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Aauri Bokesa es una de las grandes cuatrocentistas de la historia del atletismo español: especialista en 400 metros lisos, tres veces olímpica (Londres 2012, Río 2016 y Tokio 2020), múltiple campeona de España y capitana del equipo nacional en sus últimos años en la selección.

Antes de dedicarse por completo al atletismo fue jugadora profesional de baloncesto en Fuenlabrada y Estudiantes, compaginando el alto rendimiento con su formación y trabajo como trabajadora social y con proyectos educativos.

Su trayectoria le permite hablar con autoridad de un tema del que casi nunca se conversa con cifras y consecuencias reales: el dinero en el deporte de élite.

En el baloncesto conoció muy pronto la sensación de "vivir del deporte". En Estudiantes firmó un contrato que describe como "bastante decente" para ser una adolescente, en torno a 1.600 euros, y que incluía un elemento decisivo: aunque se lesionara, seguía cobrando.

Aquella seguridad, que le permitió emanciparse joven y vivir en el centro de Madrid con una amiga y compañera de equipo, contrasta radicalmente con lo que después encontraría en el atletismo, donde ella misma resume la norma no escrita: no te puedes permitir el lujo de lesionarte, porque tus ingresos dependen casi por completo de competir y rendir.

Bokesa desmonta la idea de tarifas estándar al hablar del dinero que gana un atleta olímpico y es que el sueldo es un puzle hecho de resultados, becas, primas por campeonatos y, cada vez más, de patrocinios y visibilidad en redes, hasta el punto de que hay deportistas sin presencia olímpica que viven mejor gracias a sus sponsor que otros que han pisado finales internacionales.

Para aterrizar el debate rehúse hablar en abstracto y ofrece su propia horquilla: en sus peores años llegó a ingresar alrededor de 10.000 euros anuales, mientras que en las mejores temporadas pudo alcanzar unos 55.000 euros, una diferencia que ilustra cómo algunos años se vive "bien, decente" y otros obligan a ajustar al máximo.

Aauri Bokesa. Europa Press

Su carrera muestra también qué sucede cuando el rendimiento se estanca y el sistema deja de sostener.

Tras varios años sin mejorar su marca personal pese a seguir clasificándose para grandes campeonatos, Bokesa vio cómo se reducían o desaparecían becas y ayudas, al tiempo que una marca como Nike rescindía su contrato de patrocinio.

"Un golpe bastante feo" y que la dejó en una situación delicada: entrenaba igual o más, viajaba a concentraciones y seguía compitiendo, pero con muchos menos recursos.

Esa etapa coincidió con un periodo de búsqueda de soluciones, que le llevó a cambiar de grupo de entrenamiento, trasladarse a Suiza y asumir de su propio bolsillo gran parte de la inversión en preparación y desplazamientos para seguir luchando por estar entre las mejores.

Lejos de construir patrimonio material, Bokesa admite que el dinero que ganó en sus mejores años lo destinó casi en exclusiva a reinvertirlo en su propia carrera deportiva.

No hubo coches de alta gama ni propiedades adquiridas a partir del atletismo, sino concentraciones en altura, cambios de residencia, servicios profesionales y todos esos gastos invisibles que exige intentar mantenerse en la élite mundial.

En su relato, lo que para otros podría haber sido una "vida resuelta" gracias al deporte se transforma en una inversión constante que solo se justifica por el sueño de seguir compitiendo al máximo nivel y por la convicción de que esos años de experiencia le abrirían puertas laborales después de colgar las zapatillas.