Corría la Semana Santa de este mismo año en un pequeño —muy pequeño— municipio de Cáceres. Era, concretamente, Jueves Santo.
Míriam Marin, CEO desde hace casi 11 años de la empresa de innovaciones turísticas Adalberti Extremadura, quiso integrar en su modelo de negocio una experiencia gastronómica con unas inmejorables vistas al embalse de Alcollarín.
Este paraje natural tan singular, que el pueblo del mismo nombre y de tan solo 266 habitantes había hecho símbolo de identidad, se tornaba perfecto para hacerlo.
"En este embalse, el más joven de España", —fue inaugurado en 2015—, "se concentra una enorme cantidad de biodiversidad ornitológica. Era un punto de referencia internacional en este tipo de turismo, así que junto con mi socia decidimos aprovecharlo y nos lanzamos a montar un restaurante", explica a través del teléfono Marin a ENCLAVE ODS.
Así, el 17 de abril de 2025, Cayo Coco abrió sus puertas al público para ofrecer una experiencia 360 de buena comida, avistamientos con telescopio, puestas de sol inmejorables y más actividades al aire libre en este entorno natural privilegiado.
Lo que nunca se imaginó Marin es que, apenas cuatro meses después de su apertura, se vería obligada a cerrar este proyecto en el que "tanto dinero" ha invertido.
Miriam Marin abrió hace menos de cuatro meses un restaurante junto al embalse.
El pasado 12 de agosto, la Confederación Hidrográfica del Guadiana, que pertenece al Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico, anunció mediante un comunicado que estaba actuando "para controlar la especie invasora Pseudorasbora parva" —conocida popularmente como pez chino— "en el embalse de Alcollarín".
Pero a veces el remedio es peor que la enfermedad. Tras estas declaraciones, se procedió a la apertura de compuertas del embalse para labores de "limpieza, control y erradicación", dejándolo completamente vacío. Ahora, no hay especie invasora, pero tampoco ninguno de los ejemplares autóctonos de la zona.
"Lo único que queda son dos charcos y todos los cadáveres de los peces que han muerto", sentencia Marin. "Se ha perdido toda la biodiversidad y, además, el olor que hay en la zona es nauseabundo. Ahora, ¿quién va a venir por aquí? ¿Cómo voy a dar de comer a la gente en un lugar que huele a podrido?", se pregunta consternada tras lo que ya en el pueblo califican como una "catástrofe medioambiental".
Pérdida de biodiversidad única
"Nadie se explica lo que han hecho", afirma Marin. Según Confederación, se trata de una actuación frente a una situación "crítica", ya que, aseguran, "esta especie exótica invasora representa el 95% de la población piscícola" del embalse, y tiene un "grave impacto sobre los ecosistemas fluviales, ya que compite de forma directa con las autóctonas".
Sin embargo, para la empresaria, "no tiene ningún tipo de sentido". "Quieren erradicar este pez chino, pero no se cargan las carpas o los lucios, que también son especies invasoras que están en nuestros lechos fluviales. ¿Por qué esta entonces es la excusa para hacer la gran avería catastrófica que se ha hecho en este lugar?", se lamenta la joven.
Y habla de "atentado a la naturaleza", "catástrofe medioambiental" o "avería" porque, yendo a la captura de este pez exótico, lo único que se ha conseguido, dice, es "la pérdida de una biodiversidad única".
"Estas aguas tienen una población enorme de espátulas, una colonia grandísima de flamencos como no la hay en otro sitio de Extremadura, hay cigüeñas negras que no se van en todo el año, y el que tenga idea de esto sabrá que se trata de una rareza mundial... Y ahora todo está amenazado por este sinsentido", explica.
Las carpas, los lucios, y el resto de peces "han acabado muertos en el desaguadero". Pero a todo esto se suma la pérdida ya no de inversión, sino de la ilusión que Marin había volcado en un nuevo proyecto que arrancó hace tan solo cuatro meses y que ya se ha visto abocado al fracaso.
Pero el restaurante Cayo Coco no ha sido el único perjudicado. Marin admite que en el resto de sus actividades "también ha perdido afluencia de clientes".
Así era el embalse antes de su vaciado.
Huellas del vaciado del embalse.
"Antes venían pajareros y turistas de todas partes del mundo, pero ahora entre el olor y que la imagen es de una catástrofe paisajística... No puedo estar vendiendo la biodiversidad de Extremadura y presentar esto a los clientes, y menos ofrecer gastronomía en un sitio pestilente", sentencia.
Pero va más allá. La joven asegura que este desaguado ha supuesto un "daño etnográfico" para todas las gentes que viven en la zona y que "habían hecho del embalse su estandarte". "Los vecinos están indignados. Estas aguas daban vida al pueblo, tenía actividades, los niños jugaban... pero hemos perdido todo".
Un lugar que necesita protección
Marin se encuentra confusa. Denuncia "falta de explicaciones" y no sabe si este será el final de Cayo Coco y del embalse de Alcollarín. "Desconocemos si se volverá a traer el agua, no sé si el año que viene podré volver a abrir el restaurante o tendré que cerrarlo para siempre, con todo el dolor de mi corazón y con las pérdidas que ello supone", confiesa.
Asegura que ella llegó a Alcollarín para poner "este entorno tan único en valor", pero lamenta que "por culpa de las órdenes de alguien" un lugar "valiosísimo" haya quedado reducido a "charcos". Ahora, "solo queda movilizarse".
Tanto Marin como otros tantos lugareños han acudido en varias ocasiones a hablar con los responsables. O al menos a intentarlo porque, cuenta, "cada vez que íbamos a Confederación nos encontrábamos con que el superior estaba de vacaciones". Sin embargo, piensan seguir adelante.
"Mientras esto se desaguaba ya se veía venir lo que iba a suceder, pero todo fue silencio ante la magnitud de la tragedia. Ahora que el daño ya está hecho, solo queda pedir". Y entre sus peticiones está, junto a otras, que la zona sea declarada ZEPA: zona de especial protección para las aves.
"Se lo merece. Tiene una biodiversidad muy grande e importante, y es tan conocido a nivel mundial que este embalse no puede no tener una figura de protección. Si la hubiera tenido, l Confederación no hubiera podido hacer nada, y quizás todo esto no habría pasado", lamenta.
Por eso, Marin no piensa bajar los brazos. Se siente "en deuda" con el pueblo, con su embalse y con su fauna. Asegura que estas le dieron "una oportunidad de crecer y de pertenecer a esta tierra" y, ahora, quiere devolvérselo.
A falta de saber qué ocurrirá en un futuro, los vecinos del pueblo siguen consternados con lo ocurrido. Recientemente han celebrado sus fiestas, unas que no olvidarán porque, esta vez, la diversión no ha pasado por el agua de su embalse. "Y es una pena muy grande".
