Londres (enviado especial)

Por primera vez desde que entró en una crisis de juego, resultados, confianza y dudas que le ha impedido tomar el mando del circuito femenino, Garbiñe Muguruza dejó la puerta abierta a un cambio de entrenador, algo que desde fuera le ha pedido todo el mundo, pero que la tenista ha rechazado una y otra vez, defendiendo a su técnico Sam Sumyk con uñas y dientes.

El martes, la desconocida Beatriz Haddad Maia, la 121 del mundo, eliminó a la española en la primera ronda de Wimbledon (6-4 y 6-4). La derrota despidió a Garbiñe en su estreno, algo que no pasaba en un grande desde el Abierto de los Estados Unidos de 2014, pero lo más importante es que quizás dejó una herida imposible de cerrar. Por primera vez, algo cambió en el interior de Muguruza para atreverse a dudar cuando los periodistas le preguntaron por el inmovilismo con el que ha combatido los numerosos desengaños de los últimos tiempos.

“¿Es la hora de buscar otro entrenador?”, le vinieron a decir a la jugadora. “No lo sé, pero no quiero hablar de esto”, respondió cortante.

Durante los dos últimos años, Muguruza ha coleccionado decepciones de todos los colores en torneos grandes, medianos y pequeños. Desde su triunfo en Wimbledon, la española solo ha ganado tres títulos, dos de ellos menores (Monterrey en 2018 y 2019). En consecuencia, ha perdido la oportunidad de ocupar el hueco que existe en el circuito femenino para ocupar el trono, que ha ido pasando de manos sin que ninguna tenista haya sido capaz de agarrarse a la cima, y ahí está el último ejemplo de Naomi Osaka para confirmarlo.

Por condiciones, Muguruza era esa jugadora. Con una genética privilegiada, todo listo para jugar el tenis del futuro en un período donde la fuerza y la potencia valen triple, la española se atascó tras comenzar a escribir una historia brillante que pintaba todavía mejor en el futuro, y que se rompió cuando el hoy y el mañana intentaban darse la mano.

“Es un día duro”, confesó Garbiñe al despedirse derrotada el martes. “Es un poco triste estar fuera de Wimbledon porque es un torneo muy especial. Para mí, que tengo muchas expectativas de hacerlo bien, es duro”, prosiguió la tenista. “Una vez que has alcanzado resultados muy buenos y levantado trofeos la gente espera constantemente eso. Lo puedo entender, pero no es algo realista”, reconoció. “Es muy difícil estar siempre al nivel más alto”.

Hace tiempo, sin embargo, que Muguruza está muy lejos de ese nivel. Campeona de dos grandes (Roland Garros 2016 y Wimbledon 2017) y número uno durante cuatro semanas, la española empezó una caída libre en la que nunca ha amagado con ir hacia arriba, y que volvió a tener un pico descendente en Londres.

“No jugaré una temporada, dejaré la raqueta un rato y me tomaré unos días de descanso”, dijo con el rostro serio Muguruza. “Cuando sienta las ganas de volver a jugar, pues jugaré”, añadió la española, como avisando de un período de reflexión. “Hablo de un parón momentáneo. Mi idea es seguir jugando torneos, pero es cierto que al perder tan rápido te da tiempo a descansar para el siguiente torneo y recuperarte de esta mala sensación”.

Si nada cambia, no habrá pausa de ninguna clase y Muguruza volverá a la competición en San José (desde el próximo 29 de julio), tal y como estaba previsto. Si para entonces habrá tomado la decisión de mover ficha y buscar soluciones modificando las piezas de su equipo técnico es algo que solo el paso de los días podrá responder, pero hay algo evidente: Garbiñe iba camino de marcar una era y corre el peligro de pasar como una buena jugadora más, de las que tantas ha visto la historia.

A los 25 años, en sus manos está buscar una manera de arreglarlo.