Nueva York (enviado especial)

A los 25 minutos de partido, Dominic Thiem le endosa un 6-0 a Rafael Nadal y se marcha a sentarse en el banquillo tan sorprendido como su oponente. Lo que el austríaco ha logrado es prácticamente inédito. No es el imponente resultado, son las llamativas formas: muy pocas veces el número uno ha estado tan sobrepasado, tan impotente, tan falto del espíritu luchador que le ha distinguido como el mejor de todos los tiempos en carácter competitivo, garra y fortaleza mental. Entonces, ¿cómo es posible que el jugador clasificado para disputar el próximo viernes las semifinales del Abierto de los Estados Unidos sea el español? Porque con Nadal en la pista siempre hay la posibilidad de que pueda ocurrir algo imposible: la reacción del campeón de 17 grandes (0-6, 6-4, 7-5, 6-7 y 7-6 en 4h49m) le cita con Juan Martín del Potro (6-7, 6-2, 7-6 y 6-2 al estadounidense Isner) tras bordear la eliminación en un final de encuentro tremendo que gana en el alambre.

El quinto set comienza a la una de la madrugada, cuando el partido ya ha descontado más de tres horas y media al reloj en una batalla impresionante. Nadal llega al parcial decisivo condenado por un extrañísimo error al resto que le obliga a vaciarse del todo haciendo un esfuerzo inesperado. Un poco antes, el balear ha fallado un sencillo remate que le habría dejado con bola de partido (6-5 y 30-30 en la cuarta manga). Esa pelota se le ha metido en la cabeza del español y tiene un efecto venenoso: Nadal compite el tie-break descentrado y lamentándose por la ocasión perdida, lo pierde con un puñado de imprecisiones y se pone a jugar con fuego ante un contrario con la adrenalina altísima, la consecuencia de devolver el duelo al principio. 

Un 70% de humedad asfixia a los competidores en el tramo decisivo del pulso. Nadal ya lo ha probado todo en los descansos: un chaleco relleno de hielo que deja de usar a la media hora, las habituales toallas gigantescas alrededor del cuello y el ventilador que los organizadores del torneo le ponen a los pies de su banco. Thiem tampoco es ajeno a las condiciones extremas de la noche. El austríaco, que se cambia hasta tres veces los calcetines en la última manga, tan empapados tiene los pies, lucha con la camiseta fundida al cuerpo y nota cómo se le escapa la raqueta en los peloteos largos.

Los palazos de Nadal y Thiem resuenan en las paredes de una Arthur Ashe vacía, con muy poco publico, escasos los valientes que se quedan hasta el final del partido, y de esa guerra de voluntades emerge victorioso el español entre un dramático desfile de gritos y aullidos que explican la importancia del choque. Con el pase a las semifinales en un suspiro hasta el último minuto (5-5 en el tie-break decisivo), el mallorquín conquista el triunfo en ese emocionante desempate y lo celebra cruzando al otro lado de la red para abrazarse a su fantástico rival.

Antes, la paliza es tremenda, incluso tiene tintes cruentos. Nadal necesita 13 puntos para ganar el primero del partido por méritos propios, porque el otro que consigue es gracias a una doble falta de Thiem. Sin misericordia, el austríaco arranca dejándose el alma en cada golpe, ajustando sus tiros a las líneas y ejecutándolos siempre con una fuerza bruta que convierte la pelota en un bloque de hormigón con forma redonda. El español está siendo acribillado, fulminado, destrozado de arriba a abajo. No es que Nadal no encuentre la forma de contrarrestar el aluvión de su oponente, es que tampoco tiene la actitud para cambiar el rumbo de la noche.

El mallorquín deambula por la pista con los brazos caídos. Su lenguaje corporal es gélido, negativo, y en ningún momento hace pensar en que pueda darle la vuelta al primer parcial. Por eso, cuando Thiem cierra el puño se disparan todas las alarmas. El cuarto 0-6 que Nadal encaja en un Grand Slam lleva mucho peligro: las tres ocasiones anteriores que sucede (2004 contra Andy Roddick en este mismo torneo, 2007 ante Roger Federer en Wimbledon y 2015 frente a Tomas Berdych en el Abierto de Australia) el español acaba derrotado, incapaz de reponerse, entregado irremediablemente. 

Parece imposible que el Thiem que revienta a palos a Nadal sea el mismo jugador que calienta en el vestuario utilizando un rollo de papel cocina y una botella de Powerade. El austríaco, la quintaesencia del trabajo, se transforma cuando pisa la central y acorrala con dinamita al español. Esos disparos no son de mentira: los obuses que conecta el número nueve empujan al mallorquín hacia atrás, le doblan la mano y retratan a un tenista en apuros que solo puede sumar siete puntos de los 31 disputados.

“¡Despierta!”. El número uno no lo dice en voz alta, pero eso es exactamente lo que se pide. Al encajar el set en blanco, Nadal se marca dos objetivos: estrenarse al saque y llegar al menos hasta 2-2 en el marcador para sentirse dentro del partido.

Tal es la tensión, tantas las ganas de ayudar, que cuando el español se hace con su primer juego en el comienzo de la segunda manga (1-0) todo su equipo se pone de pie para aplaudirle. Rápidamente, Nadal se vuelve hacia la grada y pide calma agitando las manos, que se contengan un poco. Llegado ese momento, el balear es un jugador en proceso de reconversión. Sí, el mallorquín ha cortado la hemorragia, pero ahora necesita hacerle una herida a su rival para empezar a subir la escalera de la remontada.

Superado el mal trago inicial, con Nadal algo más asentado, el cruce se equilibra un poco. Thiem sigue llevando la iniciativa en los peloteos, marcando el ritmo con sus tremendos zambombazos, pero el español ya ha llegado al partido y ese es un buen motivo para que el austríaco esté preocupado. De la nada, sin hacer ninguna maravilla, el número uno empata el pulso ganando el segundo parcial, se tranquiliza (“¡sigue!”, le gritan desde su palco) e inmediatamente se pone a jugar mejor, sufriendo sobre la marcha la metamorfosis que busca antes de salir a jugar.

Frente al despertar de Nadal, Thiem sigue a lo suyo, y lo suyo es muchísimo: arrearle a la pelota desde dentro de la pista, subirse encima de la bola con el monstruoso revés a una mano que tiene y aprovechar la derecha para orillar al balear. El austríaco, que coloca 18 aces, no se cansa de acertar en las líneas (74 ganadores) hasta que se le termina encogiendo el brazo.

Con su nivel más alto de todo el torneo, desplegado lo mejor de su juego, Nadal gana el tercer set remontando un 4-5 y saque de su contrario, está a dos puntos de cerrar el triunfo en el cuarto (6-5 y 30-30) y se hace con el quinto gracias a una jugada que es su fiel reflejo. El balear gana 6-5 en el tie-break y Thiem acaba de poner el punto en movimiento. El austríaco, que lo tiene todo de cara para colocar el 6-6, ve cómo su rival se defiende con todo lo que encuentra y acaba sucumbiendo a la tentación que el balear le propone: Thiem responde a un buen globo de Nadal mandando la pelota cinco metros fuera y entregándole la victoria a su granítico contrario.

La noche de Nueva York es del titán. Una vez más, el mundo le pertenece a Nadal.