Las aulas de finales de los 70 estaban marcadas por el olor a tabaco y la neblina espesada de un centenar de almas con el cigarrillo encendido. Las de la década en la que vivimos han cambiado una adicción por otra que, en demasiadas ocasiones, pasa desapercibida: los smartphones, portátiles y tablets, constantemente conectados a internet y que distraen, como hacía antes, la calada, a los alumnos.
El iPhone, ese primer teléfono inteligente, nació en 2007. Una década después, recuerda Miguel Ángel Martínez-González, médico y experto en Salud Pública, "muchos padres y madres notaron un cambio radical en sus hijos". Y se pregunta, en la introducción de 12 soluciones para superar los retos de las pantallas (Planeta, 2025): "¿Se habían vuelto estos críos adictos a las pantallas que —tan cándidamente— les habían regalado?".
La respuesta, como argumentan numerosos estudios, sería un sí casi rotundo. Según uno realizado por el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad y Digital Future Society, los jóvenes tienen un problema con la conexión a internet y las redes sociales.
Y las cifras lo corroboran: al 44,6% les quita tiempo de estudio, al 12,9% le ha reducido el tiempo dedicado a salidas culturales, un 9,4% pasa menos tiempo con sus amistades y un 26% reconoce estar bastante o mucho tiempo solo desde que usa dispositivos tecnológicos.
Además, el informe asegura que "existe un 11,3 % de personas entre 15 y 24 años que se encuentran en riesgo elevado de hacer un uso compulsivo de servicios digitales, un 33% en el caso de tener entre 12 y 16 años, un problema que se traduce en posibles problemas de salud mental".
La salud mental tambalea
Esta situación, con el añadido de los contenidos perniciosos para los menores que se extienden como la pólvora por la red, se ha convertido en toda una alerta para la salud pública. Y es eso, precisamente, sobre lo que Martínez-González reflexiona en su libro, que se presenta como una suerte de guía práctica para familias, docentes y, en realidad, cualquier persona que tenga un niño en su entorno.
Y es que, como escribe el experto, no habría "ningún psiquiatra que no esté asustado de los daños que se estaban viendo en los jóvenes, cada vez en edades más precoces". Porque, recuerda, "la salud mental en los menores se tambalea globalmente". Y las familias no son "impotentes para detener el daño".
Él, asegura en el texto, confía y tiene esperanza, porque "la familia es más fuerte" que el monstruo creado con la tecnología que acecha a los jóvenes. Pero "hay que proporcionarle […] argumentos y recursos para que esa esperanza se difunda y logre transformar la estructura social actual".
Cómo evitar esta situación
En su libro, Martínez-González ofrece una lista clara y simple, basada en su experiencia y en la evidencia científica, para poner freno al poder de las pantallas en la vida de los menores, pero también de los adultos:1. Gánate la autoridad moral a base de ser ejemplar.
2. Pregunta a tus hijos, uno a uno, sin miedo, a solas.
3. Pacta normas muy claras y concretas de uso de las tecnologías.
4. Instala un sistema eficaz de control parental.
5. Limita a zonas compartidas los dispositivos con conexión a la red.
6. Establece un toque de queda digital.
7. Pon un parking de móviles y otros dispositivos.
8. Cancela notificaciones, evita el phubbing y cuenta tu tiempo de uso.
9. Haz planes familiares divertidos con "ayuno de dopamina".
10. Fomenta deportes, actividades al aire libre y el cara a cara.
11. No des el smartphone a tu hijo antes de los 18 años.
12. Alíate con los padres de los amigos de tus hijos.
Más machismo, peor salud
Uno de los problemas que más preocupan hoy en día a los expertos en salud mental y docentes es el auge del consumo de pornografía a edades cada vez más tempranas —los estudios sitúan entre los 8 y 9 años la edad de inicio de consumo en España—. Y razón no les falta.
El último estudio Agresión sexual en niñas y adolescentes según su testimonio, de la Fundación ANAR, asegura que está habiendo un repunte en este tipo violencia y que "lo tecnológico" está en el punto de mira. Y es que dejar en manos de la pornografía a un clic de distancia la educación sexual está provocando que las manadas y los menores agresores vayan en aumento.
Según la fundación, las violaciones grupales representan el 10,9% del total. Además, el 1,7% de los agresores sexuales tiene menos de 9 años y el 2,3%, entre 10 y 12.
"En esas edades tan tempranas, lo que están haciendo los niños es replicar algo que han visto o que han vivido, probablemente un abuso sexual que han vivido ellos en algún momento dado que no se ha abordado adecuadamente, que no ha tenido un espacio terapéutico", indica la directora de las Líneas de Ayuda de la fundación, Diana Díaz.
Al respecto, la investigadora en neurociencia y socioeducación, Tania García, indica en una entrevista con ENCLAVE ODS, que "su cerebro ha normalizado esta violencia y la reproduce". Y lo explica: "Cuando unos adolescentes de 15 años violan entre cinco a una niña de 10, han tenido que normalizan esta situación, han tenido que asumir que esto es posible y ético. Para ello, ha habido un abandono en la forma en la que les hemos educado, algo ha fallado".
Esto tiene que ver con lo que explica Mar España, directora de la Agencia Española de Protección de Datos, a ENCLAVE ODS, quien asegura que "se está moldeando nuestro comportamiento de forma inconsciente y nuestro pensamiento ya no es una riada, es un tsunami". Y lo argumenta: "No se puede dar un smartphone a los 9 años, se pasa de creer en los Reyes Magos a consumir porno". Un entorno en el que se muestra un sexo ficticio donde la práctica central es "dar satisfacción al hombre".
De los TCA al suicidio
El fácil acceso a la pornografía y al contenido violento son un peligro de llevar internet en el bolsillo las 24 horas del día. Otro, como recuerda el psicólogo clínico especialista en prevención de la conducta suicida en la infancia y adolescencia, Francisco Villar Cabeza, es que las redes sociales son "adictivas", y los algoritmos están pensados precisamente para ello.
Villar asegura que la mayoría de los "chavales" a los que trata en el Programa de Atención a la Conducta Suicida del Menor, del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, apuntan a las redes e internet como su principal fuente de "malestar". Esto, explica el periodista de The New York Times, Max Fisher, en su libro Las redes del caos (Península, 2024), tiene una explicación: la dopamina.
Esta, cuenta, "crea una asociación positiva con el comportamiento que haya provocado su liberación, y nos entrena para repetirlos". El problema está en el momento en que la dopamina acaba "secuestrada" por el "sistema de recompensas" por el que funcionan las adicciones.
En ese momento, asegura Fisher, este neurotransmisor "puede obligarte a repetir comportamientos autodestructivos". De esta forma, continúa el estadounidense, la dopamina acaba instando a las personas a "apostar una vez más" o a "tomarse otra copa". O, como en el caso que nos atañe, "a pasar horas en una aplicación". Todo ello incluso si la actividad "nos hace infelices".
Así, muchos jóvenes, indica Martínez-González en su libro, acaban atrapados también por influencers y páginas que promueven los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), que se muestran como la solución eficaz para alcanzar unos determinados estándares de belleza.
El problema, indica el último estudio de la Fundación ANAR —publicado el 1 de abril—, sobre el impacto de la tecnología en la infancia y la adolescencia, radica en que el 56,4% de los casos analizados realiza un "uso inadecuado" del mundo digital. Y ahí está el quid de la cuestión, pues deriva en comportamientos adictivos, violentos o depresivos.
No obstante, la tecnología es una herramienta necesaria para el bienestar general. Aunque, como indica, Benjamín Ballesteros, director técnico de la fundación, "cada vez hay más sufrimiento vinculado al uso inadecuado y, en muchas ocasiones, ese sufrimiento está silenciado o es desconocido por su entorno, por lo que debemos protegerlos".
