“Yo no quiero nada malo, no, no, no, en mi vida malo, no, no, no, no”. Todo lo vivido en Málaga hasta ese momento, el parón anterior al último cuarto, había sido bueno. Muy bueno, por llevarle la contraria a Aitana War en la megafonía del pabellón. Con tanto jugón listo pa' bailar en la cancha, sólo uno de los leones en liza del Real Madrid podía convertirse en aquel que se comió las mariposas. Fabien Causeur iba a mutar en el chico malo por antonomasia. El que iba a hacer rabiar al resto. El que, con un triple y una penetración en los últimos segundos ("pa' malo yo": 21 puntos), le dejó bien claro a Unicaja cuándo, dónde y con quién se perdió su game. Si no le miraban, le iban a ver. Si no le escuchaban, le iban a oír. Iba a pasar de largo y del “ti” correspondiente a todos y cada uno de los jugadores contrarios. Lo tenía clarísimo: “Esta noche bailo sólo para mí” [Narración y estadísticas: 88-89].

Por partidos como este, la competición doméstica se reivindica. Todavía hay esperanza para la Liga, cada vez más fagocitada por la Euroliga. Cuando dos de sus mejores equipos dan un espectáculo como el que se vio de principio a fin en el Martín Carpena, todo merece la pena. Puntos, defensas espectaculares, jugadores estelares, intensidad, espectáculo, igualdad… Por seguir con la dinámica en la que se han instalado los duelos entre Unicaja y Madrid, por otro lado. Si los conversos buscaban un encuentro para seguir agarrándose a su fe, lo tuvieron. Y, desde luego, estos 40 minutos de pura pasión resultaron ideales para ganar adeptos a la causa de este maravilloso deporte.

El desenfreno ofensivo fue de aúpa desde el salto inicial. De triple en triple, los minutos pasaban raudos. Con el Madrid más sólido en un principio y hasta siete puntos de máxima renta. Doncic, Carroll y Randolph cortaban el bacalao. Aunque un jugador local, que podría ser su compañero en el futuro (quién sabe), les eclipsó por completo: Nemanja Nedovic. Con él, Unicaja se creció sobremanera. Imposible no hacerlo durante un segundo cuarto en el que el serbio instauró un auténtico monopolio. 16 puntos (de 19 en la primera mitad: 25 finales) llevaron su sello entonces.

Empezar a pelear más el rebote a los visitantes cambió mucho el signo de las cosas. Como los puntos de los suplentes malagueños. Más allá de Nedovic, Brooks también aportó lo suyo. Sobre todo, nada más concluir el descanso, cuando más dudas pareció arrastrar el Madrid. Había que defender para volver a entrar en faena, y así lo hicieron los de Laso. Fue entonces cuando la intimidación de Tavares hizo milagros, Causeur anotó ocho puntos consecutivos (11 en el tercer cuarto) y Randolph se pareció al jugador que todos quieren ver.

Pero en Unicaja no estaban dispuestos a rendirse. Fue entonces cuando McCallum tomó el relevo de Nedovic, mucho mejor defendido en la segunda mitad, y asumió el papel de líder. De golpe y porrazo, el norteamericano se plantó en los 20 puntos como si nada y firmó algunas de las mejores acciones de la tarde. Gracias a esta exhibición, sus compañeros se crecieron y los malagueños volvieron a dejar helado al rival. Siete arriba ya entrados los 10 últimos minutos, el deseo parecía acompañar más a los hombres de Joan Plaza. Además, el Madrid perdía a Tavares, que se retiraba al banco doliéndose del tobillo (minutos antes, Rudy Fernández ya protagonizó un susto en forma de golpe en el codo).

Y, sin embargo, nadie dejaba de creer en las filas blancas. El partido no tardó en volver a apretarse, los pequeños detalles entraron en acción y Causeur convirtió un triple fundamental a 20 segundos del final. Uno abajo y con la última posesión para el Madrid, esta vez el tiro de la victoria, en una semana no apta para cardíacos, le correspondió al francés. No defraudó, con la valentía por delante. Penetró hasta el aro con toda la decisión de la que pudo apropiarse, la misma de la que ya había hecho gala también en la zona segundos antes, y dejó la pelota en el lugar deseado: la red. Todo acababa de concluir entonces, sin esperar al bocinazo. Lo dicho: pa' malo él.