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El baloncesto es un deporte que vive de momentos. Y entre todos los que pueden cambiar un partido, pocos provocan tanta fascinación como un lanzamiento desde el medio campo.

Este pasado domingo, Chuma Okeke lo demostró con una canasta imposible en el debut liguero del Real Madrid ante el Dreamland Gran Canaria.

Fue una jugada que mezcló potencia, reflejos y una puntería improbable, sellando una noche que se convirtió en viral en cuestión de minutos. 

A falta de un segundo para el final del tercer cuarto, el estadounidense recibió de Bruno Fernando, apenas dio un bote y lanzó desde su propio campo, a unos 18 metros del aro, justo cuando sonaba la bocina.

El balón voló alto, golpeó el tablero y cayó limpio. La revisión arbitral confirmó su validez, y el Movistar Arena estalló.

El detalle poético fue que segundos antes Sergio Llull había anotado un triple desde unos 10 metros.

Dos mandarinas consecutivas en menos de un minuto encarrilaron el destino del partido y recordaron al público por qué el baloncesto es también un arte.

Un arte en decadencia

En la NBA, los lanzamientos desde más allá de media cancha son conocidos como half-court shots o heave.

Son intentos que rozan lo irracional, ejecutados al cierre de un cuarto y cuando ya no hay tiempo para construir una jugada.

Durante décadas, esos tiros han sido un componente folclórico del juego, un guiño al espectáculo. Sin embargo, la liga estadounidense ha visto cómo están en peligro de extinción y busca poner remedio.

Desde la temporada 2025-26, la NBA introducirá un cambio reglamentario pionero: los tiros lanzados desde al menos 36 pies (unos 11 metros) dentro de los últimos tres segundos de un cuarto, y que provengan del campo propio, no contarán como fallo estadístico si no entran.

La canasta, si se produce, seguirá adjudicándose al jugador, pero el fallo dejará de penalizar su porcentaje de acierto (FG%).

¿Por qué importa tanto esta modificación? Porque durante años muchos jugadores evitaban lanzar esos tiros "a la desesperada" para proteger sus estadísticas personales.

Un mal lanzamiento de 20 metros podía arruinar un porcentaje de tiro, algo que en la era del bigdata pesaba mucho más que una anécdota espectacular.

Kevin Durante, durante un partido con Phoenix Suns Reuters

Kevin Durant lo reconoció abiertamente en 2013: "Depende de cómo vaya tirando. Si estoy con buenos porcentajes, lo lanzo; si no, espero a la bocina y lo tiro fuera de tiempo."

Esa mentalidad, compartida por muchos, convirtió durante años los tiros desde el medio campo en un tabú.

Un estudio de hace unos años en la NBA analizó 69.252 lanzamientos y encontró que los tiros desde medio campo y campo propio representan solo el 0,0030% y el 0,0022%, respectivamente, de la distribución total de tiros, con probabilidades de acierto del 0,103% y 0,025%.

La ciencia de lo imposible

Más allá del romanticismo, un lanzamiento desde media cancha es un fenómeno físico extremo.

El balón recorre entre 13 y 18 metros (una cancha FIBA tiene 28 metros de largo), tiempo suficiente para que la gravedad, el aire y el más mínimo error angular conviertan el intento en un desastre.

A la dificultad del tiro hay que añadirle la presión de los rivales que hace que la mecánica u operativa del movimiento pueda no ser la ideal.

Desde la física del proyectil, el tiro sigue una trayectoria parabólica, donde el ángulo de salida y la velocidad inicial determinan el alcance.

En teoría, el ángulo ideal para máxima distancia es de 45°, pero en la práctica los tiradores ajustan entre 38° y 50° según la potencia y altura del lanzamiento.

Mecánica de tiro

A esto se suma el efecto Magnus, generado por el backspin del balón (giro hacia atrás del balón en el aire). Esta rotación estabiliza el vuelo, crea una ligera sustentación y aumenta las posibilidades de un rebote favorable en el aro.

Sin embargo, a grandes distancias, el aire, las turbulencias y el giro pueden producir desviaciones que se traducen en errores enormes al llegar al aro.

En un lanzamiento desde el campo contrario, cada grado de desviación equivale a un margen de error de casi 30 centímetros en la trayectoria final.

Por eso, la precisión biomecánica es crítica: el cuerpo del jugador debe comportarse como una catapulta perfectamente sincronizada.

Los estudios biomecánicos explican que la energía nace desde las piernas, fluye por el tronco y culmina en el brazo y la muñeca.

Las piernas generan la potencia, el cuerpo estabiliza el movimiento y la muñeca aporta la dirección y el giro.

En tiros tan largos, los jugadores tienden a flexionar más caderas y rodillas y a bajar el centro de gravedad para ganar impulso, mientras tratan de mantener el torso estable.

El follow-through, ese gesto final de muñeca y dedos que "acompaña" el balón, es esencial. Sin él, el balón pierde rotación y estabilidad. Es el detalle que diferencia un tiro de precisión de un simple lanzamiento al azar.

En palabras de varios entrenadores NBA, "un heave no es una oración al aire, es un tiro con su propia técnica."

Fe, memoria y automatismo

Dentro de la NBA, hay jugadores que han hecho del tiro lejano una firma personal. Stephen Curry es el caso más emblemático.

No solo ha intentado más de un centenar de half-court shots, sino que entrena esos lanzamientos de forma sistemática.

En vídeos previos a los partidos se le ve practicando tiros desde el círculo central o incluso desde la línea del túnel. Su biomecánica apenas cambia: mismo gesto, solo más fuerza y salto.

Nikola Jokić, por su parte, fue el jugador con más intentos de heaves en la temporada 2024-25 (22 en total y 2 convertidos).

Su serenidad y capacidad para medir tiempos le convierten en un caso singular. No busca la estética, sino la eficiencia estratégica: aprovechar cada décima para intentar sumar.

Estos lanzamientos, aunque casi imposibles, tienen impacto psicológico. Son un golpe emocional para el rival y un impulso moral para el equipo que anota.

Una canasta desde el medio campo no solo vale tres puntos: cambia la energía del partido e incluso puede decidirlo.

Nikola Jokic Reuters

Llull, el maestro europeo

En Europa, el nombre propio asociado a estos tiros es Sergio Llull. El jugador del Real Madrid ha construido una leyenda a base de canastas imposibles y mandarinas que desafían la física.

En una entrevista con El País, Llull resumió su filosofía: "En alguno de esos tiros influye la suerte, pero hay mucho de repetición, de reflejo aprendido desde la infancia".

"Muchas canastas entran por convicción y por deseo, no por técnica. Hay que creer hasta el final", explicó.

Esa idea de convicción resume la diferencia entre improvisar y dominar lo imposible. Llull insiste en que estos tiros no son fruto del azar: "Se trata de dominar tiempo y espacio."

"Las dimensiones de la cancha me las conozco de memoria. Siempre tengo localizado el aro para dar la intención, el arco y la fuerza necesarios", reconoce el menorquín.

En 2016, en la Fonteta de Valencia, anotó una de las canastas más icónicas de la historia reciente: un triple de campo a campo a falta de seis décimas.

Lo recuerda como su favorito, no solo por la distancia, sino por la emoción: "Por la espectacularidad y lo que supuso."

Cuando se le pregunta por la preparación, Llull es claro: "Esos tiros son un poco mandarina y otro poco entrenamiento. Si entran tantos, es porque hay trabajo detrás."

Más allá de la técnica, su discurso introduce un elemento que los números no miden: la fe. El menorquín asegura que en esos momentos el pensamiento desaparece: "No tuve tiempo de pensar mucho y por fortuna pude ayudar al equipo."

Técnica, emoción y espectáculo

El tiro desde el medio campo es, en esencia, una síntesis del baloncesto moderno: ciencia, espectáculo y emoción.

Las estadísticas dicen que su probabilidad de acierto en la NBA no llegan casi al 1%, pero su impacto emocional es infinitamente mayor.

Por eso la NBA ha decidido fomentarlos, y por eso jugadores como Llull, Curry y, ahora, Okeke siguen intentándolos.

Porque aunque la física diga que es casi imposible, el baloncesto se alimenta precisamente de esos segundos en los que lo imposible sucede.

Como dijo Llull: "hay que creer hasta el final". Y a veces, creer basta para que el balón entre.