El espejismo del Clásico duró cuatro días. Y diez minutos: los que tardó la 'BBC' en desconectarse del trabajo defensivo y Schürrle en darse cuenta de la debilidad de Sergio Ramos. El equipo de Zidane deparó una inmensa decepción a su afición justamente después de la primera alegría en mucho tiempo y se encomendará a un Bernabéu necesariamente desconfiado para tratar de salvar una temporada lastimosa.

Empezó mejor el Madrid, aunque durase poco, muy concentrado. Marcó incluso un gol (justamente anulado) y recibió un probable penalti en las piernas de Bale. Pero no hubo demasiadas protestas. Daba igual: el gol llegaría antes o después. La inyección de autoconfianza del Camp Nou era tal que nadie dudaba de una victoria visitante en la casa del octavo clasificado de la Liga alemana.

Transiciones rápidas

El Wolfsburgo, un equipo sorprendentemente directo, no se complicaba la existencia: ejecutaba transiciones rápidas y disparaba a puerta en cuanto podía. Atacaba en tromba, en velocidad, y los centrales blancos empezaban a mostrar carencias ante los futbolistas que llegaban por las bandas. El partido transcurrió por esta vía hasta el minuto 17, cuando el árbitro decretó un penalti dudoso de Casemiro (pero penalti) que nublaría la mente madridista para el resto de la noche. Ricardo Rodríguez, el lateral suizo que observa el Madrid como posible lateral izquierdo suplente de Marcelo, destrozó el posible récord de imbatibilidad de Keylor Navas entre protestas del banquillo visitante. A la postre, haría mucho mejor partido que el brasileño del Madrid.

Todo lo que pasó después preocuparía (como mínimo) al aficionado merengue. Ausente Varane, Pepe y Ramos simbolizaron la caducidad de una plantilla deteriorada mientras Danilo, el gran señalado por la afición ('trending topic' en Twitter), volvía a ser el de octubre y convertía a Julian Draxler, el 'hijo adoptivo' de Raúl, en un futbolista de primer nivel. En el minuto 25 una jugada del alemán, con apertura a la derecha, terminó en un pase de la muerte de manual que Schürrle remató sin oposición. Ramos hubiese tardado como mínimo dos segundos en llegar a ese balón. Se dejó escuchar un crujido en algún lugar del club blanco.

Pánico

Dolido y atónito, el Madrid aceleró, pero no asedió el arco rival. Sin el punto de frescura necesario y sin la coordinación de los mejores momentos del Clásico, sólo Bale por la izquierda (como Draxler por la derecha) estaba a la altura de las expectativas. Como pollo sin cabeza, atenazado por los nervios, el arranque madridista era apagado por la admirable capacidad de repliegue y despliegue de los locales. El 64% de posesión blanca era notoriamente estéril. 

En el minuto 40, para colmo, se lesionó Benzema. Otro crujido en la nave merengue. El percance desnudó las limitaciones de la plantilla y su descompensación: no había un '9' puro en el banquillo (ausente de la convocatoria Borja Mayoral) para reemplazar al francés (que había podido meter un gran gol con 0-0). Zidane, parado en la banda, trató de disimular el terremoto institucional que detectaban los sensores subterráneos y metió en cancha a Jesé.

Tras el descanso, ansiedad

Los primeros cinco minutos de la reanudación anunciaron una reacción (el Madrid tocaba, sin prisa, con disparo alto de Kroos en el 46 y ocasión de Cristiano en el 47). Modric bajó para sacar la pelota y el Madrid se puso el traje de faena, presionando en todo el campo. Pero la calma del Wolfsburgo desactivó la remontada visitante en muy poco tiempo. Había muchas ganas, pero demasiada ansiedad y pocas fuerzas. Y el que más vigor mostraba, Danilo, lo malgastaba en un derroche caótico y precipitado.

En medio de la ausencia de ideas y la espesura dominante, un magnífico centro de Bale desde la izquierda fue mal cabeceado por Ronaldo y la afición, mientras se mesaba los cabellos, se preguntaba por uno de los mayores enigmas del fútbol de élite: las temporadas que ha pasado el galés pegado a la banda derecha.

Zidane sacó entonces a Modric del campo y colocó a Isco (Kroos estaba físicamente fresco dentro del marasmo general) para tratar de enhebrar la aguja merengue. Los primeros destellos del malagueño insuflaron ánimos a sus compañeros y optimismo al hincha, pero fue otro espejismo (con excepción de un maravilloso pase al hueco que Ronaldo desperdiciaría ante el portero Benaglio). Poco después, una fechoría lamentable de Marcelo, tan gris como sus compañeros, demostró el enorme nerviosismo imperante en su equipo. Enfrente, la calma alemana de un equipo plagado por brasileños era insultante. Lograban que el reloj avanzase y no pasaran cosas: la peor noticia para los blancos. Hasta James tuvo 5 minutos para participar de la tragedia en primer acto. El graderío de Wolfsburgo vivía la fiesta de su vida. Al final del partido, tras una demostración de impotencia, el madridismo se aferraba al mito del Bernabéu y la genética del orgullo para una remontada imprescindible para la institución.

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