Colombia ha parido a un hombre que en menos de tres años ha conquistado el mundo a golpe de reguetón y música urbana. Aquí el auténtico embajador del castellano en el planeta, el insólito relevo del efecto divulgador de Gabriel García Márquez, no apto para esnobs culturales: J. Balvin, un tipo menudo con el pelo coloreado y aires de Piolín, con rosas y Mickeys tatuados en las manos y un “real” repartido en las falanges de los dedos.

Hace una década sobrevivía pintando casas y paseando perros como inmigrante en Nueva York; hoy es el artista más escuchado del mundo en Spotify, y es la primera vez que este puesto lo ostenta un músico latino -ha adelantado por la izquierda al mismísimo Drake-. Él lo considera, también, una victoria de la lengua: “Esto es más grande que J. Balvin, es un movimiento y es en español. Estamos demostrando que los latinos tenemos el poder de conectarnos con audiencias a nivel mundial sin tener que dejar atrás nuestra identidad. Esto es un logro para toda la comunidad latina”, aseguró en los agradecimientos. Está claro que esta conquista pertenece a una estrategia mayor que ya venía acercándose como pisadas de mamut: “Quiero romper la barrera entre el español y el inglés”, avisó.

La RAE puede estar tranquila: Trump tiene a Kanye West, pero nosotros tenemos a J. Balvin. Decía esta semana el director de la institución, Darío Villanueva, que andaba preocupado por la potencialidad del español en EEUU porque “soplan vientos poco favorables, cuando no hostiles”, con un presidente como el actual, tan reacio al “pluralismo”. Quizá el establishment no le deja ver el movimiento que se cuece en la vida lúdica de los hablantes, en sus bares, en sus cascos, en sus discotecas: la industria musical de todo el mundo se está rindiendo al castellano.

Cuando el español empezó a molar

No hace tanto que los artistas -incluso hispanohablantes- tenían que plegarse al inglés si querían alcanzar resonancia en la escena internacional, pero 2017, el año en el que reinó el reguetón, demostró que las tornas han cambiado. Ahí Despacito, convirtiéndose en la primera canción en español en veinte años con hacerse con el número uno en EEUU. También fue la más escuchada en la historia de Youtube. Justo el año en el que Donald Trump salió electo como presidente de los EEUU y empezó a propagar su palabra xenófoba-, la música latina le contradijo con el hit de Luis Fonsi y Daddy Yankee.

Este tema, sumado al éxito de Mi gente, del propio Balvin, marcó un hito en los 59 años de historia del ránking Billboard, un listado que oficializa el pelotazo de un tema en el mercado anglosajón. Ambas llegaron también al número 1 global de Spotify dentro de un total de diez temas latinos que se ubicaron en su Top 50 mundial. La Bicicleta, de Carlos Vives y Shakira, o Hasta el amanecer, de Nicky Jam, ya habían dado pistas acerca de esta tendencia. Los datos de Spotify hablan solos: en su balance anual, el mayor servicio de música en streaming del planeta anunció que la reproducción de canciones de origen latinoamericano aumentó un 110% en todo el mundo durante los últimos doce meses.

El triunfo de la música en español ha trascendido a la anécdota. Tradicionalmente, sólo han reventado los llamados one hit wonders -artistas de un solo éxito-, como La bamba de Los Lobos, Aserejé de Las Ketchup o La Macarena de Los del Río. Además de estas tres excepciones hispanohablantes, ninguna otra canción en castellano ha encabezado ránkings de popularidad en el mercado anglosajón. Por eso el logro de J. Balvin no es una raya en el agua. Por eso el hombre de las cadenas y el pañuelo en el pelo encarna la revalorización de una lengua, la capacidad de hacerla atractiva para el público mundial.

Hermanos latinoamericanos

J. Balvin ha sido la guinda del pastel de la música urbana, del denostado reguetón que ha conseguido poner el castellano de moda, relacionarlo con un imaginario de sol, mares, bebidas espirituosas y alegría, con un carpe diem necesario en la era del utilitarismo, de la ultraproducción, del capitalismo exacerbado que sólo puede frenarse con un poquito de hedonismo. Lo decía el académico de la RAE José Luis Gómez en entrevista con este periódico: “La lengua española es un elemento cohesionador (…) Los españoles ignoramos que España está en iberoamérica. Realmente no hay nada más que ir y sentirlo. Uno va a La Habana, con un régimen distinto al nuestro, o va a Venezuela, y se encuentra con los sonidos de nuestra lengua, la que compartimos… la lengua trae memoria. Memoria nuestra. Humores líquidos, sentimientos disueltos en gramática y sintaxis. Una manera de ser, una manera de pensar, cómo nos ha ido haciendo la Historia. Todo eso lo contiene la lengua”.

Todo ese imaginario lo ha recogido J. Balvin en hits de corte juguetón, de léxico fresco y agudo como Safari, Si tu novio te deja sola, Bonita o el reciente X. Es un cantante que lleva grabadas en el cuerpo palabras como “familia” o “mi gente”, un compositor que remite constantemente a las raíces, que menta a Medellín como quien nombra a dios y que abraza siempre que puede sonidos merengues y bachateros.

Todas las edades (y clases sociales)

“Me gusta el reguetón desde cuando empezó, grosero y todo, porque es la expresión del pueblo. Entiendo a los padres de familia que no quieren que sus hijos escuchen letras que no tienen que escuchar todavía, eso fue lo que analicé y opté por hacer música sexy pero no vulgar, que llegue a todas las edades”, explicó, sobre sus composiciones.

La tranversalidad de la música urbana en castellano no sólo alcanza todas las franjas de edad, sino todas las clases sociales, pegando fuerte desde el streaming a la discoteca pasando por la radio. Ha tenido que llegar un reguetonero a apaciguar los miedos de la Academia sobre la difusión del español y su complicada permeabilidad en un país gobernado por un hombre que desprecia nuestra lengua. Balvin no es cualquiera: él ya le hizo la cobra a Trump antes de que fuese presidente. En 2015 rechazó participar en el certamen Miss USA 2015, propiedad entonces del polémico empresario, por sus comentarios xenófobos hacia los mexicanos. Un visionario y un defensor de la lengua que trabaja gratis para el castellano: el académico Balvin.