París

Sin pedir permiso a nadie, así se entra a lo grande en la historia del deporte. A los 22 años, Garbiñe Muguruza escribe en París la página más importante de su corta carrera con letras dulces e imborrables. Pase lo que pase en el futuro, y debería pasar mucho, Garbiñe ya no tiene que soñar más con el deseo de cualquier tenista. Tirada sobre la tierra de la Philippe Chatrier, la española celebra que es campeona de Roland Garros después de vencer 7-5 y 6-4 a Serena Williams, nueva número dos del mundo desde el próximo lunes. Llorando, como no podía ser de otra forma, Muguruza le enseña al mundo cómo sabe su primer Grand Slam. Con las manos en la cabeza, Garbiñe no se lo cree: es la tercera española campeona de un grande y la primera en conseguirlo desde Arantxa Sánchez Vicario en 1998.



De entrada, la gente se posiciona claramente del lado de Muguruza. “¡Garbiñe! ¡Garbiñe! ¡Garbiñe es cojonuda! ¡Como Garbiñe no hay ninguna!”, canta la grada, que como en Wimbledon se vuelca con la española pese a que su rival es una leyenda con mayúsculas, posiblemente una de las jugadoras que más diferencias ha marcado en toda la historia. “¡Vamos a por ella que es pequeña!”, anima una aficionada, intentando trasladar a la número cuatro una corriente de energía positiva. “¡Ahora Garbiñe!”, dice otro, impulsando a la española a creer que es posible, que puede ganarle a Serena, que hoy es el día para romper cualquier barrera. Y así sucede, sorprendentemente.



Como en la final de Wimbledon, Garbiñe inicia su viaje hacia el título sin traicionarse a sí misma, con el espíritu del Séptimo de Caballería bien presente. Lo que hace es encomiable: intentar ganarle a Serena un Grand Slam llevando el peso del partido es como pretender que el fuego no queme. Muy complicado. Muguruza, sin embargo, no entiende de imposibles. La número cuatro quiere que la victoria dependa de ella y eso es mucho pedir teniendo a la número uno enfrente, con un estilo de juego tan directo como el de la española.



Para bien o para mal, la pelea por el dominio de la final marca el desarrollo del cruce, un descomunal choque de trenes. Serena no quiere ceder ni un centímetro de terreno porque si tiene que ponerse a correr está muerta. La estadounidense, que se lanza a por el mando del partido desde la primera pelota, enseña los dientes y pega durísimo, golpes que suenan a destrucción, que hablan con violencia, que avisan de una guerra de voluntades. El plan de la campeona de 21 grandes es el de siempre: ser protagonista, coger el mando, llevar la iniciativa, que su raqueta sea responsable de los aciertos y también de los errores.



A Garbiñe le da igual todo eso. Decidida a jugar de tú a tú, la aspirante no renuncia a dictar el control de los intercambios y el ritmo del partido. Si Serena quiere mandar, ella quiere mandar también y nadie le va a quitar esa idea de la cabeza. Por momentos, la final parece un duelo de pistoleros en el Viejo Oeste. La diferencia entre desenfundar primero y hacerlo un segundo después es abismal, porque todo cambia a partir del primer tiro en cada peloteo. Ahí brilla Muguruza, que desde el fondo de la pista abre en canal las defensas de Serena con unos pelotazos mercuriales, cargados de mala baba.



La primera manga va a tirones y pone a prueba la resistencia mental de Garbiñe. Con 1-2, la española salva dos pelotas de rotura en un juego eterno, reacciona a continuación (4-2) y se enfrenta luego a los fuertes vaivenes del marcador, que supera con determinación: de ese 4-2 a 4-5; de 4-5 a 6-5 y saque. Tras superar un 15-40 cuando saca para cerrar el primer set, Garbiñe cierra el puño y aúlla al cielo de París. El parcial inaugural le pertenece, pero medio título ya está en sus manos.



Desperdiciada la oportunidad de anotarse la primera manga, los fantasmas vienen a visitar a la número uno. Steffi Graf y sus 22 torneos del Grand Slam están sobre la pista, danzando junto a Serena y riéndose de ella, recordándole que va a fracasar de nuevo. Después de dejar escapar dos buenas ocasiones para empatar el histórico récord de la alemana (en el Abierto de los Estados Unidos de 2015, cuando cedió en semifinales frente a la italiana Vinci, y en la pasada final del Abierto de Australia, derrotada por Angelique Kerber), Williams ya ha asumido que tampoco será en Roland Garros.



Al final de la tarde, el partido es una batalla Las oponentes terminan cada golpe con un grito. Serena busca intimidar gritando, porque sus golpes no hacen ni cosquillas a la española. A Muguruza no le hace falta impresionar. Hace tiempo que Garbiñe tiene el respeto de la estadounidense y eso vale casi tanto como un título. La número uno sabe que la española es una amenaza, firme candidata a sentarse más pronto que tarde en el trono que ella ocupa. Avisada del peligro su contraria, la estadounidense firma en la final un arranque vibrante, lleno de energía y termina diluida por la fuerza de su contraria, que tiene agallas para sobreponerse a dos puntos de campeonato desperdiciados al resto, cerrando el triunfo con su saque y tras un globo magistral.



No hace falta que nadie abra paso. La jugadora que un día fue promesa y luego una realidad ya forma parte de la historia. Si nada se tuerce, parece claro: Roland Garros es solo el principio de algo mucho más grande.

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