Frente al franquismo, la dictadura y la represión, activismo, lucha y expectativas. Los sesenta fueron años de clandestinidad y peligro para los militantes comunistas, líderes en la oposición franquista, que “no querían limitarse a interpretar la historia, la quieren hacer con su propia acción y sus propios sacrificios”. Es la frase de Luigi Longo, histórico dirigente antifascista y brigadista internacional en la Guerra Civil española, que los historiadores Carme Molinero y Pere Ysàs utilizan para firmar las conclusiones de su ensayo De la hegemonía a la autodestrucción. El Partido Comunista de España (1956-1982), publicado por Crítica.

Pietro Ingrao señalaba que los movimientos sociales dan a sus participantes nuevos instrumentos de intervención y de lucha en la sociedad, es decir, instrumentos de poder de los que no disponen por otras vías. “El gran éxito de los comunistas radicó en, por un lado, tener la voluntad y la capacidad de encontrar fórmulas -y mantenerlas a pesar de las dificultades- que respondieran a las necesidades e inquietudes de sectores amplios de la sociedad; por otro, y al mismo tiempo, en sostener un activismo continuado que consiguió ensanchar las grietas que el régimen no podía cerrar”, aseguran los autores.

Fiesta del PCE en la Casa de Campo. CC

¿Y dónde estuvo el fracaso? “Yo no hablaría de fracaso”, explica Molinero a EL ESPAÑOL. “Lo que sucedió fue que el escenario del paso de la dictadura a la democracia fue un cambio muy notable y el programa político del PCE no tuvo la fuerza suficiente para conseguir la ruptura democrática del cambio”. En el ensayo se aclara que las condiciones de ruptura con la dictadura fueron otras a las deseadas por el partido, que dejó de ser todo lo importante que se esperaba de quien tuvo un papel relevante en la redacción de la Constitución.

En las Elecciones del 15 de junio de 1977 el PCE fue la tercera fuerza parlamentaria, pero la crisis económica y la alteración de las expectativas políticas de protección de las clases populares, provocó en las bases sociales del partido la decepción. “Si se contrastan los objetivos propuestos por el PCE para el texto constitucional con la Carta Magna finalmente aprobada puede apreciarse que mayoritariamente fueron alcanzados. Claro está que el PCE dejó de lado objetivos que consideró absolutamente inalcanzables y rechazó defenderlos”.

La mayoría de los militantes decepcionados se quedan en casa, no se marchan a otro partido. Los líderes políticos sí huyen al socialismo

Esto hizo que parte de la militancia considerara que las posiciones del partido habían quedado desdibujadas al reforzar efectos no deseados de la política de consenso que presidió aquellos años. Podría entenderse que la democracia acabó con la acción democrática del PCE. El partido llegó a las instituciones y se olvidó de la calle. La vieja historia. La crítica interna del partido no fue asumida por su líder, Santiago Carrillo.

Carrillo quería instituciones a toda costa. “La mayoría de los militantes decepcionados se quedan en casa, no se marchan a otro partido. Los líderes políticos sí huyen al socialismo”, cuenta Molinero a este periódico. El problema de la política de consenso hizo que el PCE sacrificara sus propuestas máximas para que la clase obrera no quedara desplazada de la acción política. “La política de consenso provocaba un discurso de moderación extrema con la que no se sentían identificados”, añade la catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona.

La política de consenso provocaba un discurso de moderación extrema con la que no se sentían identificados

“El PCE constató pronto que la legalización del partido y la celebración de las primeras elecciones habían comportado una cierta paralización de la acción en algunos de los principales movimientos asociativos”, y lejos de estimular estos movimientos, la dirección se atrincheró en las instituciones y Carrillo dio por zanjado el debate del final del leninismo. “Su personalidad es importante, pero el proyecto PCE no nació y murió con él. Sabía escuchar, pero es cierto que era muy autoritario y pensaba en el partido como en un ejército”.

Durante la acción anterior a la llegada de la democracia, la militancia tenía mucha autonomía de los órganos directivos del PCE. Decidían lo que se hacía en asambleas vecinales. El PCE se erigió como un partido de lucha y gobierno, contrario a subordinar la actividad del partido al ámbito institucional, tal y como relatan los especialistas en su estudio.

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“No sé si la retirada de Carrillo habría salvado al partido, pero la crisis que se produjo no se hubiera producido con él fuera. El problema del partido no era Carrillo, aunque se convirtió en un problema”. La figura del líder que lo engulle todo, que asfixia la evolución de una propuesta política, que acaba con las expectativas ilusionantes que llevaron a las alcaldías de las principales ciudades españolas al PCE, en gobierno con el PSOE. “El PCE tuvo la oportunidad de experimentar sus concepciones y de aplicar programas que respondían a las demandas de los movimientos vecinales”, dice Moliner.

Sin embargo, la historiadora, a pesar de señalar las similitudes de la situación política entre aquellos años y estos, advierte que la a finales de los setenta, tras una dictadura, la expectativa de cambio era real. Había miles de personas que creían en el avance hacia una sociedad más igualitaria y justa. “El problema de la izquierda actual, con la hegemonía neoliberal en la que vivimos, es que todos sus programas son de resistencia, no de avance. Sienten una gran insatisfacción porque no creen en el cambio. Sólo en resistir”.

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