Hay gente a la que no se le espera. No llaman la atención, no atraen y no tienen nada especial. Sin embargo, un día, por lo que sea, llegan. Entran por la puerta trasera sin hacer ruido, pasan sin hablar, agachan la cabeza y saludan con cuidado. De primeras, se conforman con estar en el sitio, cumplir con los requerimientos y vivir. Nada más. Pero, de repente, pasan a ser imprescindibles. Se les busca, se les necesita y se les admira. Son útiles, no fallan y lo hacen todo con corrección. Esto es una realidad, y ocurre a menudo en cualquier empresa o terreno de juego. Sólo así se puede explicar el fenómeno Paulinho –al que se le podría extrapolar el caso Vermalen–. A él, en realidad, nadie lo quería. “¡Pero quién es ese tío!”, espetarían algunos en un bar. Pues bien, pasados unos meses, el aficionado no sólo lo reconoce sobre el campo, sino que lo bendiga y lo admira.



Valverde podría requerir 11 Paulinhos si pudiera. Y es normal. Su equipo no se entiende sin el brasileño. Con él, el Barcelona ha mutado. No toca hasta la extenuación como hiciera en otros tiempos. No, eso ya no lo hace. O, mejor dicho, sólo lo propone a ratos. Ahora, es más compacto, más fiable y menos virtuoso. El centrocampista le da ese equilibrio necesario, ese balance ataque-defensa que sólo esculpen los conjuntos bien trabajados, ese temple. La posesión, ahora, es un instrumento para ratos puntuales. Los azulgranas son ahora un equipo que sacrifica el estilo en pos del resultado. Y, de momento, salen ganando: son líderes de la Liga con 14 puntos virtuales de diferencia sobre el Madrid, con un partido menos.



Visto con perspectiva, parece surrealista. Si en verano, después de la Supercopa de España, alguien se hubiera atrevido a decir que el Barcelona sometería al Madrid (0-3) con Vermaelen y Paulinho sobre el campo, lo hubieran tildado de loco. Y también lo habrían hecho si hubiese afirmado que el equipo de Valverde, antes de Navidades, sería líder en la Liga con nueve puntos de diferencia sobre el segundo, el Atlético de Madrid, que se habría clasificado a octavos de la Champions League como primero de su grupo –jugará contra el Chelsea– y que estaría en octavos de la Copa del Rey.

Paulinho, durante el Clásico, delante de Casemiro. Reuters



Todo eso jamás se hubiera percibido ni entonces ni en verano. No es posible. La marcha de Neymar y la no llegada de Coutinho sumieron a la entidad en cierto pesimismo. La afición, cansada, entonó pitos en la presentación del equipo y en sus primeros partidos. Y Valverde, entrenador de perfil bajo en el estío, parecía condenado a una destitución temprana seguido de Bartomeu. Sin embargo, todo aquello ha mutado de la mano de un técnico con las ideas claras y los futbolistas adecuados. Ya nadie cuestiona aquellos fichajes ni las despedidas. El equipo funciona. ¿Y la directiva? Es la correcta merced a los resultados.

Llegó Dembélé, que todavía no ha podido mostrar sus virtudes, y apareció Paulinho por 40 millones de euros. “¡Qué barbaridad!”, pensó el respetable entonces. Pues bien, pasado el tiempo, pocos se atreverán a dilapidar al que lo escogió para reforzar el equipo de Valverde. El brasileño, sin hacer ruido, se ha asentado en el centro del campo. Es titular y crece cada partido. Y sí, puede que no sorprenda, que no dé pases de 40 metros o no sea capaz de dejar por el camino a varios rivales. Sí, puede que todo eso sea cierto. De hecho, lo es. Pero su trabajo no es ese. Su labor consiste en darla en corto, asegurar los pases y ayudar en las coberturas defensivas a Busquets, demasiado solo durante los últimos años.



Esas son sus virtudes, puestas sobre la mesa en última instancia en un territorio tan inexpugnable como el Bernabéu. Allí, consiguió retener al conjunto blanco durante la primera mitad para ayudar a los suyos a dar un golpe encima de la mesa en la segunda parte. Y lo hizo sin dar mucho ruido. Los focos fueron para otros (en mayor medida, para Messi y Luis Suárez; y en menor para Aleix Vidal, autor del tercer gol), pero él estuvo ahí. Y su equipo dio una exhibición. Ganó, se hizo con los tres puntos y dejó la Liga casi sentenciada. Como su equipo, quizás no es el que más brilla, pero sí el más efectivo. Las cosas como son.