Cuando la Puerta de Ishtar era aún parte de la muralla interior de Babilonia, estaba consagrada a una diosa del amor y la guerra y servía de acceso al templo de Marduk, el señor de los dioses. Tenía catorce metros de alto -ahora va por doce-, se erguía como una mole azul con siluetas de leones, toros y dragones y la guardaban dos esfinges. Unas florecillas delimitaban la curva de su arco. Alemania la reconstruyó a fuerza de fragmento y desde 1930 puede visitarse en el Museo de Pérgamo de Berlín. Guarda algo aún de ese antiguo poderío, tiene algo de viaje en el tiempo. Y es un guiño a la historia que Irak lo reclame desde hace tanto -como Grecia su partenón- y ahora decenas de hijos de su pueblo paseen bajo su puerta, observen admirados sus formas, se sientan rodeados por la placenta de origen. No son turistas de bolsillito hinchado. Han llegado a Alemania para quedarse: son refugiados.

Aunque la mayoría de visitantes reconoce que su arte estará más protegido en Berlín que en una Siria arrollada por la guerra y el Estado Islámico, también hay quien piensa que los alemanes han robado su herencia cultural, su patrimonio. Durante el recorrido, a algunos asistentes se les humedecen los ojos. Por ejemplo, cuando ven pintada en una pared de mármol una casa de Damasco que se remonta al siglo XV y fue habitada por samaritanos, un grupo religioso descendiente del judaísmo.

Si están ahí, si se les puede poner la piel de gallina en su idioma, si cuentan con una visita por el museo en lengua árabe, es gracias a Multaqa: punto de encuentro

Si están ahí, si se les puede poner la piel de gallina en su idioma, si cuentan con una visita libre por el museo en lengua árabe, es gracias a Multaqa: punto de encuentro, una iniciativa que promueve que los refugiados puedan ejercer de guía en los museos de Alemania. El programa está financiado, casi en su totalidad, por el Ministerio de Cultura alemán, que depende directamente de la oficina de la canciller Ángela Merkel, y lleva en marcha desde hace unos meses, pero es ahora cuando empieza a dar sus frutos y a proliferar en visitas.

Arte de la patria rota en lengua materna

Los refugiados sirios e iraquíes están recibiendo formación para ello con una misión: proporcionar visitas guiadas a sus compañeros refugiados en su lengua materna. Aunque la enseñanza está principalmente dirigida a adolescentes y adultos jóvenes, también se preocupa por integrar a personas mayores en sus grupos mixtos. Aquí regresa el museo como elemento de memoria, como puente de culturas, como espacio de comunión. Y cada uno de las instituciones integradas en la iniciativa toma un camino concreto.

El Museo für Kunst Islamische y en el Museo Vorderasiatisches ya pactaron en 2013 un proyecto en el que se comprometían a digitalizar en un archivo común sus trabajos compilados a lo largo de muchos años en Siria: en una web especializada para la causa, explican que el patrimonio cultural del país está "bajo amenaza significativa", incluyendo los seis lugares reconocidos por la UNESCO y los doce recogidos por la Lista Indicativa [que pretende ampararlos con una protección reforzada]. "Los ataques aéreos, la artillería pesada y los bombardeos han destruido gran parte de los centros históricos de las ciudades de Alepo, Homs y otros centros urbanos y monumentos".

Los ataques aéreos, la artillería pesada y los bombardeos han destruido gran parte de los centros históricos de las ciudades de Alepo, Homs

Los museos alemanes reconocen la valía de los monumentos históricos de esta región y su potencia como "uno de los paisajes culturales más impresionantes de todo el mundo", recalcando que la agricultura y la urbanización de sus principios "ponen en relieve muchas de las características básicas de las sociedades modernas". Stefan Weber, el director del Museo de Arte Islámico de Berlín, declaró en la presentación del proyecto que los refugiados "tienen que empezar desde abajo para hallar un lugar en la sociedad alemana" y que "cuando uno lo ha perdido todo, no debería perder también la identidad cultural".

Quién tiene los derechos de esas piezas, quién lo ha permitido: el problema es que no hay un intercambio cultural real

¿Hasta qué punto es un acto de integración y hasta qué punto una devolución, cuando el arte de Oriente medio se ha volcado en exposiciones alemanas? Sin embargo, no todo ha sido tomado prestado. Si la fachada del Qasr Mshatta -un palacio de invierno construido por un califa del siglo VIII en lo que hoy es Jordania- puede verse en Berlín es porque un sultán otomano se la regaló a un káiser alemán hace 120 años. Bueno. El debate no es nuevo: en 2013, una exposición arqueológica sobre Samarra criticó abiertamente -desde el mismo Museo de Arte Islámico de Berlín- las prácticas museísticas occidentales.

Turistas frente a los grabados de la puerta babilónica Getty Images

Susan Kamel, coordinadora del área de "Museología Experimental", ya declaró en su momento que eran necesarios "museos inclusivos, verdaderos lugares de encuentro de las diferencias, que estén representadas en el museo y sirvan como un lugar de debate". "Quién lo ha permitido, quién tiene los derechos de esas piezas", preguntaba el novelista bagdadí Abbas Khider: "El problema es que no hay un intercambio cultural real". 

Cuenta The New York Times que una profesora de alemán para chicos refugiados, Katja Gretscher-Said, hace 20 años enseñaba a los niños que llegaban de los Balcanes y de la antigua Unión Soviética, explica, con dolor, que no sabe qué será de sus actuales estudiantes, qué tipo de trabajo podrán conseguir en Alemania, donde hasta los trabajos menos cualificados requieren certificados de formación: "Aquí hay que tener papeles, papeles, papeles", dice ella. "Muchos empresarios alemanes prefieren contratar a alguien llamado Oliver que a alguien llamado Ahmed".

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