En un acontecimiento multitudinario, en un encuentro entre un laureado ciclista y sus admiradores, Amy, sin querer, pero queriendo a su futuro marido, le arrebató el esplendor del momento durante unos segundos a alguien que ha vestido el maillot amarillo hasta en cuatro ocasiones. La afortunada sonreía, ilusionada, ante el flamante ganador del Tour de Francia, Chris Froome.

La muchedumbre inundaba el paisaje y los flashes iluminaban toda la escena. Nadie esperaba lo que iba a suceder. Salvo dos personas. Como en una comedia romántica de sábado por la noche, un momento puntual se tornó impredecible gracias al poder de un gesto o de una palabra capaces de modificar el transcurso de todo un día. O de toda una vida. 

Cuando Amy pensó que a la emoción de conocer a un campeón de élite no se podía sumar una felicidad mayor, su pareja, Tom, la sorprendió. De pronto, Chris Froome sacó una caja con un anillo, mientras explicaba que había cargado con él "durante las últimas tres semanas". "Es realmente pesado", bromeó. Entretanto, su cómplice, Tom, se arrodillaba al mismo tiempo que la joven perturbaba por completo su semblante. Cautiva y desarmada, ofreció su mano y aceptó su proposición. A veces es imposible decir que "no". Y más si enfrente se encuentra un ganador de esa magnitud.

La historia terminó como lo hacen las historias de amor: con un beso deslumbrante entre los tortolitos que eclipsó cualquier suceso. Incluso la celebración de un Tour de Francia. 

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