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La nueva deportación de 17 migrantes venezolanos a El Salvador por parte de la Administración Trump, y su reubicación en el Centro de Contención de Migrantes (Cecot), pone de manifiesto un uso arbitrario y despiadado del poder estatal que vulnera los derechos humanos bajo el pretexto de la seguridad nacional.

Lo mismo sucedía a inicios del siglo XX con el Centro de Detención de Guantánamo —ubicado en Cuba pero administrado por Estados Unidos—. Ambos hervideros de prácticas de detención extrajudicial, condiciones inhumanas y aislamiento prolongado que se sienten como un déjà vu de las prácticas del pasado

Esta retórica de situación de crisis o conflicto como elemento excusante para suprimir las libertades individuales aún continúa vigente en nuestros días. Una evidencia más de que quizás no hayamos aprendido nada del horror experimentado en la Segunda Guerra Mundial; como el que les tocó vivir a los japoneses en el campo de internamiento de Honouliuli, en Hawái (EEUU).

La amalgama de islas distinguidas por ostentar paisajes volcánicos, playas policromáticas y selvas tropicales sin igual, esconde en sí misma un secreto que desafía la bondad y el entendimiento humano. 

Entre árboles koa haole y variaciones insólitas de vegetación frondosa se esconde una vasta extensión de tierra al oeste de Oahu, de unas 50 hectáreas, que solía ser cobijo de los inmigrantes japoneses recién llegados al archipiélago del Pacífico Central. Armados de ilusión y en busca de una nueva vida, los gannenmono —la primera generación de inmigrantes japoneses en Hawái— cultivaban las cañas de azúcar y piña.

Sin embargo, más tarde que pronto, esta localidad dejaría de ser una zona virgen más de las islas hawaianas para convertirse en un verdadero purgatorio. Una observación detenida y minuciosa pone al descubierto aquellos vestigios de hormigón y alambre metálico que evidencian la existencia de un campo de internamiento en lo que muchos llaman el edén de la naturaleza. 

Honouliuli, también conocido como Jigoku Dani, fue erigido en 1943 como el mayor centro de reclusión en Hawái durante el tiempo que duraría la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Pero, ¿qué fue lo que realmente hizo que unas islas prácticamente aisladas del orden mundial fueran protagonistas de tal brutalidad?

El asalto inesperado

El domingo 7 de diciembre de 1941 la totalidad del globo se despertó envuelto en una espiral de violencia que lo acompañaría durante casi toda la década. La aviación japonesa lanzó un bombardeo masivo sobre la base naval de Pearl Harbor, propiedad de Estados Unidos, que se saldó con cerca de 2.400 vidas.

El objetivo nada menos que destruir la flota estadounidense del Pacífico, y evitar así que el gigante americano interfiriera en las operaciones militares japonesas en el sudeste asiático. Dicho 'día de ignominia' no solo fue el gran catalizador que empujó a los yankees a entrar en la segunda gran contienda, sino que además trajo consigo un inmediato rechazo a cualquier símbolo japonés en territorio estadounidense.

Soldados de la marina estadounidenses al lado de aviones incapacitados. Mientras, al fondo de la imagen, se aprecia la explosión de uno de los navíos. U.S. Navy Wikimedia Commons

Comenzó entonces una persecución masiva por el continente y las numerosas islas de Estados Unidos hacia todos aquellos japoneses, y estadounidenses-japoneses, considerados "extranjeros enemigos". El temor a un posible sabotaje antiamericanista influyó en que los individuos nipones fueran tildados de sospechosos de espionaje y desobediencia de la ley.

Sin embargo, dicho rechazo iba fraguándose ya desde 1924. En este año el Congreso Estadounidense aprobó la Ley de Exclusión Asiática que cortaba de raíz la inmigración japonesa pionera al continente americano, así como al resto de sus territorios; que a inicios de 1900, ya constituía el 40% de la población en las islas hawaianas. 

En suma, denegaba el derecho a la ciudadanía a esta estirpe inicial de inmigrantes y les situaba en un callejón sin salida. Seguidamente, en 1936, el ejecutivo Franklin D. Roosevelt, inquieto, instó a los militares a escribir una lista de "aquellos que serían los primeros en ser enviados a un campo de concentración en caso de problemas".

El principio del fin

El mismo día del ataque a la base naval estadounidense se implantó la ley marcial, que estaría vigente hasta el 24 de octubre de 1944. Como consecuencia, en los meses consecutivos, empresarios, sacerdotes, políticos, y periodistas japoneses residentes en el continente americano, así como en Hawái, fueron detenidos, interrogados y posteriormente despojados de sus libertades civiles en campos militares de trabajo. 

Mientras en el continente estadounidense la política de internamiento fue directa y generalizada, con más de 120.000 nipones encarcelados; en las islas hawaianas, sin embargo, el proceso fue más minucioso.

Con la intención de no desestabilizar la economía insular, en el archipiélago del Pacífico Central se celebraron juicios ilegítimos para evaluar la culpabilidad de los nipones con respecto a posibles subversiones a los Estados Unidos de América. En un inicio, fueron detenidos más de 2.500 estadounidenses de origen japonés, además de 100 europeos —de Alemania e Italia—. 

Vista panorámica de Honouliuli, 1940. R. H. Lodge. Cortesía del Centro Cultural Japonés de Hawái

Todos los capturados fueron trasladados a distintos campos de reclutamiento, bien en el continente —California, Wyoming, Utah, Arkansas, entre otros—, bien en Hawái. Concretamente, en el archipiélago volcánico se establecieron hasta 17 localidades con la intención de retener a japoneses niseis —inmigrantes de segunda generación— y a japoneses-estadounidenses.

Desde juzgados locales hasta cárceles improvisadas en distintos condados, incluyendo un gimnasio en una plantación de Kauai y la Escuela Independiente de Lengua Japonesa de Hilo, fueron testigos de la inhumanidad acontecida. En suma, se erigió un campo de detención transitorio en Sand Island hasta que en marzo de 1943 se construiría en el área de 'Ea, cerca de Waipahu, el Valle del Infierno o Honoliuli

Alrededor de 4.000 prisioneros de guerra —tanto del Frente Europeo como del Frente Pacífico—, y 400 civiles tuvieron que detener abruptamente su vida para quedar relegados a una rutina entre barracones prefabricados y tiendas de campaña.

Hombres, mujeres y niños hacinados, malalimentados y sometidos a temperaturas abrasadoras, que desde 1943 hasta 1946 se vieron obligados a desempeñar trabajos forzosos para evitar la muerte, como consecuencia del racismo institucionalizado prevaleciente en la época.

Un perdón vacío

Sin embargo, con el fin de la contienda, se demostró que ningún nipón ni japonés-estadounidense fue realmente probado como espía y que, de la misma manera, cualquier boicot japonés originado en Hawái antes del bombardeo fue desestimado

Además, como consecuencia de las acciones del 442º Regimiento de Combate 'Nisei', así como del 100º Batallón de Infantería —grupo de combate compuesto únicamente por nipones que lucharon en representación del país americano durante la II GM—, las restricciones en Hawái ya desde 1945 fueron reduciéndose.

A la izquierda, soldados del 100º Batallón de Infantería recibiendo entrenamiento para el uso de granadas, 1943. A la derecha, dos guardias y abanderados del 442º Regimiento de Combate 'Nisei' permanecen firmes mientras se les leen sus menciones, 1944. U.S. Army

Un hecho que facilitó la condición de estado a estas islas en 1959; y que antecedió a la aprobación de la Ley de Libertades Civiles de 1988, marco en el que el Gobierno yankee se disculpó por su pasado. 

Pese a tratarse de testimonios acontecidos hace más de 80 años, estas historias de vida fueron olvidadas y marginadas a un segundo plano. No fue hasta el 2002 cuando los voluntarios del Centro Cultural Japonés de Hawái (JCCH) descubrieron la verdad de lo ocurrido.

A posteriori, se llevaron a cabo varios proyectos de financiación con subvenciones del Servicio de Parques Nacionales por el centro educativo "para honrar a los encarcelados en el campo de internamiento de Honouliuli y a todas las personas de ascendencia japonesa arrestadas y detenidas en todo Hawái durante la Segunda Guerra Mundial", tal y como indican en el proyecto Descubra a los Nikkei, del Japanese American National Museum. 

Una ilustración real hecha por un detenido japonés-americano en la década de 1940, donde se refleja el campo de internamiento de Honouliuli Dan Toru Nishikawa Cortesía del Centro Cultural Japonés de Hawái

En el año 2015, el presidente Barack Obama otorgó el título de Monumento Nacional al centro de Honoliuli, que fue rediseñado cuatro años más tarde con la intención de abrirlo al público como espacio de reflexión, preservación de la memoria histórica y rememoración sobre lecciones de justicia y tolerancia.

Ryan Kawamoto fue elegido para dirigir un documental breve que sirviera como ventana reveladora del pasado para poder sacar a la luz este relato oculto de heroísmo y persecución. Bajo el título de The Untold Story, este director de cine indicó como "historias no contadas de la experiencia del internamiento en Hawái seguirán apareciendo en los años venideros y que las lecciones del pasado siempre deberán compartirse con las generaciones futuras".

Se evidencia así como el paisaje, la negligenica y el desdén constituyen parte del sombrío periodo de discriminación que enterraron durante décadas en el olvido el sufrimiento y control social vivido.