Sarunas Jasikevicius y Zeljko Obradovic se abrazaron antes de que arrancara la primera semifinal de la Final Four de la Euroliga. Un partido de baloncesto no podía mitigar la amistad que une a ambas leyendas más allá de las canchas. Sin embargo, Saras no consiguió lo que, en el fondo de su corazón, le hubiese gustado: que ese abrazo fuese uno digno de Judas y poder ganarle la partida a su antiguo entrenador y maestro. Su Zalgiris luchó, como acostumbra, pero contra un gigante llamado Fenerbahçe. Bien encaminado desde el principio, aun con algunos sudores fríos, a su tercera final europea consecutiva [Narración y estadísticas: 76-67].

Los turcos salieron a jugar con el cuchillo entre los dientes. Su defensa, por momentos, pareció inexpugnable. Quizá los lituanos empezaron a saber atacarla demasiado tarde: 12 pérdidas tan sólo en la primera mitad por 10 robos del Fenerbahçe. Y, sin embargo, el vigente campeón no encontraba la misma fluidez en ataque. O la hallaba más a cuentagotas: las penetraciones asesinas de Wanamaker, las rachas de Sloukas, la fortaleza interior de Vesely, Datome disfrazado de MVP…

El Fenerbahçe enseñaba músculo, sí. También lo hizo a partir del trabajo sucio de Melli y Duverioglu. Pero tenía enfrente al equipo más valiente de la presente Euroliga. A uno que no conoce el significado de la expresión 'tirar la toalla'. Y que, a base de hombres, se ha ganado la admiración de todo el continente por pelear de tú a tú ante todos sus rivales, sin omisiones. Al conjunto lituano le dio exactamente igual tener un fatal arranque de partido o dar la sensación de estar a años luz de los turcos por momentos. Los hombres de Jasikevicius volvían al partido una y otra vez.

A base de hacerse fuerte en el rebote, el Zalgiris supo ver la luz al final del túnel siempre que su rival amenazó con romper el encuentro. Poco a poco, piezas clave del equipo como Kevin Pangos y Brandon Davies se despertaron y dejaron en un puño el marcador: llegó a señalar hasta 13 puntos favorables al Fenerbahçe ya en la segunda parte. Aaron White también contribuyó lo suyo a que a 12 minutos del final ambos equipos estuviesen separados por una única canasta de diferencia. Y por dos al iniciarse el último cuarto (54-50).

Sin embargo, el favoritismo turco acabó imponiéndose con las urgencias a la vuelta de la esquina. Ali Muhammed (Bobby Dixon) sacó a relucir sus buenas dotes para la artillería y, en éxtasis, mandó a la lona al Zalgiris. Todo ante la atenta mirada de los jugadores del Real Madrid, a los que ya sacó de quicio hace un año también en semifinales. La hora de la verdad era un buen momento para que Datome volviese a hacer de las suyas. El italiano, que ya había defendido como los ángeles en la primera mitad, volvió a sacar a relucir su faceta taponadora en el mejor momento posible.

Aunque Muhammed fue el killer más letal a la hora de sentenciar el triunfo del Fenerbahçe. Capital para que los suyos volviesen a instalarse en los 10 de renta o cerca, su explosión anotadora a última hora fue toda una reivindicación. Hacía tiempo que no se le veía tan lúcido como antaño con la camiseta negra y amarilla: buena muestra del fondo de armario que tiene el gigante de Estambul. Por mucho que Davies y Pangos se afanasen en remontar por enésima ocasión, todo había acabado.

Ni siquiera las carencias postreras de frescura en ataque del campeón sirvieron de algo. Datome se puso serio de nuevo, Dixon no bajó el pistón y adiós muy buenas. El tiro libre, aliado del Zalgiris minutos antes, tampoco ayudó en los momentos decisivos. Obradovic, como casi siempre, gritó 'jaque mate'. Es el mejor cuando se trata de mezclar el ajedrez con la canasta.

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