En verano de 2017, dos de los mejores jugadores de la sección de baloncesto del Real Madrid fueron reclutados por la selección de Eslovenia para ganar una medalla de oro que no poseían. No tardaron en colgársela al cuello en el Eurobasket. Hoy, de vuelta en España y deseados hasta la extenuación por la NBA, sobreviven como jugadores de fortuna, y mucha, en la capital española. Si tiene algún rival incómodo delante, como el Valencia Basket, y este par la rompe en la pista, Laso quizá pueda cantar victoria. Porque, sí, Luka Doncic y Anthony Randolph son capaces de convertir a su Madrid en todo un Equipo A si se lo proponen [Narración y estadísticas: 82-86].

Doncic simboliza la belleza en una cancha de baloncesto. Es, sin lugar a dudas, Fénix: guaperas, pero resolutivo. Su segundo cuarto fue antológico a más no poder. Por lo que generó él solito (nueve puntos y tres rebotes) y por lo que ayudó a generar a sus compañeros (tres asistencias). Producir, de una u otra manera, 19 de los 26 puntos del Madrid en 10 minutos es una hombrada. Esos aires de leyenda que desprenden sus números dan a partidazos como el de este domingo un significado mayor: qué coast to coasts, qué reversos, qué pases tan mágicos… Definitivamente, este chico va a durar poco más en Europa: ya roza los triples-dobles que podría hincharse a conseguir en las Américas.

Por supuesto, la resolución del niño no defraudó tampoco cuando se acercó la hora de la verdad. A este chaval le resbala la presión casi siempre. Tiene tanto talento en las manos, y en la cabeza, que nadie tiene la receta infalible para pararle. Ni la va a tener. Porque si Doncic hace cosas increíbles a los 18 años, anota canastas dignas de (palabras mayores) Jordan recién estrenado el carné de conducir, ¿qué no hará dentro de un par de años o tres? Por si alguien tenía dudas, el reto de ser el jugador franquicia de este Madrid no le viene grande. Ni mucho menos.

Hablemos ahora de A.R., el M. A. de la plantilla madridista. Ni se les ocurra enfadarle: como tenga el día, que los contrarios se pongan a rezar lo que sepan. Empieza a encestar sin ton ni son y a ver quién se lo impide. En vistos y no vistos como el de sus ocho puntos en el tercer cuarto (18 finales), cuando peor estaba su equipo y más disfrutaba el Valencia Basket. Randolph está en un momento impecable y no para de demostrarlo. En un partido grande, contra un rival de la misma talla, su actuación fue precisamente eso: enorme.

Y no nos olvidemos de otros dos jugadores que podrían completar ese cuarteto de sobresaliente que tan célebre hizo la televisión en los 80. En primer lugar, Ayón, también inmenso en los últimos partidos y cada vez más cerca de su mejor versión como madridista. Kuzmic está tomando buena nota de las enseñanzas de su compañero mexicano: ya se aprovecha tan bien como él de los pases teledirigidos de ensueño de Doncic. En el papel de Hannibal, a 'Titán' le encanta que los planes salgan como es debido.

Tampoco hay que pasar por alto la aportación de Campazzo, tan pronto Chicho Terremoto como, en este caso, Murdock. Hace falta un punto de locura, de caos, dentro del orden, y el argentino lo aportó en ciertos momentos clave del encuentro. Por ejemplo, anotó un triple que acercó al Madrid a su máxima ventaja (nueve puntos) en la primera mitad. Y osó ponerle un tapón a Erick Green (muy bien defendido por el Madrid). Pero, sobre todo, fue el autor de la canasta decisiva ya al filo del bocinazo, la que aseguró el triunfo sin posibilidad de réplica local. Antes, un triple tanto o más importante de Taylor.

Un señor equipo, y de lejos, este Valencia Basket, sin necesidad de depender en exceso de dos puntales como Green y Dubljevic. Sus variantes son inmensas. Will Thomas es un factor X de escándalo. La muñeca de Aaron Doornekamp, en punto de ebullición, puede romper las mejores defensas. Tibor Pleiss ha vuelto a España pletórico (vaya batalla de aúpa protagonizó con Ayón en la zona). Joan Sastre sigue haciendo méritos para ser uno de los nombres propios indiscutibles del futuro de la canasta española. Alberto Abalde, en pocos minutos, aportó mucho a los suyos.

El esfuerzo colectivo del vigente campeón liguero permitió que la Fonteta vibrase con los suyos en todo momento, sin que los chicos de Txus Vidorreta perdiesen la cara al duelo nunca. Hasta lo lideraron en ciertos momentos. Y merecieron ganarlo, por lo menos, tanto como el Madrid. No tienen nada que envidiarle, ya lo demostraron el curso pasado. Aunque, a última hora, el caché ligeramente superior del conjunto blanco marcó la diferencia. Partido delicioso, de lo mejorcito de lo que va de campaña. Y, desde luego, el más convincente del equipo de Laso. ¿Querían artillería contra un rival de los serios? Aquí la tienen, y de la buena.

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