Alboraya, según los registros, contabiliza apenas 23.000 habitantes, está literalmente pegada a Valencia pero es, comentan, un lugar tranquilo, con la playa a mano y un clima envidiable. Es, por tanto, un sitio ideal para vivir o pasar unas vacaciones -para qué engañarnos-. Pero también, como sabe Carlos Márquez, jugador del Levante Fútbol Sala y pluriempleado, es el lugar idóneo para montar una horchatería. O, al menos, así lo concibió él hace cinco años, cuando decidió abrir un establecimiento junto a su hermano. ¿Por qué? “Hoy en día, salvo que seas de los mejores de la Liga, tienes que buscarte otra cosa. E incluso siendo como ellos, lo debes hacer. Al final, esto no da para siempre”, aclara en conversación con EL ESPAÑOL en esta segunda parte del serial 'Deportes en crisis'.



El fútbol sala es una rara avis del deporte nacional: hay muchos practicantes anónimos -¿quién no ha echado una ‘pachanga’ alguna vez en su vida?-, sus éxitos a nivel de selección son innegables (la ‘Roja’ ha sido siete veces campeona de Europa y dos del Mundo) y la LNFS (Liga Nacional) es una de las más potentes del mundo. Sin embargo, el número de licencias federativas está estancado desde antes de que comenzara la crisis (de 9.902 en 2008 a 9.802 en 2015, último registro), las audiencias de televisión no son nada del otro mundo y los clubes, tras el ‘boom’ de la construcción, han pasado de invertir ingentes cantidades de dinero a subsistir lejos de los grandes (Barcelona, Movistar Inter, ElPozo Murcia...).

Carlos Márquez posa para EL ESPAÑOL. Kike Taberner EL ESPAÑOL



Carlos Márquez (Valencia, 1980) es uno de los muchos deportistas que vivieron el auge del fútbol sala y presenciaron su caída. “Cuando yo empecé, casi todo el mundo se podía ganar perfectamente la vida y ahorrar mucho dinero. Los salarios eran grandes y te daba para ir guardando. Ahora, salvo que estés en los equipos de arriba, no te da. Hay muchos jugadores que son mileuristas y otros que no llegan ni a eso”, explica. Y bien que lo sabe él, que compagina su vida como jugador de fútbol sala del Levante con su trabajo como cogestor de la horchatería NouBonAire, situada en la Avenida de la Horchata de Alboraya.



DE LOS IMPAGOS A LA ESTABILIDAD



Él, en realidad, nunca pensó que se fuera a ganar la vida con el deporte. De hecho, jamás imaginó la posibilidad de ser profesional. Lo suyo fue un “golpe de suerte”. Carlos, de pequeño, como muchos otros, jugaba al fútbol. Hasta que un día, cuando tenía “21 o 22 años”, algunos amigos le insistieron para que se apuntara al equipo de fútbol sala de Alborya, “el del pueblo”, como repite varias veces en la conversación. Y él dijo que sí, con la fortuna de que su entrenador fichó por el Vijusa (posteriormente Valencia FS) y se lo llevó con él. “Entonces es cuando empecé más seriamente a dedicarme a esto”. Y allí, de primera mano, vio cómo la crisis dañaba a su deporte.



El Vijusa, poco antes de llegar Carlos, cambió de nombre y pasó a llamarse Armiñana Valencia en virtud a la constructora que lo patrocinaba. Y, gracias a eso, pudo fichar a jugadores totalmente consagrados: Jordi Sánchez, Crispi, Simi… Y, entre ellos, a Carlos, que siempre ha pertenecido a esa clase media tan necesaria en cualquier deporte. “El equipo se deshizo por todo lo de la construcción y al año siguiente no llegó ni a jugar en Plata”. De hecho, cayó hasta la liga provincial con la denominación de Valencia FS, conservando su plaza para el siguiente curso en la División Nacional ‘A’.

Aquella circunstancia motivó la marcha de Carlos, que fichó por el Playas de Castellón. Pero, de nuevo, se encontró con el mismo problema. “Por diferentes circunstancias, el club dejó de pagarnos y yo me fui a mitad de temporada al UPV Maristas de Valencia, hasta que hace cinco años me ofrecieron formar parte del proyecto del Levante y no me lo pensé. En ese aspecto, son un club ejemplar: lo que te prometen, va a misa. Económicamente son muy serios y, siempre que las cifras te encajen, yo lo recomendaría porque no hay retrasos. No fichan a un jugador al que no le puedan pagar”, explica.

Carlos Márquez dispara durante el partido contra el Barcelona. Adolfo Benetó Levante U.D



En el Levante, decimoquinto de la Liga Nacional -a dos puntos de la salvación-, Carlos comparte equipo con jugadores de todo tipo: “Hay estudiantes, también creo que algunos de los de fuera han estudiado, otros están pensando en invertir en algo...”. En definitiva, lo de dedicarse exclusivamente al fútbol sala ya no se estila. “Por eso es fundamental que sobre todo los jóvenes se saquen algo. Incluso la gente de arriba, porque esto igual te dura tres años que 12, y luego el dinero se va muy rápido. Si no piensas en el futuro, estás perdido”.



TIENE OCHO EMPLEADOS A SU CARGO



Carlos Márquez decidió montar la horchatería NouBonAire hace cinco años. Tenía dinero ahorrado y su hermano, que ya trabajaba en otra cosa, lo animó. “Al principio fue duro, pero ahora, gracias a Dios, todo va en marcha y no tengo que estar tanto al pie del cañón”. Tanto es así que la idea de ambos es ampliar el negocio en Valencia, donde van a abrir otro establecimiento de horchatería en un local que incluirá además una charcutería selecta. Y de ahí, obviamente, que tengan previsto incrementar el número de empleados: “Actualmente tenemos ocho, más nuestras mujeres, que nos echan una mano. En total, hemos llegado a estar trabajando 12 personas”.



Un esfuerzo que, al principio, “le costó físicamente” asimilar. Carlos, antes de invertir en la horchatería, se dedicaba exclusivamente al fútbol sala, pero ahora ya no. Su día comienza a las 8:00 horas y se organiza en función de los entrenamientos. “Cuando no tenemos doble sesión, las tardes las dedico a las facturas, a llamar a los proveedores…”. ¿Y los hobbys? “Bueno, tengo una niña de tres años a la que no veo todo lo que me gustaría. Entre semana es complicado porque sale a las 17:00 horas del cole, y los fines de semana dependo del desplazamiento”.

Muchos “fregados”, como reconoce Carlos. Aunque, a sus 36 años, no tiene miedo a la retirada, pero sabe lo que puede implicar para cualquier deportista. “Es un problema, por eso hay que labrarse un futuro. Habrá muchos compañeros que digan: ‘Y ahora qué hago’. No sólo es la tristeza de dejar el deporte que tanto te ha dado, sino también lo que viene después. Eso tiene que ser muy duro y, no sé, seguro que hay gente que lo pasa muy mal y que tiene hasta depresiones”, aclara. Pero él, por suerte, y si la cosa no se tuerce, ha encontrado su camino antes de colgar las botas.



Ahora, le toca a los que vienen por detrás. Esos que “tienen muy claro que con los salarios de hoy en día no van a poder vivir”. Jugadores de élite, en algunos casos, a los que un país idolatra y exige títulos, pero también les pone trabas “hasta para cambiar un examen”. Algo que, claro, a Carlos, como a cualquiera, “le parece fatal” y que quizás debería cambiar. Porque el fútbol sala, en resumen, no es el de antes y quizás no lo vuelva a ser. Y lo más lógico a día de hoy es asumirlo. ¿Cómo? Ya saben, cumpliendo los presupuestos y con jugadores que compaginen trabajo -o estudio- y deporte. “Porque se puede”, apostilla. Eso, a estas alturas, es lo único que está claro.

Carlos Márquez posa para EL ESPAÑOL en la horchatería Noubonaire. Kike Taberner EL ESPAÑOL

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