Mariana Goya
Publicada

Reformar los sistemas alimentarios para evitar el agravamiento de la crisis climática es una necesidad urgente. Así de contundente se ha mostrado un grupo de 21 expertos internacionales en un estudio publicado en la revista Nature

El objetivo es frenar la degradación del suelo, mitigar el cambio climático y detener la pérdida de la biodiversidad. Pero esto solo será posible, según los autores, mediante una transformación profunda de la forma en que se producen, distribuyen y consumen los alimentos. 

Ante esta situación, Fernando T. Maestre, miembro de la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdullah (KAUST) de Arabia Saudí, propone un paquete de medidas integradas que permitirían "doblar la curva" de la degradación del suelo de aquí a 2050.

En concreto, centra sus acciones en tres grandes frentes. Primero, la restauración de la mitad de las tierras degradadas. Le sigue la reducción en un 75% del desperdicio de alimentos. Y, por último, la liberación del potencial de los sistemas alimentarios sostenibles de origen oceánico. 

Transformación urgente

La propuesta más innovadora del trabajo es la cuantificación del impacto que tendría aplicar estas medidas en el horizonte de 2050.

Tan solo reduciendo el desperdicio de alimentos y potenciando la producción sostenible procedente de los océanos se podría ahorrar una superficie mayor que todo el continente africano. O, por lo menos, así lo estiman sus cálculos. 

En total, las tres medidas principales preservarían o restaurarían alrededor de 43,8 millones de kilómetros cuadrados de tierra en los próximos 30 años.

Sin embargo, el artículo recuerda que los sistemas alimentarios todavía no ocupan un lugar central en los acuerdos intergubernamentales. Todo ello, pese a ser responsables de cerca del 21% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y del 80% de la deforestación mundial. 

A lo que, señala el documento: "Unas reformas rápidas e integradas centradas en los sistemas alimentarios mundiales pueden contribuir a la recuperación de la salud de las tierras. Además de garantizar un planeta más sano y estable para todos".

Restaurar tierras degradadas

La primera de las recomendaciones clave es la restauración del 50% de las tierras degradadas para 2050, frente al objetivo actual del 30% para 2030.

Esto equivaldría a recuperar 3 millones de kilómetros cuadrados de tierras agrícolas y 10 millones de tierras no cultivadas.

Por ello, los científicos insisten en que este proceso debe involucrar a las comunidades que viven en esos territorios. En particular a los pueblos indígenas, pequeños agricultores y mujeres, quienes desempeñan un papel esencial en la gestión sostenible del suelo.

Campos de cultivo de maíz con la tierra seca. no_limit_pictures Istock

El informe propone, además, reorientar los subsidios agrícolas hacia explotaciones pequeñas y sostenibles, establecer impuestos o aranceles que premien las prácticas responsables y penalicen las contaminantes. Además de mejorar la recopilación de datos sobre emisiones y uso de la tierra.

También se plantea el etiquetado ambiental de los productos para que los consumidores dispongan de información clara sobre el impacto de sus decisiones alimentarias.

Reducir el desperdicio

Se estima que un 14% se tira después de la cosecha en las granjas. Y un 19% durante etapas posteriores de la cadena, como la venta minorista, los servicios de alimentación y los hogares.

En total, la producción de alimentos desperdiciados utiliza alrededor de 13,4 millones de kilómetros cuadrados de tierras agrícolas.

Por ello, el informe propone reducir estas pérdidas en un 7% mediante una serie de políticas. En concreto, busca que prevengan la sobreproducción, la prohibición de normas que rechacen productos por su apariencia, el fomento de donaciones y ventas con descuento de alimentos próximos a caducar, así como campañas educativas para reducir el desperdicio en los hogares.

También recomienda apoyar a pequeños agricultores en países en desarrollo para mejorar el almacenamiento y transporte de productos. Y, como ejemplo de legislación avanzada, menciona la ley española que obliga a tiendas y restaurantes a donar o reutilizar los excedentes alimentarios.

Integrar sistemas 

El tercer pilar de las recomendaciones apunta a reducir la presión sobre la tierra mediante una mayor integración de los sistemas alimentarios terrestres y oceánicos.

La producción insostenible de carne roja requiere grandes extensiones de tierra y recursos, además de generar importantes emisiones. En contraste, productos marinos como mariscos, peces o algas ofrecen alternativas sostenibles y nutritivas.

Los autores sugieren sustituir el 70% de la carne roja de origen no sostenible por productos marinos sostenibles. Esto podría liberar 17,1 millones de kilómetros cuadrados de tierra destinados a pastos y piensos.

Asimismo, defienden el reemplazo del 10% de la ingesta vegetal mundial por productos derivados de algas podría liberar 0,4 millones de kilómetros cuadrados adicionales.

Estas medidas serían particularmente relevantes en países de ingresos altos con elevado consumo de carne. Aunque los expertos subrayan que en regiones más pobres los productos animales siguen siendo esenciales para garantizar la nutrición.

Consecuencias y beneficios

La combinación de restauración de tierras, reducción del desperdicio de alimentos y cambios en la dieta podría mitigar alrededor de 13 gigatoneladas de CO₂ equivalente al año hasta 2050.

También contribuiría a mejorar la biodiversidad al evitar la conversión de ecosistemas naturales en tierras de cultivo. Y, al mismo tiempo, reforzaría el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y de las tres convenciones de Río de Naciones Unidas: cambio climático, biodiversidad y desertificación.

Y es que "una vez que los suelos pierden fertilidad, los mantos freáticos se agotan y se pierde la biodiversidad, restaurar la tierra se vuelve exponencialmente más costoso", tal y como advierte Barron J. Orr, científico jefe de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD).

Porque, según el informe, la degradación del suelo no solo es un problema ambiental. También incide en la seguridad alimentaria e hídrica, la migración forzada, los conflictos por recursos y la desigualdad económica.