los seguros de cosechas.

No obstante, subrayan que la forma más efectiva de reducir los riesgos sigue siendo limitar las emisiones que impulsan el calentamiento global.

"No todo el mundo cultiva alimentos, pero todos necesitamos comer", concluyó Proctor. "Cuando las cosechas se vuelvan más inestables, todos lo notaremos".