París (enviado especial)

Abran las puertas del Olimpo, apártense y dejen paso al nuevo dueño. Ocurrió en el mismo sitio de siempre, como no podía ser de otra manera. En la pista que vio al niño convertirse en campeón y al campeón romper la historia una vez tras otra para dejar atrás lo que significa ser leyenda. En la Philippe Chatrier, el lugar más importante de su carrera, Rafael Nadal ganó su decimotercer título de Roland Garros al arrasar a Novak Djokovic (6-0, 6-2, 7-5) y empató a Roger Federer en número de torneos del Grand Slam (20). Simplemente irrepetible. [Narración y estadísticas]

“Estar aquí es una inspiración para mí”, acertó a decir Nadal justo después de sumar su victoria número 100 en Roland Garros. “Aquí he pasado los mejores momentos de mi carrera. Este torneo, la ciudad el público... lo significa todo para mí”, continuó el mallorquín. "Realmente no estaba pensando en igualar a Federer. Mi mente estaba centrada en ganar Roland Garros", confesó. "Quiero felicitar a Djokovic por el gran torneo que ha hecho. En Australia [2019] le tocó a él y hoy me ha tocado a mí. Espero que podamos seguir teniendo estas batallas durante muchos años”.

Ven a jugar viejo enemigo. Esta es la pista de mi vida, por mucho que esté cubierta como consecuencia de la lluvia. Esto es tierra batida. Esto es Roland Garros. Y yo voy a morir aquí si es necesario para ganarte.

Con ese mensaje recibió Nadal a Djokovic en la final tras propinarle un 6-0 en el primer set. La paliza en el marcador, sin embargo, no reflejó lo que ocurrió en la pista porque los dos rivales disputaron puntos muy importantes, y Nadal se los llevó todos. Para hacerse con el título, el español cumplió al dedillo el plan que había trazado con sus entrenadores el día anterior: salió a la final con la confianza de verse ganador, dejando atrás que Nole le había derrotado en 14 de los últimos 18 partidos disputados entre ambos, consiguió jugar con profundidad la mayoría de sus golpes para mantener al serbio lejos de la línea de fondo, negándole el control de los peloteos, y encontró los paralelos con su drive cruzado, un arma que cualquier ladrón se llevaría al asalto de la mejor caja fuerte del mundo.

“No ha sido un 6-0 rápido”, dijo luego Nadal, cuando el título ya le pertenecía. “Djokovic ha tenido puntos de juego al principio, ha tenido un punto de break con 0-3, ha perdido el siguiente juego ganando 40-0… No vamos a engañarnos y pensar que las cosas son como el resultado dice. El partido ha sido igualado, como exige el escenario y el rival”.

Sin necesidad de tanteo tras una rivalidad construida sobre 55 partidos, la más extensa de siempre, Nadal y Djokovic se enzarzaron desde el principio en un combate de reglas claras: adelante caballeros, pueden matarse a puñetazos hasta que sólo quede uno en pie, y recuerden que vale absolutamente todo, mordiscos en el corazón incluidos.

Así, desde las entrañas, poniendo el sudor del esfuerzo infinito como tributo de la victoria, Nadal protagonizó un cruce superlativo. Para evitar que Djokovic se acomodase, Nadal acertó cambiando el ritmo de los intercambios y la altura de sus tiros. Con esa táctica de academia, básica y complicada a la vez, el español consiguió desconcertar a menudo al serbio, impidiéndole jugar a la misma velocidad. Ahí va un latigazo, ahí un ángulo corto. Ahí va una bomba, ahí un globo de agua. Ahí va un tortazo sordo, ahí un pellizquito.

La iniciativa, ese bien tan preciado en un cruce entre dos animales competitivos, le perteneció constantemente al español. No fue casualidad: el número uno, un defensor sin agujeros negros, se vio desbordado cuando Nadal abrió la pista con su revés cruzado para ponerle a correr, sacándole de posición, y remató el punto con su derecha.

Si el primer parcial fue una exhibición, el segundo estuvo cerca. Sin dar señales de debilidad, Nadal devoró cada rincón de la pista ante un rival desorientado, débil, obcecado en utilizar las dejadas como un plan que su contrario anuló sin pestañear.

“Hoy he hecho demasiadas cosas bien y quizás le he empujado a cometer errores”, reconoció después de la final el número dos mundial. “Todo lo que podía hacer lo he hecho prácticamente perfecto, menos en un momento del tercer set. Es lógico que no se pueda mantener siempre ese nivel”, prosiguió. “Pero hoy sí creo que es más mérito mío que demérito suyo el resultado. Durante dos sets y medio, ha sido una de las mejores finales que he jugado en Roland Garros. Eso es una realidad”.

Una peligrosa reacción de Djokovic puso al español en alerta al comienzo de la tercera manga, pero fue algo que quedó en nada: el serbio recuperó el break de su contrario (de 2-3 a 3-3) y enseñó las garras para intentar metese en la final, pero Nadal le rompió esas ilusiones siguiendo la misma línea que había llevado desde el inicio.

Así remató el mallorquín una tarde para la historia: con un dominio colosal en una pista cerradaque le abrió las puertas para levantar otro título más.

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