Al final de la noche, los espectadores que quedan en la grada de la pista central de Toronto celebran que Rafael Nadal y Stan Wawrinka han jugado un partido como los de antes. En los octavos de final del Masters 1000 de Canadá, español y suizo disputan un pulso redondo; bonito, vibrante y emocionante. Aunque el enfrentamiento nace libre de expectativas, aunque todo indica que el suizo no está para grandes cosas, Wawrinka es bastante más que un jugador en caída libre, el tenista venido a menos por el que muchos sienten pena: el suizo puede ganar el primer set (4-4, 0-40) y también el segundo (5-3 y saque), pero acaba derrotado (5-7 y 6-7) por una simple razón: Nadal es mejor en los momentos clave que deciden el pase a cuartos.

La cicatriz de un palmo que Wawrinka lleva en su rodilla izquierda habla de un calvario, de una primera visita al quirófano para someterse a una artroscopia de limpieza, de una segunda para reconstruir el cartílago, de más de seis meses en blanco (entre julio de 2017 y enero de 2018) y de la lógica idea de retirarse instalada en su cabeza durante esos días negros. El suizo, que hasta hace nada peleaba por los títulos más importantes del circuito (tres veces campeón de Grand Slam), es hoy el número 195 del mundo y necesita pedir una invitación para jugar el cuadro final en la mayoría de los torneos, como en Toronto, o arremangarse y disputar la fase previa, algo que todavía no se ha visto obligado a hacer este año. 

Más de media temporada después de regresar a la competición, Wawrinka asalta el partido con Nadal tras encadenar dos victorias en un gran torneo por primera vez desde sus operaciones. El suizo no sabe cómo le va a responder el cuerpo, desconoce si la rodilla soportará el esfuerzo de enfrentarse al número uno e ignora lo que podrá hacer porque no se ha cruzado en todo el año con un top-5. Pronto, Wawrinka se sorprende a sí mismo: no solo es capaz de resistir al campeón de 17 grandes, es que tiene en su mano la oportunidad de ganarle la primera manga (4-4 y 0-40) para permitirse soñar con una victoria de cinco estrellas. 

Antes de esa situación, la igualdad. Son 35 minutos, el marcador está empatado (4-4) y los rivales un poco asfixiados, tan alto está siendo el ritmo que han impuesto desde prácticamente el comienzo. Nadal, que ha dejado escapar dos opciones de rotura en el primer juego del encuentro, sufre cuando Wawrinka le pega a la pelota en estático, con los pies en el suelo. La potencia del suizo sigue intacta, y da la impresión de que así será hasta su último día como tenista. La capacidad que tiene el campeón de tres grandes para desbordar a martillazos, pura fuerza desbocada, le mantiene con vida cuando el duelo se empina y le ayuda a fabricarse esas tres pelotas de break con 4-4, que el mallorquín le niega antes de que la lluvia aparezca para detener el choque (con 6-5) media hora. 

Nadal encara la vuelta del parón con una idea clara: conseguir un break que le ayude a ganar el primer parcial esquivando el tie-break. Tal y como ha ido la primera hora de partido, evitar el desempate no es ninguna tontería. Así, y aprovechando que a Wawrinka le cuesta más entrar en calor, el número uno logra lo que busca con ahínco y suelta un grito de alegría, que repite cuando endereza su clasificación en el comienzo del segundo parcial.

Un revés paralelo mete de lleno al suizo en el encuentro. “¡Bravo!”, le felicita Nadal, posiblemente sin imaginar que ese cómodo 2-0 va a pasar a ser un 2-4 (cuatro juegos consecutivos para Wawrinka) que le complique la vida. El suizo, que está en su mejor momento del partido, reparte ganadores de lado a lado y Nadal no puede hacer otra cosa que ver pasar los pelotazos sin posibilidad de respuesta. A ritmo de rock and roll, el suizo se coloca a dos puntos de forzar el tercer set (5-3 y 0-30), saca luego para empatar el encuentro (con 5-4) y ve cómo ocurre lo inevitable: que Nadal se salva jugando mejor que en toda la noche (5-5), que llega al tie-break y que allí hace suyo el pase a cuartos.