La temporada de la sección de baloncesto del FC Barcelona es de las que no se olvidan fácilmente... por su dramatismo. Desde aquel tapón de Randolph a Dorsey en la Euroliga, durante el severo correctivo del Real Madrid a principios de curso, hasta el triple de Renfroe que se salió de dentro contra el Valencia Basket, en los últimos segundos del curso y después del enésimo partido jugado a trompicones, todo ha sido pesar. Ni un título (quitando la menor liga catalana) para acabar con un mal sabor de boca continuo, traducido en última instancia en una eliminación en cuartos de final de la ACB que no se padecía desde la temporada 2004-2005 (1-3 ante Estudiantes, cuando todavía se jugaba al mejor de cinco partidos). La era postPascual no ha podido iniciarse de manera más preocupante.

Los partidos convincentes del Barça desde septiembre del año pasado se pueden contar con los dedos de una mano en todas las competiciones. La actitud ha brillado por su ausencia mes sí y mes también. Puede que la Supercopaen la que se logró el subcampeonato, fuese el mejor momento de la campaña. Después, la nada, con el bagaje más pobre que se recuerda en años. Especialmente sangrante en una Euroliga que sacó a la luz la peor cara de un conjunto azulgrana totalmente carente de competitividad: 12 victorias por 18 derrotas (undécimo clasificado de 16 equipos).

Dos de los peores momentos del equipo catalán en su año menos lúcido en mucho tiempo llegaron en Europa: la ya mencionada paliza del Madrid (63-102) y la del CSKA de Moscú (61-85). Ambas sufridas en el Palau Blaugrana y la segunda con el añadido de acabar el primer cuarto del encuentro con unos paupérrimos cuatro puntos en el marcador: lo nunca visto. Como tampoco habla nada bien del Barça que más de la mitad de sus derrotas continentales llegasen fuera de casa y que se acumulasen hasta cuatro tropiezos europeos consecutivos en un momento dado.

Decepción en el banquillo del Barça durante el tercer partido ante Valencia. Kai Försterling EFE

Mal asunto para uno de los cuatro o cinco equipos con mejor presupuesto de todo el Viejo Continente. Uno que sirvió para traer a Rice, Koponen y Claver, además de a un nuevo entrenador, Georgios Bartzokas. Pero no para volver a ganar. Se esperaba mucho del base norteamericano, que cumplió las expectativas sólo a cuentagotas. Demasiada dependencia de su juego. Del finlandés y del español se supo lo justo y necesario, como del resto de sus compañeros. Y qué decir del técnico griego, superado por las circunstancias internas y externas una y otra vez.

Queda claro que las cosas tampoco fueron bien a nivel doméstico. Mejor la primera vuelta de ACB que la segunda, aunque de poco sirvió: eliminación en semifinales de Copa, precisamente ante el Valencia Basket también causante de la debacle liguera, y fuera de los cabezas de serie en los playoffs. 22 victorias y 10 derrotas para concluir en una sexta posición que suena a chino después de tantos años en la cumbre. Tan pronto se ganó con contundencia como se sufrió ante equipos menores (Manresa, Obradoiro, Joventut, Fuenlabrada) y se cayó con estrépito (Bilbao, Andorra, Gran Canaria, Tenerife, Estudiantes, Unicaja...). Irregularidad pura y dura.

¿Por qué? Por esas circunstancias que tantos dolores de cabeza han dado a Bartzokas y a sus chicos. Primero, y ante todo, por una planificación de temporada desastrosa, sin recambios de garantías ni en el puesto de base ni en el juego interior. Cuando se quisieron buscar parches, ya era demasiado tarde. Y la jugada tampoco salió demasiado bien. Puede que Renfroe haya sido el único en no salir rana del todo. Del resto (Munford, Holmes, Diagné, Faverani), más bien se supo poco. De hecho, dos de ellos ya ni siquiera pertenecen al equipo.

Hasta la propia dirección deportiva del club, que decidió quedarse con varios jugadores simplemente por el mero hecho de que tenían contrato en vigor (y no por desear que siguiesen), tuvo que rearmarse a mitad de curso. A Rodrigo de la Fuente (director deportivo) pasaron a acompañarle Nacho Rodríguez (director de gestión) y Joan Llaneza (director de scouting). Más pensando en el medio-largo plazo que en el corto, que ya parecía perdido.

Como así fue, también a causa de unas lesiones que han tenido a medio Barça entrando y saliendo de la enfermería toda la campaña. Dolieron especialmente las bajas de larga duración de Shane Lawal (también fuera del club ya) y Pau Ribas. No se quedaron atrás las dolencias de Navarro, en su temporada más difícil en la Ciudad Condal, y Doellman, uno de los grandes señalados para mal del equipo. Oleson, Perperoglou, Claver, el propio Rice, Diagné... Pocos se han librado de los problemas físicos, que han durado hasta el mismísimo último día de competición.

Aunque estos no son excusa para la ausencia evidente de carácter durante toda la temporada. La relación y comunicación entre Bartzokas y sus jugadores no ha sido la mejor: pullas sobre los roles y el sistema de juego en los medios, una relación con el jugador franquicia (Rice) que parece que ha distado mucho de ser la mejor, automultas por bajo rendimiento, expediente y posterior despido de Dorsey por sus críticas en las redes sociales...

Claver saluda a Bartzokas al marcharse al banquillo. M.Á. Polo ACB Photo

En muchos momentos, tan sólo jóvenes como Vezenkov y Eriksson han parecido estar a la altura de las circunstancias. No siempre, porque tampoco les correspondía a ellos llevar la manija del equipo, pero el pobre desempeño de los más veteranos les llevó a dar un paso adelante. Casi que son los únicos que se han llevado el aplauso de un Palau Blaugrana desangelado, enfadado y abochornado, con las 'pañoladas' saliendo a relucir en varias ocasiones.

Todo parece indicar que las seis bajas del verano pasado (contando el adiós de Pascual) van a quedarse cortas en este período estival. Ni la continuidad del entrenador parece clara tras nueve meses de tantas sombras y muy escasas luces. Hacía mucho que no se veía a un Barça tan pobre, sin ni siquiera ser capaz de arreglar el desaguisado de todo un año en la liga. Toca mucha reflexión y autocrítica para que lleguen cambios, y de forma drástica, de aquí a septiembre. Pero, sobre todo, toca olvidar una campaña 2016-2017 que hace méritos para constituir el primer episodio del libro negro de la canasta azulgrana.

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