Praga (enviado especial)

Poseído por la alegría, Rafael Nadal saltó a la pista del O2 Arena de Praga y se abrazó a Roger Federer para celebrar la victoria del equipo europeo en la Laver Cup (15-9 sobre el resto del mundo). La remontada del suizo ante Nick Kyrgios (4-6, 7-6 y 11-9) evitó que la primera edición de la competición se decidiese en un dobles decisivo (al mejor de un set) y resumió en una fotografía lo que ha sido un fin de semana inolvidable. Tras aparcar por primera vez su histórica rivalidad, la imagen de los dos mejores jugadores de siempre brincando de emoción después de conseguir el mismo objetivo confirmó dos cosas: que el recién nacido torneo superó las expectativas de los más optimistas, por muy altas que fuesen, y que el futuro es firme y prometedor, porque el potencial del evento es ilimitado. 

“Ha sido mucho mejor de lo que pensaba”, confesó Federer en la sala de prensa, acompañado de todo el equipo y con la copa de campeón a su derecha, salpicada por restos de champán tras una rápida fiesta en el vestuario. “He recibido más felicitaciones de las que merezco. Mucha gente ha hecho grandes esfuerzos, las personas que desde el principio creyeron en esta idea y pelearon por sacarla adelante. Me gustaría agradecérselo a cada uno de ellos”, prosiguió el suizo, uno de los promotores de la Laver Cup, impulsada desde Team8 (la agencia de representación que dirige Tony Godsick, su representante) junto a las federaciones australiana e estadounidense. “Lógicamente, había presión por demostrar que era una competición exitosa. Y la única forma de tener éxito es contando con la implicación de los jugadores. Y todos la tuvieron. Creo que se ha visto durante el fin de semana. Han sido tres días maravillosos”. 

“La única manera de que la competición tenga éxito es consiguiendo que los jugadores quieran jugarla y cuidarla”, coincidió Nadal, el primero en sumarse a la propuesta de Federer para participar en el torneo hace más de un año, cuando el proyecto aún era una incógnita. “Pusimos todo lo que teníamos para ganar este trofeo. Espero que el evento siga adelante y que las nuevas generaciones se comprometan tanto como lo hemos hecho nosotros este fin de semana”, insistió el mallorquín. “Ahora, vamos a continuar con la vida habitual del circuito, pero por supuesto la Laver Cup va a estar en nuestras cabezas durante los próximos años. Quizás, haya sido uno de las mejores semanas del año”.

El domingo a mediodía, Nadal salió a la pista para buscar la victoria final ante John Isner (12-6 en el marcador) y se marchó derrotado por el estadounidense (5-7 y 6-7), que jugó de dulce (disparó 23 saques directos), dio aire a los suyos y citó a Kyrgios con Federer, dejándole ante la posibilidad de forzar el dobles decisivo. La salida en tromba del australiano sorprendió al suizo, un punto errático en el arranque del encuentro, pero capaz luego de corregirse sobre la marcha, salvando incluso un punto de partido en el supertie-break decisivo. La virtud de rectificar que demostró el campeón de 19 grandes salió de su raqueta, aunque también del banquillo del equipo europeo.

Federer, tras ganar el partido ante Kyrgios. Martin Divisek Efe

Por momentos, a Nadal le faltaron uñas que comerse mientras se levantaba de su asiento para aplaudir los acierto de Federer, para gritarle que buscase un buen saque o para decirle al público que animase, sacudiendo los brazos con rabia bajo el techo del estadio en una enérgica petición de ayuda al gentío. El número uno del mundo, que incluso llegó a irse junto al suizo en un cambio de lado para echarle una mano (“si lo ves claro, ve a por ello”, le aconsejó), vivió el desenlace en la grada con la misma pasión que si estuviese jugando y contagió al resto del equipo de esa energía positiva, que terminó teniendo una importante influencia en el juego de Federer. 

“Ver las caras de felicidad de todos al conseguir el último punto me ha hecho tener la misma sensación que al ganar algunos de los partidos más grandes de mi vida”, confesó Federer, que se abrió de brazos después de derrotar al australiano, históricamente la manera de celebrar sus mejores triunfos. “Ha sido como un cuento de hadas para nosotros”, siguió el campeón de 19 grandes. “Esperamos haber dejado un legado detrás. Se lo merecen los jugadores y las leyendas de este deporte. Y los jugadores del futuro también merecen tener una plataforma así para jugar al tenis”.

Lo que sucedió en Praga durante el fin de semana sentó las bases de una competición que el deporte de la raqueta pedía a gritos, a semejanza de la Ryder Cup de golf. La Laver Cup, que en 2018 se jugará en el United Center de Chicago (la casa de los Chicago Bulls), triunfó gracias a un formato por equipos muy atractivo (que las victorias valgan más en función los últimos días es un trampolín para mantener la igualdad hasta el final), a una organización impecable, cuidada al milímetro y con esmero, y a la motivación de los jugadores, que no se guardaron absolutamente nada cuando salieron a competir para borrar desde el primer momento arrancarle la etiqueta de exhibición al torneo. 

“Por supuesto, haremos un buen informe”, reconoció Federer, posiblemente sin conocer que más de 83.000 personas pasaron por la competición durante los tres días, la mejor forma de empezar a valorar el impacto real del evento. “Durante la semana hemos estado recibiendo algunos avisos de las cosas que iban bien y de las que todavía podemos mejorar. Necesitamos ver cómo salen las tres primeras ediciones y luego aprovechar el parón de las Olimpiadas. Será bueno para los organizadores tener un año libre y analizarlo todo con calma”, añadió el número dos del mundo, recordando que la competición tendrá dos ediciones seguidas antes de 2020, (coincidiendo con la cita olímpica de Tokio) y que la siguiente será en territorio estadounidense antes de regresar de nuevo a Europa. “Chicago es un lugar increíble”, dijo Federer. “Soy un gran admirador de Michael Jordan y jugar allí frente a 23.000 personas va a ser muy emocionante. Ya estoy impaciente”.

Visto lo visto en los últimos tres días, será difícil que la Laver Cup fracase después de lo que ocurrió en el bautizo del torneo en Praga.