España es un país de caras o cruces; de blancos o negros; de catástrofes o glorias; de buenos días o malos. No esperen un gris, un regular o un cinco pelado. Por eso, quizás, desde casa, se maldecía a la selección hasta el minuto 84. Hasta entonces, derrumbamiento. La ‘Roja’ empatando contra Túnez, recibiendo ocasiones, fallando los pases en el centro del campo, dando malas sensaciones, perdiendo balones. Ay, qué drama, qué decepción. ¿No íbamos a ser campeones del mundo? Pero llegó el gol. Apareció Diego Costa, ese villano con capa de superhéroe en el Atlético y maldecido con la rojigualda. Él fue el que recortó al portero, a dos defensas, a todos… y desesperó. ¿Por qué no tira?, gritó alguno. Y llegó el pase y el gol de Iago Aspas. Y comenzó la euforia [narración y estadísticas: 1-0].



La selección, de repente, recupera sensaciones. Lo ha hecho según se ha ido acercando el final de la preparación y el inicio del Mundial. Ante Suiza, empató (1-1). Quizás jugó mejor. Seguramente, también, exhibió algo más que este sábado, pero no convenció. Un fallo de De Gea y dudas. ¡Vaya por Dios! De nuevo, el cuestionamiento. Daba igual, era un amistoso, ya llegaría el segundo. Y se acercó. Apareció Túnez y la teórica alineación titular de Lopetegui. Unos toques, posesión… y hasta luego. No mucho más. La primera parte murió con estrépito.



Por el camino, sinsabores. España, la del toque, no guardó el tipo en defensa. Falló Odriozola, tan perdido como su pelo frente a los jugadores tunecinos. Un error suyo pudo acabar en gol de Sassi. Pero, oigan, es Túnez. Y queda todo dicho. No encontró puerta en la primera ocasión y tampoco en la segunda, obra de Sliti. Tampoco en las sucesivas que tuvo después. A partir de ahí, oportunidades y más oportunidades. Busquets, demasiado solo; Thiago, en otra parte; Isco, sin influir; y la selección, en su conjunto, demasiado relajada, como si no fuera con ella.



Descanso y cambio de planes. Lopetegui no lo vio claro. Dio entrada a Lucas Vázquez, perdió el lateral Odriozola en favor de Nacho y Thiago cedió su lugar a Koke, que puso algo de orden en el centro del campo. Y, España, reaccionó. No mejoró en exceso, pero fue poco a poco creciendo. Eso sí, vio el precipicio. Se asomó al abismo y, de repente, encontró el gol a la contra. Busquets se la puso a Diego Costa entre líneas, éste recortó al portero, a dos defensas y se la puso a Iago Aspas, que anotó el único tanto del partido. Y fin de la historia. Adiós a los fantasmas. España puede sonreír. Con cuidado, eso sí. Con estos despistes, no se pasa de octavos. Ni siquiera de primera fase. El escarnio estaba preparado, pero tendrá que esperar. Ojalá y no llegue nunca.

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