Hace más de medio siglo que el capitán Georg von Trapp llegó a nuestras vidas en el cuerpo y la carne del imponente Christopher Plummer, que ha fallecido hoy a los 91 años: le recordamos con su belleza clásica y de corte grecolatino, con su dentadura brillante, con su pelo repeinao’ para atrás como un galán antiguo y la corbata apretada al cuello, con una exigencia que llevaba casi a la horca. Qué duro fue cuando la joven María llegó como institutriz a su enorme casa llena de hijos tristes que convivían con su férrea disciplina militar.

Y qué blandito se puso después, el tipo agrio, el viudo militante y abatido, cuando la música y el encanto de la chica interpretada por Julie Andrews le rebajó la amargura y acabó enamorándose como un loco. Sonrisas y lágrimas fue rodada en once días. Contó que le sobró tanto tiempo que engordó como un loco: bebió mucho y comió un montón de pasteles austríacos. El director, al verlo, le dijo: “Joder, pareces Orson Welles”. Y tuvieron que adaptar todo el vestuario.

Lo curioso es que, a pesar de que fue el papel que le catapultó a la fama y el filme que despegó su cotización por su enorme éxito comercial, nunca le hizo demasiada gracia. Primero se enfadó por la sustitución de su voz en las escenas musicales, y, poco más tarde, acabaría diciendo que nunca le interesó darle vida al capitán. ¡Ni siquiera le gustaba la película! La calificó como “demasiado ñoña y sentimental”.

Severo actor de teatro

En ese momento, a comienzos de los sesenta, él era un prestigioso actor de teatro y no le gustaba embarrarse con el mainstream. De hecho, decidió participar en la cinta porque le serviría para prepararse el papel de Cyrano de Bergerac -a quien iba a interpretar en un musical en Boadway-. Los números fueron bien, pero la crítica los devoró. El New York Times tuvo el decoro de salvar a Andrews de la matanza y escribir que ella “cumplía su cometido con alegría y valor”, pero que el resto de los actores “estaban espantosos, especialmente Plummer haciendo de Von Trapp”.

Molesto y altivo, regresó a su mundo perfecto, que era el teatro, y no fue hasta diez años después que se animó a volver al cine con Sean Connery y Michael Caine en El hombre que pudo reinar, de John Huston, donde hizo de Rudyard Kipling. Ahí se quitó la espinita que le venía apretando y regresó al cine con todas las consecuencias, haciéndose con un Oscar al mejor actor secundario por Beginners.

Le cogió tanta tirria al asunto que no volvió a ver Sonrisas y lágrimas en décadas, hasta que un día, en el cumpleaños del hijo de unos amigos, se vio avasallado por los chavales y los padres y la tuvieron que poner y revisionarla todos juntos. En ese momento, todo cambió. “Cuando vi la película dije: ’¿Sabes? Esta es una película muy bien hecha’. Robert Wise realizó un trabajo sensacional y Julie Andrews esta absolutamente magnífica. No es una mala película, ¡a pesar de que hay 20.000 monjas en ella!”, rió.

La reconciliación

“La critiqué muchas veces porque no me gustaba el papel, no era muy emocionante, pero ya sabes, era un idiota en aquella época”, se encogió de hombros Plummer. Tiempo después añadió que empezaba a valorar que la película “ofrezca algo distinto de todos los tiroteos y persecuciones en coche que se ven en la actualidad. Tiene cierto carácter universal, maravilloso y tradicional. Salen villanos y también los Alpes; sale Julie y aquello es una vorágine de sentimientos. Nuestro director, el bueno de Bob Wise, consiguió que el proyecto no acabara cayendo en la sensiblería más absoluta. Un buen hombre. Todo un caballero. Quedan pocos como él en nuestro sector”.

También es cierto que gracias a ese musical labró una amistad inquebrantable con la Andrews que ha durado hasta su muerte. Más tarde, en 1975, el marido de Julie dirigió a Plummer en El regreso de la Pantera Rosa, y ellos también se hicieron compadres hasta que el cineasta falleció en 2010.

Volvió a trabajar con Andrews en 2001, cuando coprotagonizaron un montaje televisivo de El estanque dorado, y en 2002 se juntaron para hacer una gran gira por EEUU y Canadá con un soberbio espectáculo llamado A royal Christmas. Hoy, la buena de Julie se queda sin su gran marido en la ficción, sin su capitán von Trapp. Y nosotros también. Descanse en paz.

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