Raquel Nogueira
Publicada

Los datos de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) son claros: la semana en curso presenta un riesgo alto o extremo de incendios forestales. El mapa se cubre, con el paso de los días, de tonalidades amarillentas, anaranjadas y rojizas que denotan peligro y cubren, el domingo 27 de julio, la práctica totalidad de la península. 

El calor, el viento extremo y la sequía prolongada son los principales motivos de que las chispas prendan y el fuego se propague con rapidez, como se ha visto en los últimos días en Castilla-La Mancha o Castilla y León

Pero los de la pasada semana no han sido los primeros —ni serán los últimos— de este 2025. Según los datos provisionales del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), que llegan hasta el 13 de julio, en España se habrían producido en lo que llevamos de año 1.144 incendios forestales y 2.486 conatos. 

En todo el territorio habrían ardido ya más de 24.133,26 hectáreas de superficie forestal, y aún no nos encontramos ni en el ecuador del verano. Y, como todos los años, empieza a flotar en el ambiente la misma pregunta: ¿y ahora, qué?

La delicada situación hídrica de todo el país hace que la memoria ecológica de la vegetación que queda tras un incendio se torne compleja: la "estrategia de los árboles para recordar estímulos ambientales o situaciones", incluso tras ser pasto de las llamas, se debilita.

Porque, según el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), "la sequía ha sido demasiado severa" como para que su memoria se ponga en marcha de la misma manera que haría en una situación normal. 

¿Los árboles recuerdan?

Desde el CREAF recuerdan que la memoria ecológica de los árboles tiene mucho que ver con su incapacidad de moverse como seres vivos… y con la evolución. "Han desarrollado estrategias propias para hacer frente a situaciones ambientales desfavorables" para "sobrevivir a situaciones extremas". 

Y uno de los resultados de la evolución arbórea no es otra que "la capacidad de los ecosistemas de recordar estímulos o situaciones como la falta de agua o el calor extremo, y aprender a responder adaptándose a los cambios", indican desde la entidad.

Efectivos en el incendio forestal de Ibi. Consorcio Provincial de Bomberos Europa Press

Son muchos los casos en los que esta memoria ecológica es beneficiosa. Pero, matizan desde CREAF, "estos procesos no siempre son suficientes cuando los cambios son drásticos e intensos".

Porque, añaden, "el nivel de sufrimiento histórico condicionará la capacidad de estos árboles para hacer frente a perturbaciones y adaptarse a nuevas situaciones". Así, puede suponer un problema a la hora de recuperarse de una nueva sequía o de "rebrotar después de un incendio".

La lluvia no basta

El problema está, como explica el estudio Paisajes cortafuegos de WWF, hoy en día los incendios forestales en la península ibérica son menos numerosos que en el pasado, pero son "más grandes, virulentos y difíciles de apagar". Lo que, explica la oenegé ecologista, agrava "las consecuencias ambientales y sociales" que puedan tener.

Si bien las precipitaciones de la pasada primavera fueron abundantes en buena parte del país, desde el CREAF insisten en que "los efectos de una sequía en el bosque no desaparecen de inmediato cuando vuelve la lluvia".

Por eso, aseguran que "muchos árboles continúan debilitados por la falta de agua acumulada durante los últimos años".

Esto, dicen desde el centro de investigación, provoca que el arbolado "recuerde el desgaste por el estrés hídrico" de temporadas anteriores, que fue especialmente intenso en regiones como Cataluña. 

Menos semillas, menos árboles

Desde el CREAF explican el efecto cascada de la memoria —o falta de ella— ecológica de los árboles derivada de la sequía. Y lo hace a través de la situación de los bosques y montes catalanes. 

En la región, el centro de investigación realiza muestreos de forma regular en varias de las parcelas del Inventario Forestal Nacional (IFN).

"A raíz de la sequía de los últimos años, se ha visto que la producción de piñas de los pinos ha descendido en picado, y muchas no llegan a ser maduras", cuentan.

Medios actúan contra un incendio forestal en Ávila. Raúl Sanchidrián EFE

Esto, indican los investigadores, se traduce en "menos piñones disponibles para germinar" y, por ende, "los pinares tendrán menos capacidad para regenerarse después de un incendio".

Sin embargo, el CREAF plantea que "tener menos semillas puede ser positivo". Y lo explican: "Si crecen menos árboles, habrá menos competencia por el agua entre ellos y la dinámica del bosque será más equilibrada".

Asimismo, indican que "este crecimiento más espaciado entre los árboles puede dar lugar a una estructura forestal más resiliente frente a nuevas perturbaciones".

Gestión forestal adaptativa

Precisamente para que los bosques y montes españoles sean más resilientes y se adapten mejor a las nuevas realidades que acompañan al cambio climático, desde el CREAF proponen darle una vuelta de tuerca a la gestión forestal del país. 

Por eso, apuestan por la adaptativa, es decir, aquella que "tiene en cuenta la historia reciente de un bosque y todas las perturbaciones que ha sufrido, como las sequías".

Esta estrategia de gestión, dicen, "busca aprender y adaptarse a los contextos de incertidumbre promovidos por el cambio climático". 

Este proceso flexible de toma de decisiones se basa en la evidencia científica y el seguimiento de las prácticas de gestión. Desde el CREAF concluyen: "La clave está en ajustarlas de manera continua para hacer los bosques más resilientes a nuevos escenarios ambientales".