Sólo mencionar su nombre (que tampoco es fácil, cosas de la fonética austríaca) hace que se pongan los vellos de punta a todos los que alguna vez se han calzado unos esquís. Es el mayor espectáculo del mundo blanco: el descenso de Kitzbühel. La Hahnenkammrace, el descenso, a tumba abierta, por la ladera más peligrosa y rápida del mundo.

Un nombre unido a la leyenda del esquí, una prueba que este sábado a primera hora de la mañana verán en directo unas 60.000 personas, y varios millones por televisión, dispuestas a ver coronarse al mejor esquiador del mundo: el vencedor de la prueba de descenso.

Sus 3,312 kilómetros y sus 860 metros de desnivel, con una pendiente que en un punto del recorrido, el Mausefalle, llega al 85%, llevan al límite a los esquiadores. Los mejores han forjado su leyenda con victorias en el trazado más peligroso del mundo. Como el suizo Didier Cuche, único vencedor en cinco ocasiones del descenso. O el austríaco Franz Klammer, ganador otras cuatro, en casa.

Los esquiadores alcanzan en el descenso los 145 kilómetros por hora, con velocidades medias para estar en el podio siempre superiores a los 100. Con los saltos y giros complicados que tiene, esto ha provocado multitud de accidentes desde el inicio de la carrera. El peor, el del suizo Daniel Albrecht en 2009, que se estrelló a más de 100 kilómetros por hora en los entrenamientos y estuvo en coma varios días.

Casi ningún “gigante” del esquí lo ha sido si no ha ganado, al menos una vez, en esta complicadísima y extremadamente técnica ladera: Pirmin Zurbriggen, Hermann Maier, Marc Giraldelli… “Si coges la línea buena, puedes ganar; si te vas, puedes tener un grave accidente”, explica el propio Cuche en el documental “The Streif, one hell of a ride” sobre la emblemática prueba, que se acaba de estrenar.

Otros lo han intentado y lo siguen intentando. Bode Miller, Aksel Lund Svindal, Christof Innerhofer, Marcel Hischer… Los reyes de la velocidad llevan años intentando coronarse en Kitzbühel, y muchos de ellos lo intentarán de nuevo este fin de semana.

La recompensa, como siempre en este tipo de eventos, merece la pena, claro. El ganador se embolsa unos 500.000 euros en premios, además de ser el héroe del país durante unos días. Si eres austríaco, claro. Si no, es mucho más difícil.

“Llegar a la meta, ver que has hecho el tiempo más rápido, escuchar a 50.000 personas gritando tu nombre… y al día siguiente, la portada del principal periódico del país titula 'Sábado negro' y ni te menciona. Sólo habla del mal resultado de los corredores locales”. Es exactamente lo que le pasó a uno de los pocos ganadores no europeos, el estadounidense Daron Rahlves en el año 2003.

La carrera la organiza desde hace 75 años el Kitzbüheler Ski Club, y congrega cada año a más de 60.000 personas en la zona de meta en los casi seis días que duran las competiciones. Las entradas se agotan al instante de salir a la venta, y hasta los entrenamientos –retransmitidos también en directo por televisión en muchos países- congregan a miles de personas. Todo por ver el mayor y más arriesgado espectáculo del mundo blanco. El emblemático descenso de Kitzbühel.

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