No hace tanto, la NBA era terreno fértil para los acentos españoles. Los Gasol, Ricky Rubio o Ibaka llenaban titulares cada madrugada. Hoy, la bandera rojigualda ondea con más discreción: solo tres nombres, Santi Aldama, Hugo González y Eli Ndiaye, mantienen viva la tradición en tiempos de escasez.
El cambio de paisaje es claro: de diez jugadores en la 2016-17 a solo uno el año pasado. Santi Aldama resistió en solitario aquel curso gris, pero la nueva temporada invita al optimismo moderado. A su lado aparecen dos debutantes, dos hijos del Real Madrid que buscan abrirse un hueco entre gigantes.
Aldama se ha ganado el derecho a ser mencionado en voz alta. Su renovación con los Memphis Grizzlies por 52,5 millones en tres temporadas lo eleva a estrella consolidada y lo convierte en el jugador español mejor pagado de la liga. El canario ya no es promesa: es pilar.
Santi Aldama, durante un partido contra los Hawks de pretemporada.
Su carrera ha seguido la curva exacta del esfuerzo. Elegido en el puesto 30 del Draft de 2021, promedió 12,5 puntos y 6,4 rebotes el año pasado. Cada temporada mejora sus números y su impacto. Su voz pesa en el vestuario, su energía sostiene a los Grizzlies mientras Ja Morant se recupera.
La situación en Memphis le favorece y le exige. Las lesiones lo impulsan a reforzar su papel de líder callado, de pieza versátil que puede anotar, rebotear y abrir el campo. No deslumbra con estridencia, pero responde siempre. Ese templo lo ha llevado a ser símbolo del relevo español.
En verano, Aldama fue también referente de la selección en el Eurobasket 2025. Su carácter competitivo y su madurez lo han situado como el nuevo rostro del baloncesto español. Donde antes había veteranía, hoy hay hambre. Aldama encarna ese equilibrio entre herencia y ambición.
Año de estreno
Si él representa el presente, Hugo González y Eli Ndiaye son la semilla del futuro. Ambos crecieron en la cantera del Real Madrid, símbolo eterno de exportación de talento. Este verano, su marcha conjunta marcó el inicio de una nueva etapa: del blanco al sueño americano.
Hugo González, 19 años, 1,98 metros y confianza de veterano, fue elegido por los Boston Celtics en el puesto 28 del Draft de 2025. El destino quiso que aquel día ganara la Liga Endesa con el Real Madrid por la mañana y se convirtiera en jugador NBA por la noche.
Boston valora su defensa, su actitud y su comprensión del juego. Brad Stevens habló de él como "jugador de impacto sin necesidad de balón". En una plantilla con Jaylen Brown, Derrick White y Anfernee Simons, el madrileño deberá ser paciente. Su tiempo llegará si la calma acompaña al talento.
Sus números en la Summer League (10,8 puntos, 4,5 rebotes y 2,8 asistencias) fueron un anticipo de su inteligencia en pista. No se deslumbró, pero convenció. En Boston saben reconocer el valor de la sutileza. Hugo viaja para aprender, no para figurar: su curso de adaptación apenas empieza.
El caso de Eli Ndiaye es diferente. Nacido en Senegal, nacionalizado español en 2020, forjado en el Madrid desde los 13 años, no fue elegido en el Draft. Aun así, firmó un contrato "two-way" con Atlanta Hawks: podrá alternar entre la NBA y la G-League, ese laboratorio donde se mide el instinto.
A sus 21 años, Ndiaye aporta virtudes físicas, energía y defensa, cotizadas en la liga actual. Si amplía su rango de tiro y gana peso técnico, su trayectoria puede sorprender. En Atlanta lo ven como un recurso de futuro, un perfil que complementa la evolución del juego moderno: rápido, intenso, atlético.
Son dos caminos opuestos, pero un mismo origen. La cantera del Real Madrid sigue siendo un trampolín fiable. Este verano, la salida de cinco jóvenes hacia Estados Unidos confirmó su poder de formación y exposición. España, aunque con menos nombres presentes, mantiene viva la corriente.
En ese contexto, la cifra (tres) deja de parecer tan pequeña. Supone un leve repunte tras el hundimiento de 2024, cuando solo Aldama resistió. Entre 2011 y 2020, siempre hubo al menos cuatro españoles en la liga, y la 2016-17 alcanzó el récord de diez. Esos días siguen resonando.
Aldama es ahora el espejo. Su estabilidad en Memphis, su madurez en selección y su contrato récord colocando el listón alto. González y Ndiaye conversan con otro tiempo: el del aprendizaje. Su valor no se medirá por el impacto inmediato, sino por la capacidad de resistir el ritmo implacable de la NBA.
