Barcelona

Bajo la tarde de Barcelona, historia viva del deporte. Para igualar los 49 títulos de Guillermo Vilas en tierra batida, un impresionante récord de supremacía que pareció intocable durante mucho tiempo, Rafael Nadal necesitó apretar los dientes en la final del Conde de Godó y mudar de piel a toda velocidad. Coronada tras batir a Kei Nishikori (6-4 y 7-5), el campeón de 14 grandes lo celebró a viva voz, con el puño en alto y dando brincos: el camino hacia el triunfo le vio exprimir sus recursos, radiografiarse inteligentemente y adaptarse como un camaleón a las exigencias que le pidió el encuentro y su talentoso rival. [Así se lo contamos en vivo]

El resumen es simple: el mallorquín, que no encadenaba dos trofeos desde el verano de 2013, ha ganado nueve veces tres torneos distintos (Montecarlo, Barcelona y Roland Garros). La comparación es tremendamente reveladora: hay grandes jugadores que en toda su carrera no tienen nueve títulos en el currículo. Si había alguna duda, algo improbable después de todas las marcas que ya forman parte de su leyenda en arcilla, quedó despejada en Barcelona. Abran bien los ojos porque están viendo al mejor jugador de la historia sobre tierra batida.

Nadal salió a buscar el título con el ardiente recuerdo de su último encuentro ante Nishikori en la superficie más lenta del circuito. En una victoria que su propio entorno definió como “injusta”, el mallorquín batió al japonés en la final de Madrid 2014 después de ver cómo su contrario se retiraba en la tercera manga, consecuencia de unos fuertes dolores en la cadera. Hasta que Nishikori empezó a evidenciar que no podía desplazarse, que estaba fuera de combate, el partido llevó su indiscutible sello. Los zarpazos del japonés, que desarbolaron a Nadal como pocas veces antes en arcilla, acompañaron al número cinco en el asalto a la copa.

Cambio de estrategia

De entrada fue un partido revuelto. Nadal se adelantó jugando mejor que en toda la semana (3-1) y en un segundo estaba peleando por cerrar una brecha (3-3, 0-40) que le habría alejado irremediablemente de la primera manga. El balear salió decidido a cargar sus tiros sobre la derecha del número seis, intentando evitar el revés del japonés, y cambió sobre la marcha cuando Nishikori se aprendió la jugada. En consecuencia, el mallorquín se lanzó a pecho descubierto a por el lado más peligroso de su enemigo, intentando encontrar hueco empleando la sorpresa como vía. Así, y percutiendo con insistencia el revés de Nishikori, el español ganó el primer set y le pegó un bocado al título.

En cualquier caso, las posiciones de los finalistas sobre el albero marcaron el desarrollo del cruce. Cuando Nadal consiguió meterse dos metros dentro de la pista, con los pies bien cerquita de la línea, llevó el timón del partido, marcando la velocidad del duelo con su derecha. Cuando Nishikori tomó la iniciativa, algo que ocurrió con frecuencia, el mallorquín sufrió de lo lindo. Obligado a ceder pista frente a las manos rápidas de su contrario, que produjeron auténticos relámpagos, el balear echó mano de su argumentario defensivo, construyendo espléndidas defensas que desesperaron a su rival.

Nishikori, con fama de volver la cara frente a la adversidad, arrancó la segunda manga olvidando lo que había pasado en la primera, con una eléctrica intensidad. Le rompió el saque a Nadal (1-0 y servicio). Peleó con garra cuando su oponente amenazó con hacer gigante el abismo entre ambos (3-1, donde se procuró dos bolas de break). Incluso rompió el servicio del balear (4-3) para devolver la igualdad. Fue para nada: consiguió la rotura, aguantó la tormenta y acabó diluyéndose en el tramo final ante un Nadal imperial, cuando se imaginaba disputando el tie-break.

La mejor actuación del español en Barcelona coincidió con el momento más importante del torneo. Esa es otra de las virtudes que Nadal ha recuperado al calor de las victorias. Con el título a tiro, el mallorquín ya no duda. Todo lo contrario: sube el nivel para seguir aprovechando las oportunidades de alargar su gigantesca sombra de mito.

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