Rafael Nadal ya tiene algo que le faltaba. Al proclamarse campeón en Montreal venciendo a Daniil Medvedev (6-3 y 6-0), 35 Masters 1000 en las vitrinas y 83 trofeos en total, el español revalidó la corona que celebró en Toronto el año pasado y por primera vez en su carrera defendió un título fuera de la tierra batida, la superficie sobre la que ha construido su leyenda. La última barrera derribada por el campeón de 18 grandes, por supuesto, tiene menos importancia que la victoria en Canadá: Nadal, que no jugará en Cincinnati la próxima semana para descansar, repitiendo su plan de 2018, llegará al Abierto de los Estados Unidos (desde el próximo 26 de agosto) como número dos del mundo, aunque Roger Federer gane Cincinnati. Eso es un golpe encima de la mesa. Si el cuerpo le respeta, en cemento sigue siendo candidato a todo, esté quien esté al otro lado. [Narración y estadísticas]

“Él era peligroso porque llegaba al partido jugando muy bien, con muchos encuentros en las últimas semanas”, dijo Nadal sobre Medvedev nada más conseguir el triunfo. “Todo lo contrario que yo, que solo jugué tres partidos antes en cemento”, añadió el español. “Hoy he hecho muchas cosas bien: cambié las direcciones, cambié el ritmo durante los puntos, el cortado me funcionó muy bien durante todo el encuentro, jugué algunas bolas altas y luego también coloqué algunas en la línea”, enumeró. “Creo que jugué de forma inteligente. Ha sido mi mejor partido de la semana sin lugar a dudas”.

Ocho minutos y una bola de break en su primer juego de la final al saque le bastaron a Nadal para entender, sin intermediarios de por medio, qué significa jugar contra Medvedev. Hasta hoy, el español y el ruso nunca se habían cruzado, y en el arranque de Montreal disputaron tres puntos larguísimos (uno de 32 golpes) que fueron la mejor carta de presentación posible. Daniil, así juega Rafa; Rafa, así juega Daniil.

Nadal identificó pronto las virtudes que han llevado a Medvedev a colocarse como el octavo tenista del mundo, el mejor ruso de la clasificación, y uno de los alumnos aventajados de la próxima generación. A los 23 años, el tenista ha hecho carrera desde la capacidad de amurallarse tras un juego sin fisuras, ni un solo hueco por el que el rival pueda entrar. La mayoría de las veces, a Medvedev sería necesario darle con un mazo en la cabeza para hacerle fallar un punto, porque su camino hacia la victoria comienza siempre desde un número de errores bajísimo, usando el contraataque como vía directa para buscar las victorias.

Cuando la final terminó, Medvedev había sumado 22 de esos errores, una cifra impropia y altísima para aspirar a la victoria.

Así, el español necesitó poco tiempo para abrir en canal el juego de Medvedev con su habitual habilidad quirúrgica. Si el principio fue muy competido, las cosas cambiaron desde que Nadal logró un break que le colocó 3-1 en el marcador. Entonces, sorprendentemente, se terminó el partido, la final y la pelea por el título porque Medvedev bajó los brazos, se desconectó del cruce, sufrió un apagón de los que no tienen explicación.

La explicación, posiblemente, fue Nadal. El número dos del mundo desarboló al ruso jugando de mil formas diferentes, moviendo la pelota de lado a lado y aprovechando los cambios de alturas y ritmos con una perfección alucinante. En consecuencia, la final muy rápida, demasiado: Nadal se hizo con el primer set manteniendo la rotura inicial y Medvedev no volvió a ganar un juego desde entonces, encajando un 0-7 de parcial y marchándose derrotado sin haber dejado ni una de las huellas que le han convertido en la sensación de la temporada.

Fuera de Cincinnati por decisión propia, al español le quedan dos semanas para apuntalar dos cosas que le permitan asaltar Nueva York con el título entre ceja y ceja.