Londres (enviado especial)

Un pelotazo al cuerpo impulsa a Rafael Nadal. Se juega la segunda ronda de Wimbledon y Nick Kyrgios acaba de intentar pegarle un bolazo al español por el que no le pide ni disculpas. El campeón de 18 grandes, que se protege como puede con su raqueta, se gira y le sostiene la mirada durante un buen rato, pidiéndole con los ojos una explicación que nunca llega. La jugada tiene lugar en un momento crítico: el partido está empatado a un set y el mallorquín saca con 4-4 y 40-15. Tras el pelotazo, Nadal pierde el punto y cede el siguiente con una doble falta. Es 40-40. Kyrgios huele sangre. Un break es oro puro y ganar el set supone acariciar la victoria. Lo que sucede, sin embargo, es que el español saca adelante el juego y lo celebra con el puño en alto, dando un salto de dos metros que anticipa la clasificación del número dos (6-3, 3-6, 7-6 y 7-6) a la tercera ronda. Contra el rey del show, maestro de la palabrería, Nadal deja que su raqueta hable en la pista. [Narración y estadísticas]

"A veces es duro ver algunas cosas en la pista, pero prefiero no comentarlas", dice Nadal más terminar el número dos. "Ha sido un oponente difícil. Cuando quiere competir es uno de los mas difíciles con los que te puedes enfrentar", cierra el balear, citado el sábado con Jo-Wilfried Tsonga (7-6, 6-3 y 6-3 a Ricardas Berankis) por el pase a octavos.

Pasadas las 11 de la noche del miércoles, Kyrgios sigue en Dog & Fox, un conocido pub de Wimbledon, tomando algo con sus amigos y rodeado de mujeres. A esa hora, Nadal ya descansa en la casa que tiene alquilada a pocos metros del torneo, siguiendo su tranquila rutina habitual antes de jugar un partido. Las dos formas de preparar el cruce vuelven a subrayar los estilos antagónicos de ambos rivales, tan diferentes como el agua y el fuego.

El jueves, Kyrgios aparece en la central de Wimbledon con unos llamativos cascos rojos y blancos vomitando música a todo trapo en sus oídos, con los cuellos del polo levantados, con un manguito térmico en su brazo derecho y con mallas cortas debajo de los pantalones. El australiano calienta con parsimonia pero luego juega un partido muy bueno, más motivado por los arrebatos de furia que por el sentido competitivo, y se enzarza en una pelea con Damien Dumusois, el juez de silla del encuentro, que tiene un asalto en cada descanso hasta que el número 43 se centra únicamente en el choque ante Nadal.

Esto es lo que ocurre.

Consciente de que Kyrgios va a tratar de romper el desarrollo normal del partido utilizando todos los recursos que se le ocurran, provocar a la grada, discutir con el árbitro o lanzar insultos al aire sin filtro, Nadal se fabrica una burbuja para no acabar desquiciado como la última vez en Acapulco. Por eso, el español sale decidido a redoblar su autocontrol para que no le afecte nada de lo que su rival se invente, blindándose emocionalmente ante el previsible show del australiano.

Como siempre, el plan de Kyrgios pasa por martillear un saque tras otro (acaba con 29 aces) y por destrozar la pelota en cada golpe, pero también por armar un espectáculo que le permita sacar a Nadal del duelo, hacerle perder la concentración, resquebrajar el músculo más importante del número dos, que es una cabeza a prueba de bombas. Así, la fiesta del australiano empieza pronto, en cuanto ve que la victoria se le escapa muy rápido.

Con Nadal mandando 3-0 de entrada, firme el arranque del español, decidida la propuesta de volcar sus ataques sobre el revés contrario, Kyrgios decide abrir una vía alternativa para meterse en el cruce, y eso es exactamente lo que consigue, dando lugar a un combate mayúsculo al que la grada de Wimbledon asiste emocionada.

“Estoy listo para sacar y no hay nadie de pie en la grada”, le dice el australiano al árbitro después de intentar servir un par de veces y ver que su oponente no está listo para restar. “Cuando él saca, controla el tiempo. ¿Por qué tengo que esperar?”, prosigue Kyrgios, quejándose de que el mallorquín está rebasando el límite (20 segundos) para poner el punto en marcha. “Es muy lento. Es una mierda. Simplemente hace lo que le da la jodida gana”, insiste. “Tarda 40 segundos en cada saque. No me digas que juegue de manera razonable, él no juega de forma razonable”.

La descarga ayuda a Kyrgios a comenzar el segundo parcial con muchas ganas de pelear, de dar la cara, de poner sobre la pista todo lo que lleva dentro, que por supuesto es mucho. De derechazo en derechazo, quemando cada tiro, el australiano se coloca 3-0. Nadal recupera la desventaja (4-3) y su contrario vuelve a abrirla (5-3) para terminar llevándose el set, empatar el partido y hacer que todo empiece de nuevo.

“No eres nadie”, carga de nuevo durante la segunda manga el australiano contra el juez de silla, que minutos antes le sanciona por conducta antideportiva. “Piensas que eres importante y no tienes ni idea de lo que está pasando. Eres una vergüenza”, continua atacando Kyrgios mientras Nadal pierde la concentración, lo que le cuesta ceder también el set.

Entonces, el tercer parcial destapa un encuentro monumental, de poder a poder entre dos tenistas tremendos. Saltan chispas. Nadal busca hacer daño con tiros que son ganchos a la mandíbula de su oponente. Kyrgios vive de genialidad en genialidad, una dejada por aquí, un golpe ganador por allá. Llega ese 4-4 y 40-15. Llega el pelotazo del australiano a Nadal. Llega el desempate, que el balear se lleva por dos detalles. Y llega el cuarto parcial, que de nuevo exprime a los rivales hasta que el balear se hace con la victoria en otro tie-break impresionante, que doma porque juega con sangre fría y precisión.

La conclusión es la siguiente. Kyrgios puede hablar fuera de la pista y hacer todo lo que quiera dentro de ella, armar su circo particular. Al final de la tarde, Nadal está en la tercera ronda de Wimbledon y el debate se ha terminado.