El Real Madrid no se jugaba un triunfo o una derrota este viernes en Vitoria. Había en liza algo mucho más importante: el honor. Había que restaurar el orgullo herido tantas veces ante el Baskonia en su casa, en el Buesa Arena, durante los últimos tres años. Faltó carácter, y mucho, en el duelo liguero de enero. Sobró, sin embargo, en la Euroliga. Ya son siete victorias consecutivas en el escenario continental, con un golpe sobre la mesa ante los vascos de magnitud similar o superior a la también revancha europea contra el Barça. Castigo que reciben los blancos con tintes azulgranas (verdes en esta ocasión), venganza cobrada en frío semanas después [Narración y estadísticas: 71-79].

Nadie dijo que fuese a ser fácil enfriar un plato tan contundente como el del Buesa Arena. Es admirable, por su redundancia, el empeño de este Baskonia. Da igual lo difícil que sea el listón a superar: Sito Alonso y sus chicos salen a por todas contra quien sea. ¡Parecen más de Bilbao que de Vitoria! Poco importó que el Madrid llevase la iniciativa durante todo el partido. Los defensores por antonomasia de la garra en el baloncesto europeo actual siempre volvían. Dio igual que no fuese su día más lúcido en ataque. Ahí estaba el aguante en defensa, desde el rebote, para cortar las distintas escapadas del Madrid. Y Hanga y Beaubois, de cuando en cuando, daban pie a creer con sus acciones en la canasta contraria.

Pero todo les sonrió más a los visitantes desde el principio. Todo mejora cuando en tus filas milita el potencial (y, quién sabe, quizá seguro) número uno del Draft de la NBA en 2018: Don Luka Doncic. Da igual que sea menor de edad, ya viene mereciéndose ser tratado de usted desde hace tiempo. Con sus triples, su descaro y las genialidades que inventa de la nada (qué obra de arte hecha balón de baloncesto pasado por debajo de las piernas y plasmada en bandeja creó en el último cuarto), el cielo está al alcance de cualquiera.

Eso sí, la solidez del Madrid en la sede de la próxima Copa, en un pico de forma ilusionante de cara a ese torneo venidero, no quedaría justificada del todo sin otras menciones de honor. Cómo jugó el pick and roll Gustavo Ayón, que bailó a los interiores del Baskonia sin compasión, mientras pudo. Cómo le ayudó con sus pases Sergio Llull, que ni siquiera tuvo que aparecer en ataque para ser tan capital como el que más por enésima jornada. Cómo machacó y taponó Anthony Randolph, que, por muy irregular que pueda parecer a veces, da minutos de mucha calidad ofensiva y defensiva a su equipo.

Además, al Madrid no le afectó tener en el banco a Ayón y a Hunter durante muchos minutos por problemas de faltas. En esos momentos de necesidad, se hicieron grandes dos jugadores que dignifican la calidad intrínseca a la rotación blanca: Jeff Taylor y Trey Thompkins. Cuánto importa la letra pequeña en los grandes equipos y qué nueva lección dio esta pareja a base de intensidad. Laso sabía lo que hacía manteniéndoles entre los suyos, desde luego.

De tanto volver y volver cuando el líder en solitario de la Euroliga acariciaba la decena de renta, el Baskonia acabó mareado en el tercer cuarto. El Madrid aprovechó que la entereza del rival flaqueaba para echar el cierre al marcador definitivamente y confirmar, una semana más, que no hay duda que valga a su respecto. 3 de febrero, la Copa del Rey asomando y los blancos donde su nombre les obliga a estar cada temporada a estas alturas: con hambre de hacer grandes cosas, divisando desde la cima al resto tanto en España como en el Viejo Continente.

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