“¡Lo que faltaba!”. Eso debió pensar Pablo Laso cuando, justo antes del descanso, Felipe Reyes se retorcía de dolor en la pista del Gran Canaria Arena. Se había golpeado la cadera contra el parqué al caerse mientras luchaba por un rebote: era el enésimo drama de un Real Madrid abocado a la tragedia desde el inicio de su semifinal de Supercopa. Lo de su capitán se quedó en un susto, pero no lo de todo el equipo blanco, superado sin paliativos por un Gran Canaria mucho más hecho como colectivo en todo momento. Ni Ayón ni Thompkins ni Carroll, a la desesperada en los minutos finales, pudieron salvar la mala imagen de los suyos [Narración y estadísticas: 73-64].

Mientras el Granca lo hacía todo rematadamente bien, el Madrid padecía lo contrario. ¿Que llovían los triples en una canasta? Brillaban por su ausencia en la otra. ¿Que no había un líder claro entre los locales, con todos mostrándose a un gran nivel? Los visitantes no tenían a nadie que fijase un rumbo claro. ¿Que los hombres de Luis Casimiro no lo ponían nada fácil en defensa? Los de Laso lo permitían todo o casi todo (mención especial para los mates). E, incluso, lo facilitaban, con 13 pérdidas tan sólo en la primera parte.

Al Granca le sobraban los jugones: Seeley, McKissic, Pasecniks, Mekel, Fischer… Hasta Oriol Paulí se ganó el sobresaliente, quizá en uno de los mejores partidos de su carrera. Por otro lado, al Madrid le costaba un dolor enlazar dos buenos ataques seguidos. Ni Reyes ni Rudy Fernández pudieron presumir de galones. Y menos Causeur. Sólo Campazzo y Kuzmic, entre los recién llegados, tuvieron ciertos minutos interesantes… que murieron tan pronto como vinieron.

En la primera parte, quedó la esperanza de que sólo se perdía por nueve al descanso. En la segunda, el amago de cortocircuito del Granca: de ganar por 16 puntos en el tercer cuarto a hacerlo sólo por cinco en el último. Consuelos estériles junto a la tardía mejoría defensiva: no sirvieron para remontar en ningún momento. La sensación de conseguirlo no se dio ni siquiera cuando existieron más dudas en el Granca. Un partido tan bueno del anfitrión de la Supercopa no podía caer en saco roto.

Y no lo hizo. Ni siquiera cuando los blancos recuperaron también el acierto exterior, ya prácticamente con todo visto para sentencia. Antes de que Carroll y Thompkins intentasen arreglar el desaguisado general en el último momento, se arrastraron hasta tres minutos y medio sin anotar al regresar de los vestuarios. Meter 11 puntos no en uno, sino hasta en dos cuartos: quién ha visto y quién ve a este equipo. Lo de correr, mejor ni mencionarlo.

Eulis Báez puso la puntilla a un duelo en el que el Gran Canaria, finalista de la Supercopa por segundo año consecutivo, logró haberes sin parar. En contraposición, al Madrid se le acumularon los debes también de forma vertiginosa: un ataque de luto desde el salto inicial, males endémicos en el triple y la línea de tiros libres, una nula intensidad defensiva durante demasiados minutos… Hasta el coleccionista de tapones, Anthony Randolph, recibió de su propia medicina. Nadie lo deseaba en las filas madridistas, pero la nueva temporada empieza igual que como terminó la anterior: con una noche para olvidar. Ahí va otro año sin premio, el tercero consecutivo, en busca del primer título del curso.

El Valencia Basket sigue abonado a las finales

Cuando Erick Green terminó su primer año en la universidad con tan sólo 2,6 puntos de promedio y un 29,3% de acierto en el tiro, decidió que tenía que cambiar. Había triunfado en el instituto, pero eso no le garantizaba hacerlo en la NCAA. Por eso, se convirtió en “una rata de gimnasio”, como él mismo reconoció. Desde entonces, su trabajo duro hizo que todo le fuese mejor: jugador del año en su conferencia, destacado en el Montepaschi Siena italiano, paso por la NBA (aunque sin regularidad) y subcampeón de la Euroliga con el Olympiacos griego este mismo año. ¿Qué le toca ahora? Ser determinante en el Valencia Basket. Y ya lo consigue [Narración y estadísticas: 83-78].

Erick Green ante Unicaja en la semifinal de la Supercopa. ACB Photo

Un chaval nacido en Inglewood, el barrio del Forum en el que tanto jugaron y ganaron Los Angeles Lakers, es carne de showtime. Y, la verdad, Green dejó claro que este año pueden divertirse mucho con él a orillas del Turia. Su comienzo de encuentro, eléctrico, señaló el camino a los suyos, arrolladores en la primera parte y más humanos en la segunda. Pero no lo suficiente como para que Unicaja pudiese asaltar un marcador que nunca le perteneció. El conjunto taronja quiso más la victoria, se mostró más seguro a los mandos del partido y, al final, consumó la venganza que ansiaba desde abril.

Esa derrota en La Fonteta cuando la Eurocup ya era prácticamente valenciana dolió mucho. Ya tocaba resarcirse. Aunque los fantasmas de que se repitiese un desenlace similar llegaron a sobrevolar el Gran Canaria Arena. Después de mandar hasta por 14 puntos, hubo dudas entre los hombres de Txus Vidorreta. Y Unicaja las aprovechó, claro. Después de que sólo Salin se luciese a base de triples en los 20 primeros minutos, Nedovic y Brooks aterrizaron en las islas. Ellos y un Augustine rocoso en la pintura permitieron creer a Unicaja, que empató el partido ya en el último cuarto.

La defensa, que había impedido que el Valencia rompiese el duelo por completo en el segundo periodo, también fue clave para la resurrección de los andaluces. Sin embargo, acabó pesando demasiado el vendaval ofensivo sufrido antes del descanso. Y que el vigente campeón de la ACB siempre encontrara una vía de escape cada vez que Unicaja se colocaba a tiro de piedra. También fue un día especialmente bueno para Tibor Pleiss, el otro pilar del triunfo naranja.

San Emeterio y Will Thomas, sospechosos habituales, también aportaron lo suyo. Sin olvidar los tiros decisivos convertidos por Doornekamp y Diot o la intensidad de Dubljevic, que fue de menos a más. Cuánto echó en falta el contrario esa solidez por dentro, ya que Shermadini cuajó un encuentro para olvidar. Como el de otro fichaje optimista de este Unicaja, McCallum, que no pudo acabar con buen sabor de boca su primer partido oficial con la camiseta verde. Aunque intentase remediarlo a la hora de la verdad.

Hay que quedarse con esto: lo que parecía ser un paseo acabó derivando en un encuentro precioso, con emoción hasta los últimos instantes. Quedó claro que tan importante es acertar con los fichajes en verano como mantener las bases que han sentado los éxitos de tu equipo. Hubo de lo uno (Green, Salin, Pleiss, Augustine) y de lo otro (San Eme, Nedovic, Thomas, Brooks) para dar y tomar. Esa es la mejor noticia para ambos bandos. Dio hasta rabia que tuviese que ganar uno: lo hizo un Valencia Basket que, consumada su cuarta final consecutiva, sigue abonado a pelear por todo. Y el baloncesto español que se alegra por ello.

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