A los 40 años, Feliciano López hizo algo increíble, una exhibición de corazón y garra, la última obra de un tenista enamorado de la competición por países más importante del mundo. El domingo, el toledano remontó 2-6, 6-3, 6-4 a Andrey Rublev y puso el 1-0 en eliminatoria de las finales de la Copa Davis entre España y Rusia. A continuación, Pablo Carreño intentará meterle mano a Daniil Medvedev con la tranquilidad de saber que La Armada tiene un punto en el bolsillo. [Narración y estadísticas]

Rublev conquistó el arranque con comodidad. El ruso, número cinco mundial, buscó la victoria a estacazos, pegándole a la pelota con furia y rabia, mucha mala baba. Castigando las subidas de López a la red, pura potencia para deshacer las piruetas del español en la media pista, Rublev tomó ventaja y apretó el puño en territorio enemigo, con más de 8.000 personas diciéndole de todo y dejándose la voz para levantar al español.

Entonces, las cosas cambiaron radicalmente y López firmó una tarde antológica. 

“¡Feliciano! ¡Feliciano! ¡Feliciano!”, gritó la gente mientras el tenista se golpeaba el pecho para celebrar una volea imposible que le acercó a su primer break del partido, con el que se colocó por delante (4-2). En volandas, protegido por los cánticos de un Madrid Arena abarrotado, López vivió un momento fantástico, casi un trance, que le llevó a ganar la segunda manga y a plantarse en la tercera con los colmillos ensangrentados.

Cuando Rublev se quiso dar cuenta de lo que pasaba, lógicamente, era demasiado tarde. López estaba camino de conquistar uno de los mejores partidos de su carrera con una actuación colosal en la red ante un rival 16 años más joven que él. Una barbaridad.