“Todos los años, a final de octubre, varios ciclistas profesionales hacemos una convivencia en Isla Cristina (Huelva). Nos invitan a una marcha cicloturista y aprovechamos para pasar unos días juntos, visitar colegios y celebrar almuerzos y cenas como dios manda. En ellas es un espectáculo ver a Pablo de pie mientras todos estamos sentados. Él está ahí, dando vueltas de un lado a otro, cortando jamón, trayendo cervezas… Ha llegado hasta a meterse en la cocina del restaurante para hacer patatas fritas para todos”.

Luis Ángel Maté nunca ha compartido equipo con Pablo. La vida llevó a este marbellí allende de nuestras fronteras: pasó a profesionales en Italia y ahora lleva cinco temporadas en el Cofidis galo, con el que está comprometido hasta una séptima. Sin embargo, habla de él con devoción. “Lo idolatro”, sintetiza. “Pablo es de esas personas que te das cuenta que son especiales desde el primer momento en que las tratas. Tiene un aura muy positiva que transmite seguridad y confianza”.

Es prácticamente imposible encontrar a alguien que hable mal de Pablo Lastras (1976, San Martín de Valdeiglesias). “A veces comentamos que no se puede ser tan perfecto, que seguro que roba discos en el Carrefour o algo”, comenta entre risas un ciclista retirado que prefiere no ser citado antes de recordar como, cuando él corría en un equipo pequeño en el cual no le daban ni barritas energéticas durante las carreras, Pablo se acercaba y le daba su repleta bolsa de avituallamiento de Movistar. “Toma, cómete esto, ya bajaré yo al coche de mi equipo a por algo para mí”, le decía.

Cazador y maestro

Conocido como ‘Penkas’, mote creado por un colega de entrenamientos y difundido por el inolvidable ‘Chava’ Jiménez, el rubio madrileño demostró ser especial desde los primeros pasos de su carrera deportiva. No ya por su inteligencia, por su carácter o por su rendimiento, sino por una cualidad rara, imposible de entrenar: “Uno de los olfatos más agudos del pelotón, una habilidad innata para transformar sus escapadas en triunfos”, en palabras de Eusebio Unzué, su director de siempre desde que pasara a profesionales en 1998 con el Banesto hasta su retirada en 2015 con Movistar.

Ese olfato de cazador lo expresó capturando victoria de etapa en su debut en las tres grandes vueltas: 2001 en el Giro d'Italia, viniendo de fracturarse dos vértebras en una caída con la mountain bike; 2002 en la Vuelta a España, poniendo la sonrisa en la cara de un equipo desahuciado por el abandono de su líder entonces, Paco Mancebo; 2003 en el Tour de Francia, con los dedos de los pies en carne viva. Dedicó esta última victoria a su madre Rosa, fallecida por cáncer cuatro meses antes, rubricando una de las imágenes más bellas que ha dado jamás el ciclismo.

Giro de Italia, año 2001. Getty Images

Tras esta racha victoriosa, Lastras se convirtió en uno de los gregarios más apreciados del pelotón. “Dentro lo valoramos muchísimo por su calidad, su oficio y su temple”, cuenta Maté. “En el grupo es de los pocos que habla a todo el mundo por su nombre. Mientras los demás pedimos paso a voces, llamando al de delante por su apellido o por su equipo, él utiliza el nombre”. En el seno de Movistar se convirtió en “el Padrino”, un veterano que aconsejaba y ejercía de tutor de las promesas. Acudía a las carreras con los más jóvenes y se convertía en su sombra y guía durante la competición; incluso compartía habitación con ellos para enseñarles cómo era la rutina de un profesional fuera de la bicicleta.

Esta misma figura la desempeñaba también con los novatos de otros equipos y sus compañeros de grupo. “Ha sido siempre el espejo en que me he mirado”, cuenta el ex ciclista Josemi Fernández, vecino de Lastras y ahora director del equipo Caja Rural. “Yo me enorgullezco de ser de pupilo”, tercia otro paisano, Marcos García, corredor del Louletano portugués. “Es un tío de 10. Ayuda y enseña a los jóvenes todo lo que pueda, a entrenar y a todo. Da ejemplo incluso en competición. Y no sólo a quien conoce, sino a cualquiera que lo necesite. En una Volta a Catalunya, le guardó el chubasquero a un esloveno, Luka Mezgec, que luego ganó la etapa. En un Tour de Romandía se le cayeron las gafas a un australiano, Cameron Meyer; en plena carrera se agachó, las cogió y fue hasta cabeza del pelotón para devolvérselas”. Cuentan que, yendo fugado en un Giro, compartió su comida con un italiano, Alessandro Bertolini. Éste le quitó después la victoria en recta de meta.

Caprichos del destino

Pero la energía, el universo y el destino son caprichosos. Todo ese karma positivo ha tenido una devolución bastante triste. Pablo Lastras fue propenso a las caídas. Circulan listas de sus lesiones que superan ampliamente las dos decenas de huesos fracturados e intervenciones quirúrgicas. Pese a los infortunios, Lastras siempre retornaba al máximo nivel; citando el carácter tozudo de su madre, su ejemplo en la vida, se restablecía y recuperaba su forma física para, meses después, volver a sufrir un accidente que le hundía otra vez en la miseria. Ya tras su durísima caída en la Vuelta a España 2013, en las que se rompió clavícula y escápula izquierdas, le costó volver a recuperar el equilibrio sobre la bicicleta. Le recomendaron que se retirara, pero desoyó.

Su vida como ciclista profesional acabó en la Volta a Catalunya de este año. Otra caída más, esta vez bajando un puerto a 60 por hora, le destrozó la cadera. Al principio, Lastras no quiso oír hablar de retirada. No la admitió públicamente la semana pasada en la Cadena SER. Se mudó a Navarra y ahí sigue, seis meses después, con al menos otros tres por delante, tratando de rehabilitarse y esperando pacientemente a que se forme el callo óseo que a la larga le permita tener una vida normal. Si no, tendrá que insertarse una prótesis en la cadera. El reto del ciclista al que todos aman ya no es subirse de nuevo en la bicicleta, sino volver a caminar.

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