Juan Vicente del Álamo responde al otro lado. “Sí, dígame (…) ¿Que quiere que cuente lo mío? Encantado”. Y sonríe. Es la primera vez que lo hace durante la conversación. Después, repetirá sin cortarse. Es feliz. Sabe la suerte que tiene. Cada día, cuando se levanta, da gracias por poder contar su historia. “Yo por fortuna estoy aquí. Otros –y calla– no la han tenido”. Por eso él atiende a todas las peticiones que le llegan. “Es muy importante que la gente done, que ellos sepan el bien que hacen, que pueden salvar vidas”. Por ejemplo, la suya. Él ha tenido cuatro corazones, ha sido trasplantado en tres ocasiones y sigue “luchando por vivir”.



Sus títulos, a estas alturas, importan poco. Juan Vicente ha sido subcampeón del mundo de tenis en Japón 2001 y de pádel en Málaga 2017. Se ha colgado el oro ocho veces en un Europeo y cuatro en España también en tenis. Todo en torneos para trasplantados. Pero esas son las competiciones que menos le ha costado ganar. Su pelea ha sido con la vida. Una y otra vez, por diferentes circunstancias, ha tenido que pasar por el quirófano. “Cuando te dicen que te tienes que trasplantar por tercera vez se te cae el alma a los pies. Entonces, me metía en el baño a llorar para que no me viera mi familia (…) En la UCI, incluso, recuerdo pedir una pizarra y escribir que me dejaran morir. Estuve a punto de tirar la toalla. Pero los deportistas no la tiramos nunca. La usamos para secarnos el sudor”.

Juan Vicente del Álamo.



Esa ha sido su máxima desde hace años. Nacido en Malagón (Ciudad Real), pero riojano de adopción –se trasladó allí con su familia cuando tenía un año y medio–, Juan Vicente creció jugando al fútbol de portero y practicando deporte. Hasta que una lesión lo cambió todo. “Me tenían que operar del menisco y entonces vieron que aquel corazón no era normal para un chaval de 18 años”. Y eso le salvó la vida. “De no ser así, habría fallecido de muerte súbita cualquier día”, recuerda. Después, se empezó a medicar hasta que no le quedó otra que ser intevenido a los 30 años.



“Cuando te dicen que te van a trasplantar piensas que aquello es ciencia ficción. ¿Cómo me van a quitar un corazón y van a ponerme otro y que yo siga con vida?”. Sin embargo, así lo hicieron. En España, llevaban tan solo seis años realizando la operación, pero todo salió bien. “Y, claro, te sientes bien y quieres hacer deporte”. Y a eso se puso. Se apuntó a tenis y siguió haciendo vida normal. Adiós a los problemas. Al menos, temporalmente.



Aquel corazón le duró 13 años, hasta 2003. Y, entonces, vuelta a empezar. En una revisión le comunicaron que le tenían que volver a trasplantar. “Pero, bueno, al fin y al cabo, ya lo habían hecho una vez y fue bien. Pasé por el quirófano y no hubo ningún problema”. Volvió a hacer vida normal, a practicar deporte y a dar sus paseos. Siguió con su rutina. Operado, sano y agradecido por seguir luchando.

Su historia es la más extraordinaria de España.



El gran problema llegó después, cuando le comunicaron que tenían que volver a abrirle. “A los siete años yo me noto que algo va mal. Se me empiezan a hinchar las piernas (…) Tuvieron que buscar un corazón con prácticamente mi ADN porque mi cuerpo generaba unos anticuerpos que podían provocar un rechazo”. Ese fue el peor momento de este camino que comenzó Juan Vicente en 1990. “Me quedé fatal, con 50 kilos y una muy mala calidad de vida”. Y lo pasó mal después de la operación. “Llegué a escribir: ‘Por favor, dejadme morir’. Pero eso ya es pasado. Por suerte, sigo aquí dando guerra”, explica, esperanzado.



Juan Vicente se ha visto más “en el otro lado que en este”, pero ahí sigue. Cada día, cuando se levanta, es consciente de la suerte que tiene por poder vivir. Por eso, trata de aprovechar el momento. Mientras ganaba torneos de tenis y de pádel, ha hecho el Camino de Santiago, ha sido premiado por Intersport por tener “la mejor historia de superación de España” y sonríe. Lo hace mucho. Una y otra vez. No quiere que nadie le borre eso de la cara. Ayuda a su mujer en el restaurante familiar y sigue buscando retos. “El fundamental, luchar por incentivar la donación. Esto le puede pasar a cualquiera”.



La prueba de ello es Juan Vicente, que ofrece su historia a todo aquel que la quiera conocer y, antes de terminar la charla, hace un alegato por la sanidad pública. “En otro país yo estaría muerto, no habría tenido el dinero y no les saldría rentable”. Y anima. Sin parar. Sonríe y da aliento a los que lo necesiten. “Que tengan fe, que confíen y estén tranquilos. Que hay muy buenos profesionales y seguro que algún día les llega un órgano”. O dos. O incluso tres. Él tiene la prueba. La suerte. Y años por delante. Con una obligación: aprovecharlos. Al fin y al cabo, lo único que no se puede recuperar es el tiempo.

Juan Vicente del Álamo junto a Saúl Craviotto y su mujer.

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