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Aunque el sudeste asiático es famoso por los bajos niveles de reciclaje, hay una pequeña isla que resiste a la contaminación. La gestión de residuos es un reflejo de la estrategia de limpieza que ha conseguido Singapur y lo que le ha posicionado como un referente. Esta pequeña ciudad-Estado, separada del continente, genera virtualmente cero basuras.  

Según la Agencia Nacional del Medio Ambiente, en 2023, Singapur tuvo 6,86 millones de toneladas de residuos sólidos, de las cuales se recicló el 55%. Estas cifras son remarcables. Para poner en perspectiva, España recicló el 35% y la UE un poco más del 44%.

Eso sí, los datos también evidencian otros retos que deben afrontar: solo el 5% de los plásticos fueron reciclados, en contraste con el 99% de los metales ferrosos. Este desequilibrio pone de manifiesto la necesidad de seguir invirtiendo en innovación y educación para terminar con ese problema.

Pero lo que no se recicla, se transforma. La clave de Singapur en la gestión de sus residuos son sus plantas de incineración de alta tecnología. No solo reducen el volumen total en un 90%, sino que generan energía a partir de ellos. Y es que al menos el 3% de la energía total del país se ha producido de esta fuente. 

Mediante un proceso controlado, los desechos se queman a unos 1.000 grados centígrados, generando vapor que alimenta a unas turbinas para producir electricidad. Además, cuentan con sistemas avanzados de filtrado de gases para minimizar las emisiones contaminantes. Las cenizas resultantes las trasladan a una isla artificial: Semakau Pulau.

Una isla vertedero

Este islote situado al sur de Singapur, Semakau Pulau, ha sido transformado en un vertedero ecológico que combina gestión de residuos y conservación ambiental. Se trata de un vertedero marítimo único de su tipo y se extiende sobre 350 hectáreas, con una capacidad para albergar hasta 63 millones de metros cúbicos de materia desechable.

A diferencia de los tradicionales, este ha sido diseñado para minimizar el impacto. Conectaron la isla de Semakau, de donde los residentes se habían retirado, con la isla de Sakeng. Construyeron un dique circular de siete kilómetros de largo, rodeando la parte del mar entre las dos islas, y crearon un espacio para arrojar la basura. Comenzó a funcionar en 1999.