Usted, posiblemente, no haya visto una final de consolación jamás. No se preocupe, es lo normal. Nadie espera jugarla y mucho menos verla. Se podría decir, incluso, que la asistencia de público al estadio roza el milagro. Hay, sin duda, muchas mejores cosas que hacer en la vida. Pero, ya puestos –y si el partido le pilló con ganas de echarse a la siesta o demasiado ocioso–, lo cierto es que no perdió el tiempo. Ni usted ni nadie. El encuentro, que dejó para la historia el tercer puesto de Bélgica, no depreció la celebración de un choque prescindible. Tuvo ritmo, goles y espectáculo. Quién lo iba a decir [narración y estadísticas: 2-0].



No esperar nada es lo mejor que le puede pasar a alguien en su vida. A partir de ahí, sólo pueden llegar buenas noticias. Y, decididamente, la final de consolación parte siempre desde el escalafón más bajo de interés –incluso entre los propios países que la disputan–. Los ingleses, de hecho, por primera vez en todo un campeonato, observarían el partido sobrios en Benidorm. Y, claro, descubrirían que a pesar de llegar a semifinales o de haber recuperado el nivel competitivo –según algunos, gracias a Guardiola–, su selección ha ganado mejor que ha jugado en este campeonato. De hecho, ha perdido tres de los siete partidos disputados y sólo se ha hecho con la victoria ante selecciones menores: Panamá, Túnez y Suecia. 



En cambio, Bélgica sí ha hecho méritos. Unos días al toque y otros al contraataque, algunos minutos monopolizano la posesión y otros buscando el vértigo, ha ido avanzando en el campeonato y ganándose, por qué no decirlo, el corazón del seguidor neutral. Ante Brasil, incluso, revelándose como una candidata firme al título. Hasta que llegó Francia y mandó al traste cualquier esperanza. Importa poco. El buen fútbol propuesto durante este campeonato le ha granjeado muchos devotos y una confianza que derivó en una buena puesta en escena contra Inglaterra.



Tanto es así, que a Bélgica le bastó saltar al terreno de juego para hacer el primero. ¿Cómo? En un contraataque: Chadli la puso desde la banda y Meunier, que llegó como un obús desde atrás, la mandó dentro de las mallas. Fue el inicio de un encuentro que controló desde las sensaciones. El balón fue para Inglaterra, más necesitada, pero las ocasiones las monopolizó el equipo de Roberto Martínez, más enchufado y decisivo. Incluso en la segunda mitad, cuando los ‘red devils’ culminaron su Mundial con el segundo gol, obra de Hazard –a pase de De Bruyne–, y finiquitaron el mejor torneo de su historia. El preludio de lo que está por venir: una selección con una generación de oro y que se postula desde este mismo momento a candidata firme a ganar la próxima Eurocopa.

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