—¿Cómo te sientes?

—Muy contento. No esperaba estar en octavos de final después de todo lo que he pasado. Para mí, es un regalo. Todavía no me lo acabo de creer.

Cuando Pablo Andújar supera la tercera ronda del Abierto de los Estados Unidos (6-4, 6-3 y 6-2 a Alexander Bublik), y se clasifica por primera vez para los octavos de final de un Grand Slam, se acuerda inevitablemente del dolor diario, de las dudas sobre la continuidad de su carrera y del miedo a llegar al final del túnel sin haber disfrutado del viaje. Esta es la historia que demuestra una verdad con canas y arrugas: hay pocas cosas más seguras en la vida que trabajar poniendo el corazón por delante.

En 2018, Andújar tomó la decisión de llevarse a su familia al Abierto de Australia. El español, fuera de los 1700 primeros jugadores de la clasificación después de pasar tres veces por el quirófano y estar dos años parado como consecuencia de una lesión en el codo derecho, accedió al cuadro final del primer grande del año usando el ranking protegido, y decidió viajar acompañado de su mujer y su hijo porque estaba convencido de que podría ser su última vez, y quería vivirlo acompañado de los suyos.

Andújar, lo demostró el tiempo, estaba muy equivocado.

Aunque se despidió de Melbourne a la primera, eliminado por Ernesto Escobedo, el español ganó en abril un título de categoría Challenger en Alicante y una semana más tarde celebró en Marrakech el cuarto título de su currículo, antes de terminar ese 2018 con otras dos conquistas en el circuito Challenger (Florencia y Buenos Aires). Para entonces, Andújar estaba de vuelta al Top 100, firmando una ascensión de 1591 puestos en menos de un año y recuperando una confianza arrebatada a golpes.

Por eso, cuando el pasado martes Andújar venció a Kyle Edmund en la primera ronda del Abierto de los Estados Unidos, el círculo se cerró: el conquense no festejaba una victoria en un grande desde Wimbledon 2015 (cuatro años) y en Nueva York recogió lo que sembró con una perseverancia granítica durante los peores momentos de la lesión, rompiendo primero esa barrera y saltando después de la de la segunda semana de competición.

“He sentido una felicidad enorme al ganar”, reconoció Andujar el sábado. “Estaba muy contento, pero sin creerme lo que había hecho. No acababa de entender que estaba en la segunda semana de un Grand Slam, y creo que todavía estoy un poco desubicado”, aseguró el español. “Es todo un poco nuevo para mí. Entro al vestuario y cada vez hay menos gente, son todo nombres importantes, son jugadorazos. Verme ahí con ellos es un orgullo, y tengo que valorarlo y disfrutarlo”.

“Estoy contento por él porque nos conocemos desde muy pequeños”, dijo Rafael Nadal tras lograr su clasificación para octavos (6-3, 6-4 y 6-2 al coreano Chung). “Pablo ha tenido problemas importantes en el codo, pero cuando está sano demuestra que es capaz de jugar a un gran nivel. Cada vez que ha vuelto de lesiones, se ha situado al nivel en el que estaba antes, y no por estar lesionado lo ha perdido”, prosiguió el balear, al que ahora le espera Marin Cilic, vencedor 7-5, 3-6, 7-6 y 6-4 a John Isner. “Esto significa que tiene su nivel de tenis totalmente interiorizado. Y que tiene la ilusión y la pasión por seguir haciendo lo que le gusta. Tiene un gran mérito”.

Andújar tiene 33 años. Ha sobrevivido a tres operaciones en el codo, ha dejado atrás mucho dolor y ha esquivado una retirada indeseada. El próximo lunes jugará los octavos de un grande por primera vez, sabiendo que pase lo que pase subirá 22 puestos en el ranking, metiéndose de nuevo entre los 50 mejores. Eso, para un jugador que tocó fondo (1824 del mundo en febrero de 2018), es una barbaridad.

“Trato de pensar en mi partido, no puedo presionarme más allá”, avisó el tenista. “No me lo merezco. Yo no soy Nadal. No tengo que presionarme. No soy el favorito, eso está muy claro”.