Hay dos Atléticos. El primero, el de la Liga, ese que da pasos de gigante cada fin de semana: ataca, golea y arrasa. Y luego está el de la Champions, que siendo tan fiable y jugando igual de bien que el de la competición doméstica, avanza poco a poco, de forma sigilosa. No consigue aplastar a sus rivales con esa facilidad ni cantar victoria como si fuera sencillo. En Europa, los colchoneros tienen que dejarse sudor y lágrimas. Da igual que al otro lado esté el Bayern o el Rostov. Todos -incluso los pequeños- son capaces de amargarte una noche. Eso sí, al Atlético es difícil ganarle a cabezón. Y así lo demostró, llevándose la victoria en el minuto 93 -bendito destino-, con un tanto de Griezmann -también autor del primero con una maniobra de equilibrista- que da la clasificación para octavos a los colchoneros. [Narración y estadísticas: 2-1].



Ocurre que en el fútbol, a menudo, se confunde la palabra inferioridad con la palabra fácil. El Rostov, en este caso, ha demostrado en los dos partidos contra el equipo de Simeone que es lo primero -por la calidad de sus jugadores-, pero no lo segundo. O, al menos, así se lo dejó entrever durante su visita al Calderón. Sin hacer cosas raras, sólido en defensa y a la espera de que llegara su momento -como si fuera aquella primera versión del conjunto del Cholo-. No sin dificultad, obviamente, pero sin perder la fe. Con un Atlético que, de tanto golear en Liga, dejó un sabor amargo antes del descanso. Jugó bien, sí. Y también creó ocasiones. Sin embargo, no arrasó. Y eso -bendito problema- acabó con la previsión de que el choque sería desigual.



El Atlético, al que a estas alturas de la película ya se le debería dejar de tildar como equipo defensivo, saltó al Calderón, se hizo con el balón y encerró a su rival, jugando gran parte del encuentro en campo contrario. Y, tras sendas ocasiones de Carrasco y Torres, dejó que Griezmann inaugurara el marcador con un toque sutil de esos que invitan a la aclamación incluso antes de encontrarse con su destino. Dicho de otra manera, el francés se dio la vuelta dentro del área y, casi sin mirar, le pegó con el exterior en una maniobra de contorsionista. Sin embargo, dos minutos después, Azmoun aprovechó un fallo de la defensa para ganarle la espalda a Godín y hacer el empate. Y vuelta a empezar…



Huelga decir, aunque ya esté plenamente asumido, que el Atlético, si por algo se define, es por ser un equipo cabezón. Insiste, insiste e insiste hasta en su peor día. Y a eso se dedicó durante todo el encuentro. Tiró de Carrasco, que amagó con un disparo lejano. Buscó el gol a base de toque y, sin parar, no dejó de crear ocasiones hasta ver el hueco. Remó y remó en pos de encontrar el mar. Y lo encontró a pesar de que no parecía el día y que los rusos, encerrados en su campo y trabajando como si fuera el último día de sus vidas, conservaron sus opciones hasta el final.



Pero en este equipo nada pasa por casualidad. Ni siquiera lo que estaba por llegar, la victoria del Atlético en el minuto 93. Justo al final, cuando nadie lo esperaba. Entonces, un balón largo de esos que buscan la nada encontró una cabeza y le llegó a Griezmann. ¿Fuera de juego? Eso pareció de primeras. Pero el árbitro, horrible durante toda la noche, le dio el tanto al Atlético. Y fin de la historia. El conjunto colchonero se hizo con los tres puntos y sigue primero de grupo. Ahora tendrá que jugarse la primera plaza con el Bayern en Múnich, que sigue segundo. Toca creer, porque con fe y trabajo, ya saben, todo se consigue. Y ahora, además, hasta el minuto 93 le sonríe.