Madrid

El corazón de un equipo sale a relucir, sobre todo, en los grandes partidos. Y en la plantilla de este Real Madrid saben muy bien de qué va eso de sudar la camiseta. De dejarse la piel en cada encuentro. De no dar nada por perdido ni por ganado antes de tiempo. De darle importancia a cada ataque y a cada defensa. De apretar los dientes o pisar el acelerador, según convenga. De superar cualquier adversidad que se ponga por delante en busca del bien común. En definitiva, de morir por el escudo. El carácter, una vez más en plena lucha contra los elementos, imperó también en el Clásico europeo contra el Barça. Esta vez, después de mucha tempestad en forma de derrotas continentales en las últimas semanas, la competitividad sí sirvió para festejar una victoria. Y una muy grande [Narración y estadísticas: 87-75].

Dio igual que el partido empezase de forma trabada, con nerviosismo en ambos bandos y un corte muy defensivo, en busca de más fallos del contrario que aciertos propios. El Madrid siempre pareció ir un paso por delante en ambición. El mensaje lanzado por los jugadores de Pablo Laso ante el eterno rival no pudo ser más rotundo: aquí, ya que faltan unos cuantos, no sobra nadie. En un día propicio para la reivindicación, hubo varios hombres que dieron un paso al frente inestimable.

Fue el caso de Facundo Campazzo. En el primer cuarto, con un electrónico apretado y poca soltura, cogió las riendas del Madrid. Hacía mucho que el equipo necesitaba recuperar su versión más arrebatadora. Y, sin duda, el argentino se puso las pilas cuando más tocaba, para no perder de vista ni los playoffs continentales ni la frescura que se le demanda en este equipo. Él empezó a marcar la senda de la victoria y fue el primer secundario en mandar un aviso a navegantes.

Más tarde, fue el turno de Jaycee Carroll. Más activo en las últimas fechas, está claro que ya no se le puede pedir el rendimiento de hace unos años. Pero también es evidente que todavía es capaz de ser un revulsivo muy valioso desde el banquillo. 'Boom Boom' hizo honor a su mote y explotó por completo durante los que parecieron los mejores minutos del Madrid (después se subiría aún más el listón). Ya sin ningún tipo de atadura, los blancos se gustaron, empezaron a encestar triples y, desde luego, a marcar las diferencias.

Los 'bingos' corrieron, entre otros, a cargo de Luka 'sobran las palabras' Doncic. Trey Thompkins echó más leña al fuego. Y Jeff Taylor. Y Rudy Fernández. Pero no hay que olvidar el nunca suficientemente ponderado trabajo sucio de Felipe Reyes. Cuánto se desvive este capitán por los suyos. Qué manera de multiplicarse para hacer olvidar al respetable que Ayón y Kuzmic no están. Qué gran ejemplo para un Walter Tavares con cada vez mayor presencia interior.

Hasta Fabien Causeur dio síntomas de volver a ser importante, con un tapón en la zona que se convirtió en una de las imágenes del partido. Sintomática de la impotencia que el Barça empezó a arrastrar en el segundo cuarto. Como la canasta desde su campo de Doncic al poner fin al tercer cuarto. Pero no a la pesadilla azulgrana.

Si el lector se incorporó al encuentro tras el descanso, puede que se pregunte cómo es posible que los hombres de Sito Alonso se fuesen a vestuarios tan sólo dos puntos por debajo. Que llegasen a ir por delante en el marcador. Que Seraphin fuese importante en los primeros minutos. Que Sanders, Heurtel o Tomic tirasen del carro para ponerle las cosas difíciles al eterno rival. Todo se desmoronó en cuanto los locales dejaron de lado la sobreexcitación y la cambiaron por la fluidez ofensiva y una defensa impenetrable. También en cuanto el duelo ganó baloncesto y perdió protagonismo arbitral. Entonces, salió a relucir el carácter de unos. Y la ansiedad de otros. Al Madrid le hacía falta esta victoria. Sobre todo, para advertir que, sí, el 10 en coraje sirve de algo. Incluso de mucho.

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