La diva Montserrat Caballé no sólo era una fuente inagotable de talento con vasos comunicantes hacia el mundo: también pudo alimentarse de los dones de sus seres más queridos, de su familia biológica y su familia creada. Construyeron todo un clan artístico resistente a fuerza de amor, complicidad y respeto por la música, donde la matriarca enseñaba y aprendía, se dejaba guiar y guiaba, impulsaba al resto con generosidad y era protegida por aquellos que nunca fallaban: su hermano, su marido, su hija y su sobrina.

Su fraterno Carlos Caballé ha sido, durante toda su trayectoria, sus pies y sus manos. Crecieron juntos sobreviviendo a las dificultades de la posguerra -hasta llegaron a ser desahuciados y a dormir en el metro y en los parques- y fraguaron una amistad única. “Éramos sólo dos y nos escondíamos las travesuras el uno al otro. Mamá iba persiguiendo con el zapato en casa, y si algo se rompía, el “he sido yo” salía al unísono. Hablábamos el mismo idioma con la música”, contaba Carlos en una entrevista de Gigantes de la 2.

Carlos Caballé, hermano y único empresario

En el año 62 firmaron un contrato muy especial, muy personal, que les tendría encadenados para siempre. Aquí un extracto de las cláusulas: “En nuestras conversaciones de niños, con la compartida afición por la geografía, nos relatábamos mutuamente los fantásticos fijes que nuestras mentes realizaban. EL ARTISTA te contaba los puntos más lejanos a los que sus sueños le llevaban, como si de una gran nave que surcara los mares se tratara”.

O: “Este contrato será la alianza de dos soñadores que cruzarán mares con sus ilusiones. EL ARTISTA quiere que tú, EL SECRETARIO, seas capitán que, con su maestría, lleves a mi barco a todos los puertos de nuestro planeta, y si ves la nave que va a naufragar, con maña segura la puedas salvar”. Se prometieron hacerlo juntos, llevar la conquista musical hasta las máximas consecuencias. No traicionarse jamás. Ser un ejército artístico de dos. Contó una de las partes firmantes, Carlos Caballé, que este contrato tan singular “no es que tenga ningún valor, pero tiene todo el valor del mundo al mismo tiempo, porque estaba hecho con el corazón, no con ninguna ley contractual”.

Explicó que él era “el capitán de la nave que la llevaría a ella”: “Lo único que, claro, yo no tenía ningún título de marinero. Era todo muy cariñoso. Ella lo ha cumplido todo”. Montserrat, por su parte, relató que “lo que él buscaba era que yo pudiera salir adelante”: “Carlos fue mi guía en todo lo que hice en mi carrera, en todo. Fue el único empresario que tuve, y continúo teniéndolo para todo lo que quiera. Además de ser un empresario maravilloso, porque no sólo hizo mi carrera como la hizo, sino la de muchos otros cantantes”.

Una anécdota esclarecedora de la vocación de Carlos Caballé que trajo a colación su hermana. Él representaba a Plácido Domingo cuando un día, en una audición y de forma fortuita, escuchó a un tenor cantar en la sala contigua. Quedó maravillado y quiso acompañarle en el camino, pero en ese momento Domingo tenía mucho trabajo y le dijo que no podía permitirse que Caballé tuviese otro tenor: de alguna manera le quería sólo para él. Sin embargo, lejos de quedarse en el puerto seguro, el Capitán le respondió lo siguiente: “Tú encontrarás enseguida a un buen representante. Yo me quedo con este joven que empieza, que parte de cero como partió mi hermana”. Y el adolescente de la discordia resultó ser José Carreras.

Bernabé Martí, su amor 

El amor de la vida de Montserrat Caballé, como no podía ser de otra manera, también fue un arrojado artista: ahí el tenor Bernabé Martí. “Es raro que él me eligiera, porque era muy guapo y cantaba muy bien. Todo el mundo estaba por él, pero… yo no era un lechazo de belleza, al contrario. Era muy gorda, muy patosa, y no era una persona… en el escenario sí que cantaba bien. Creo que eso le fascinó. El canto”, sonreía ella cuando le preguntaban por él.

Compartieron tablas. "La primera vez que canté con él fue Madame Butterfly. Fue en A Coruña. Llegó y no se la sabía. Yo veía que se equivocaba a cada momento y miraba para corregirle y ayudarle. Se lo dije al regidor de escena. Porque vino a sustituir a otro tenor que se puso enfermo. Y dice: ‘Bueno, es que tiene una voz muy bonita pero no se sabe bien la obra’. Y cuando llegué a Barcelona lo comenté con el señor que hacía las pelucas, los maquillajes, las botas, y éste va y se lo dice”, se tronchaba Montserrat.

“Le dijo que yo había dicho que lo hacía mal, que no me abrazaba en escena cuando me tenía que abrazar, y ese tipo de cosas. Y entonces, cuando la hicimos en el Liceo, ya se la sabía, la hizo muy bien. Y me besó terriblemente”. Aseguraba la diva que no se casó con él porque cantara, sino por cómo era. “Es un ser humano mil por cien. Para él todo es más importante que el canto y que la misma música. Lo importante son los eres. Y me ha enseñado mucho en este campo a mí. Me he dado cuenta de que tiene razón”.

Su hija, bailarina y soprano

De esa unión, su prodigiosa hija, Montserrat Martí. La niña comenzó en el mundo del ballet. La máxima bailarina del ballet ruso Maya Plisétskaya la vio en una ocasión en Pekín y le dijo a Monserrat madre: “Tu hija baila”. “¿Y cómo lo sabes?”, preguntó ella. “Porque la he observado caminar”. Más tarde le daría clases aquí en España, pero la adolescente sufrió un accidente en el abdomen y tuvo que dejar esa disciplina. Eligió centrarse en el canto. “Lo que ella quería es lo que tenía que ser. Porque no hay nada en la vida que no sea lo que uno quiere: si haces algo que no quieres, te has equivocado en el camino”, relataba la Caballé.

En 1993, la joven -también soprano- realizó en Londres su primera presentación como cantante junto a su madre. En el 98 se fue a vivir a Alemania para iniciar su carrera como solista y se ganó el papel de Zerlina en la obra Don Giovanni, presentada en la Ópera del Estado de Hamburgo. “Yo nunca he pretendido destacar. Ella juega en otra liga, es como Messi. Yo soy terrenal y ella es otra galaxia. Es imposible pretender llegar a eso, pero tampoco es una cosa que a mí me amargue. Mientras recuerden que soy ‘hija de’, es que recuerdan a mi madre, esté o no esté. Que sigan llamándome ‘hija de’ mucho tiempo”, sostiene Montserrat Martí.

Al principio la hija sentía miedo de ponerse en las tablas junto a su madre. Hasta le incomodaba, hasta que la diva Caballé le colocó los puntos a las íes: “Yo tampoco pondría en el escenario a alguien que no pudiera hacerlo, porque no quisiera ponerme en ridículo con una persona que no pudiese hacerlo bien. Soy la primera que pienso en mí, en que no puedo exponerme”. Y Martí quedó convencida.

Su sobrina y amiga

Última y fundamental pieza del engranaje artístico y familiar: la inseparable sobrina Montserrat Caballé, que de tanta simbiosis lleva el nombre de la gran soprano y acabó siendo su representante y su mejor amiga. “La humildad y la honestidad: es lo que ha marcado su vida. Es un gran ser humano”, decía la joven, con los ojos llenos de lágrimas. También acabó subida a los escenarios con su tía y su diosa, interpretando Norma, la tragedia lírica con música de Vicenzo Bellini y texto de Felice Romani. Fue en el Liceu de Barcelona. Y fue como estar en casa.

Noticias relacionadas