Un milímetro puede cambiar la historia del tenis. 

Novak Djokovic acaba de ver cómo el Ojo de Halcón le ha negado la oportunidad de transformar la primera de las tres bolas de set que tiene en su partido de octavos de final del US Open. Pablo Carreño, que se enfrenta a un peligroso 4-5, 0-40, ha conectado una derecha paralela muy justa. Nole cree que es fuera, casi busca la toalla con la mirada para irse a sentarse al banquillo con el parcial en el bolsillo, pero el español confía en que ocurra un milagro que le permita seguir con vida, exactamente lo que sucede: la revisión de la jugada muestra que la pelota ha tocado la línea por apenas un milímetro. El primer punto de Carreño de una racha de siete seguidos (de estar 4-5, 0-40 a sacar con 6-5 por la primera manga) es también el primer paso hacia la autodestrucción del número uno mundial. La escalada de frustración de Djokovic se cierra con el pelotazo a la juez de línea que le cuesta la expulsión del torneo y arrastra una consecuencia inmediata: habrá un campeón nuevo de Grand Slam por primera vez desde Marin Cilic en el US Open de 2014.

“Obviamente, fue un momento muy tenso para todos los involucrados”, se arrancó el domingo por la noche Soeren Friemel, el juez árbitro del torneo. “Es esencial que los hechos sean correctos. Esa es la razón por la que tuvimos una conversación más larga con la juez de silla y el supervisor de Grand Slam. Le dimos al jugador el derecho a declarar todos los hechos”, prosiguió. “No creo que hubiera ninguna posibilidad de que se tomara otra decisión que no fuera la descalificación de Novak porque todo estaba muy claro: la juez de línea se encontraba claramente herida y él golpeó esa pelota de manera imprudente. Djokovic nos dijo que no había sido su intención, que no lo hizo a propósito, por lo que no debería ser descalificado. Todos estábamos de acuerdo en que no lo hizo a propósito, pero los hechos siguen siendo que golpeó a la juez de silla y que ella resultó herida”.

Los efectos deportivos son mucho peores que los económicos para Djokovic. El serbio, que se enfrenta a una multa de más de 250.000 dólares (el dinero que había ganado hasta los octavos de final y la sanción por no atender a los medios de comunicación tras el encuentro), tiene otro problema más importante por delante: el impacto anímico que tenga el incidente en el serbio, que el próximo lunes debería estar en Roma para jugar en el Foro Itálico el Masters 1000 que antecede a Roland Garros (del 21 de septiembre al 11 de octubre).

Está claro que el plan de Nole ha quedado hecho trizas. El serbio decidió jugar el US Open pensando en aprovechar las ausencias de sus dos grandes rivales (Rafael Nadal y Roger Federer) para sumar 18 grandes y acercarse al español (19) en la carrera por ser el mejor tenista de todos los tiempos (la domina el suizo con 20). Con suerte, debió pensar el serbio, llegaría a París lanzado por la victoria en Nueva York e imbatido (antes de jugar con Carreño sumaba 26 victorias en sus 26 partidos de 2020). Dos razones para discutirle la Copa de los Mosqueteros a Nadal, por muy favorito que sea el español cada vez que pisa la tierra batida.

Eso es agua pasada: Djokovic tiene una larga pelea con sus demonios de la que solo el tiempo desvelará si sale ganador o si le cuesta una crisis mental que ponga en juego su granítico dominio del circuito.