Hay pocos deportistas de élite con estudios superiores. Menos aún con un máster, con uno de los mejores trabajos académicos sobre filosofía del deporte y habiendo escrito una obra de teatro. Por eso el caso de Guillaume Martin (París, 1993) es único.

El ciclistas francés es uno de los hombres que luchaba por hacerse con el maillot blanco que identifica al mejor joven del Tour de Francia. En esa clasificación acabará tercero, solo por detrás de Pierre Latour (francés, 24 años, AG2R) y Egan Bernal (colombiano, 21 años, SKY). Desde la primera semana, Latour encabezó esa clasificación y Martin andaba al acecho. En los Pirineos y los Alpes los dos se iban midiendo. Se miraban, atacaban cuando el otro cedía, y el que cedía normalmente era Martin.

Después de la contrarreloj del último día contó que le lleva doliendo el costado derecho desde Roubaix (novena etapa). Luego fue a hacerse una radiografía. El resultado: una costilla rota.

Su 21º puesto en la clasificación general sabe mucho mejor una vez que se ha conocido el diagnóstico. Pero, como dijo en un tuit publicado en la noche del sábado, "[la fractura] no es una excusa, pero sí una explicación parcial".

Martin se había fijado como objetivo, en su segunda participación en el Tour, entrar en el top 15. El año pasado quedó 23º. Al menos, debe pensar, la ha mejorado. 

El ciclismo no es la única pasión de Martin. Estudió filosofía y ha escrito una obra de teatro que se titula "Platon vs Platoche", en la que sugiere que al filósofo griego probablemente hubiera querido ser deportista, como él. Algo parecido muestra en su trabajo final de máster ("El deporte moderno: ¿una aplicación de la filosofía nietzschana?"), donde explica su teoría de que el deporte ha suplantado a la religión como pilar en la vida de las personas: "Lo que mueve realmente el deporte son las ganas de ganar, la voluntad de poder, lo sobrehumano". En su TFM también ataca al dopaje, pues que formaría parte de ese "deseo de ganar a toda costa", sin respetar las reglas de juego.

También ha analizado el ciclismo y su sentido del tiempo. Lo hizo el año pasado en unas columnas que escribió en Le Monde mientras participaba en el Tour. "El espectador dice experimenta aquello que Henri Bergson llama duración". Es decir, cada uno vive la etapa con un tiempo completamente relativo. Aunque la etapa, según el reloj de la organización, dure cuatro, cinco o seis horas, las que sea, cada uno de los ciclistas las experimentará de forma distinta. A algunos se les pasará volando. Para otros será un suplicio. Es decir, el Tour "es una máquina de tiempo desordenado".

En una entrevista con el periódico francés Libération antes del Tour contó que "la carrera se vive más que se siente". También que aún tiene que hacer progresos en el nitzscheanismo aplicado. Quizá, esas doce etapas con la costilla rota han sido un paso.

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